miércoles, 15 de mayo de 2013

Los tangos de Budapest



Con retraso, publico esta semana mi cuento dominical. Pero bueno, aquí va.
Que san Isidro ha debido de inspirarme.
Bueno, que sigáis bien.
Un cálido abrazo.

Para muchos, Budapest no dejará nunca de constituir un punto en el mapa europeo, de esos clásicos atlas para estudiar Geografía: dos ciudades en una, un río con evocación musical de valses y conciertos de año nuevo, y una larga historia de guerras y conquistas, otomanos, magiares y gitanos.
Adela, en cambio, que anteponía siempre su curiosidad al consumo de productos de moda, se dijo que, por qué no, que podría atreverse a soñar con hacer realidad  aquellos tangos que, un día, su amigo Néstor, anfitrión de veladas literarias y cenas hasta la madrugada, cantaba, acordeón en banda, con la capital húngara como escenario de embrujo y amor.
   Cómo le  hicieron soñar a la joven estudiante de ojos marrones y melena rizada las coplas porteñas que incitaban a los romances en las noches húngaras al son de la melodía de un triste violín.
Néstor se fue a su Argentina querida. No se acostumbró jamás a la estrechez de las callejuelas del madrileño barrio en que se alojó durante el máster de inteligencia emocional donde la conoció. Mucho casticismo y mucha bohemia, pero él echaba a faltar las extensas tierras de la Pampa con sus mantos de verdor infinito, sus caldenes y algarrobos donde se sentía libre.
Adela siguió su camino, como suele suceder. Mucho “nos escribiremos, no dejaré que el tiempo haga olvidar, bla bla bla”.
Acabó trabajando en cierto departamento de Recursos Humanos de una gran entidad bancaria.
Allí pasaba los meses con profesionalidad y probada eficacia, aunque con escasa motivación. Tal era el volumen de la empresa que se sentía desubicada, fuera de lugar. Hasta que…
Hasta que una aciaga mañana Paco se ofreció a ayudarla. Todo le había salido mal, se había perdido, el ordenador se le colgaba a cada momento y el jefe estaba más inaguantable que de costumbre.
-Vamos, mujer; alegra esa cara. Que no quiero ver brotes de acelga por aquí. Bastante poco me gustan y tan aborrecidos los tengo. Mi mujer está empeñada en que es buena para el estómago pero, chica, yo no puedo con ella.
-Vaya, cara de acelga. Muy bien, es lo que me faltaba oír hoy. Sí que me he levantado con buen pie.
-Anda, anda. Sonríe a ver si en vez de acelgas me ofreces escarola rizada que, esto sí que me priva. No te diré que pongas cara de bombón porque…
-¿Por qué? ¿Eres diabético?
-No, no. Jejeje. Porque para bombón ya está tu cuerpo. Ala, toma castaña. Que no se diga.
Así quedó la cosa entre ellos. Adela se animó y Paco se quedó con sus escarolas y sus bombones.
Empezaron a quedar, de vez en cuando a tomar esos cafés de la máquina y a contarse rutinas y sueños.
Así fueron cimentando una rara amistad. Adela conoció a Blanca, la reina de las acelgas, se cayeron bien la una y la otra, coincidían en tantas aficiones y gustos que tal unión resultó sencilla.
  Llegó el cumpleaños de Paco, quedaron para cenar, qué menos.
-¿Cuál sería tu viaje deseado?
Una pregunta lanzada al azar entre sorbos de té de canela y tarta.
-¿El mío? Hay tantos lugares a los que me gustaría ir.
-Bueno, ya, sí. Eso nos pasa a los demás pero viajar requiere tiempo y dinero. Vamos, dime antes de que sople las velas. Ya sabes: eso de pedir un deseo.
-Ah, pues… me gustaría conocer Budapest.
-¿Budapest? ¿La perla del Danubio?
-Sí.
-Qué bonito. Allí fuimos de luna de miel. Demasiados años hace ya que fuimos.
-¿Y si regresáramos? ¿Qué te parece, cariño? La podíamos llevar a la pastelería Gerbaud. ¿Te acuerdas lo mucho que nos gustaron su chocolate y sus dulces?
  -Bueno, bueno. Igual preferís volver solos vosotros, sin intrusas patosas como yo.
-Que no, que no. Que así te enseñaremos su castillo, el Puente de las Cadenas, el parlamento, su Plaza de los Héroes o la calle Váci Utca. Además, hace poco me comentó un compañero que le había llamado la atención que hubiese maquetas con braille en algunos sitios.
-¿Qué dices? Ojalá.
-Que sí, que sí, que te gustará un montón y nosotros disfrutaremos enseñándotela, haciéndote ver lo que no puedes ver. Díselo, si quieres a algún amigo tuyo y así vamos los cuatro.
-No sé, esto de viajar con gente es tan delicado… Aunque ahora que lo decís, sí. Sé de alguien que estará encantