miércoles, 1 de mayo de 2013

Mis recuerdos laborales en el Día del Trabajo



Se me ocurre hoy hablar de trabajo, claro que para eso es el Día del Trabajo.
¿Hablar de trabajo hoy un ciego? Pues sí, contar algo de mi experiencia laboral, 22 años ya, nada más y nada menos, después de que empezara allá por 1990. Vaya si ha llovido ya.
Era el 1 de febrero cuando inicié mi actividad laboral como monitor de braille para adultos. Fueron unos meses que no he olvidado. Enseñé a no mucha gente pero al hacerlo se entablaba casi una relación de amistad. Un agricultor cargado de voluntad y tesón, un profesor jubilado de física y matemáticas que me regalaba infinidad de cintas de música y otro de Literatura, una monja de clausura a la que le daban permiso especial para asistir a las clases y alumn@s de Magisterio que en pocas horas se iban con los rudimentos del sistema de puntos.
Luego, pasado el verano de ese año se me ofreció la oportunidad, a mis 24 años, de ir a la Dirección Provincial de la ONCE en Lérida como responsable de Servicios Sociales. Allí las pasé canutas aunque también hice buenas amistades. Residía en  un hostal y los fines de semana en que no regresaba a Zaragoza los pasaba en la habitación apenas sin salir de ella con la única compañía de la radio y galletas. Tuve que apañármelas con el catalán, mal que bien, y con mi inexperiencia. Recuerdo, no obstante,, con cariño aquellas personas mayores que bajaban de la montaña a plantearme cuestiones y lo agradecidos que eran. Y recuerdo cuando venía mi hermano con su novia de entonces, cuñada mía ahora, y nos dábamos buenos caprichos. Cómo les enorgullecía el que tuviese despacho y secretaria.
En marzo del siguiente año, nunca sabré qué pudo ocurrir de verdad, pero el caso es que se me dijo que renunciara a aquel puesto so pretexto de que se me iba a nombrar director de la Biblioteca Central, todo un sueño. Pasaron los días y los meses pero esa promesa de  nombramiento nunca llegaría. Entretanto estaba en la Delegación Territorial de aragón como responsable de Acción Social y Cultura. Allí estuve un par de años en los que seguí aprendiendo y ayudando a que la biblioteca de Zaragoza fuese un núcleo vivo de cultura más que un mero depósito de libros a prestar.
Pero llegó la gente de Recursos Humanos con su estudio de plantillas y dieron con mis huesos en el paro. Seis meses de zozobra y ansiedad en los que seguí implicado y participando en la medida que podía en la vida de la ONCE.
De esto y del apoyo de buenos amigos derivaría en que fuera nombrado en noviembre de 1993 Director de la Institución en Teruel, sí: “Teruel también existe”. Muchos sueños, mucha dedicación y entrega. Descubrí el Seminario en el que viviría años y tendría el regalo de la amistad y los cuidados de buenas gentes como las hermanas religiosas que lo regentaban o las chicas que atendían el comedor (Loli en especial). Nunca olvidaré aquellos años en los que impulsé la animación sociocultural como algo novedoso entre los ciegos turolenses.
.De ahí regresé a Zaragoza, en 1995, como responsable de Servicios Sociales pero de todo Aragón. Aquí impulsé el que los jóvenes ciegos estuvieran más unidos y participativos además de organizar cursos para su búsqueda de empleo, además claro, de continuar dinamizando la biblioteca.
En marzo de 1997 tuve otro cambio, esta vez como delegado comarcal en la zona oriental de Huesca, con sede en Barbastro, la capital del Somontano. Fue un año tranquilo y de poco trabajo que se compensó con mucho calor humano y actividad social. Qué tiempos: desviaba el teléfono de la oficina a mi móvil (que me habían regalado como recuerdo de los amigos al hacer la cena de despedida en Zaragoza).
En febrero de 1998 volví a Teruel para ocupar la vacante dejada por la Directora que falleció. Aquí yo fui nuevamente muy bien acogido tras la huella dejada en mi anterior etapa.
En julio de 2000 cumpliría aquel sueño de 1991 y recalaría en Madrid como responsable de la Biblioteca Central. Lo conseguí aunque no fuese con la misma categoría que la anunciada entonces.
El reto fue grande: saltar de Teruel a Madrid siendo ciego y sin conocer ni la ciudad ni a nadie que pudiese echarme una mano. Es verdad que la familia se ofreció a hacerlo, pero yo quise labrarme el futuro por mis propios medios y carácter.
Desde aquel verano de 2000 hasta hoy, 13 años ya casi han transcurrido habiendo acabado como técnico de Biblioteca, dejando los puestos de Mando Intermedio y con ciertas dosis de fracaso y desilusión acumuladas pero con la convicción de que siempre he dado lo mejor de mí mismo.
Soy consciente de que cometí errores, que podría haber hecho más, de que he tenido oportunidades para haber ascendido pero al final aquí estoy. Mi forma de ser, mis defectos y virtudes y los apoyos que uno ha ido granjeándose ahí quedan.
La responsabilidad que siempre es meta, tal vez en exceso, mi falta de carácter para exigir a los demás y yo qué sé han hecho que haya dejado pasar esas oportunidades de cargos de gestión. Prefiero obedecer a mandar, me cuesta mucho decir no aunque sepa que uno ha de ser asertivo y todo lo demás.
Al final, sin embargo, me considero privilegiado porque he acabado trabajando en el mundo de los libros, si bien me gustaría hacer más por promover su lectura y divulgar sus beneficios e importancia.
No olvido tampoco el Club Braille que impulsé en 2005 como actividad pionera en el ámbito de la promoción de ese sistema y de la lectura.
No sé si después de estos 22 años habré dejado alguna huella, habré aportado algo con mi entrega, esfuerzo y dedicación. Al menos, siempre lo intenté.
Hubo épocas en las que me moví mucho visitando a la gente para que ésta no se sintiera sola en los pueblos, entregándome para animarles y que se sintieran importantes.
Ahora edito una revista de libros para que los ciegos que la reciben conozcan un poco sobre novedades bibliográficas, busco reseñas para incorporarlas a la biblioteca virtual a la que tenemos acceso y soy secretario de la Comisión de Análisis de propuestas bibliográficas que plantean los ciegos de España para que la ONCE adapte los libros que éstos solicitan, siempre que lo permitan las prioridades y el interés general.
No sé qué me deparará el futuro laboral. Seguro que tendré que adaptarme a cambios tecnológicos, de procedimiento y de jefes. Soy una persona que me gusta aportar ideas, estar disponible para colaborar. Echo de menos un trato más humano de verdad pero es lo que hay.
Ojalá que el trabajo que hago sirva y, claro, también tengo mi corazoncito y me gustaría que algún reconocimiento tenga.
Estos son mis recuerdos laborales en un Día del Trabajo de 2013.
¿Y los vuestros?


       

2 comentarios:

Rosa Sánchez dijo...

¡Madre mía, Alberto! ¡Ahí es nada! Ya me dirás cuántas cosas te has dejado en el tintero porque a mi no me salen las cuentas... con lo que joven que eres y has vivido tanto o más, y has hecho más cosas, que la mariposa esa que vive sólo un día. ¡Qué máquina! Si hasta te has atrevido con el catalán. Me quito el sombrero ante ti.
Un abrazo y que sigas acumulando experiencias durante muchos, muchos años.

Alberto dijo...

Rosa, jejejejeje. Menos mal que sólo te quitas el sombrero....
Me dejé que durante dos años y medio fui presidente de la ONCE en Aragón, un cargo que me llevó a la esquizofrenia al compatibilizarlo con el de responsable de Servicios Sociales. Vamos que yo me controlaba a mí mismo y con apenas 30 años. Fue una etapa dura.
Bueno, de todas formas creo que debo ser yo el que te debo admirar, que tú has hecho muchas cosas también con una hija, un marido, estudios, trabajo y novelas mil. Yo el sombrero no es que me quite (que sino se me quemará la calva) pero sí me inclino ante tu ejemplo y maestría.
Besos de currículum.

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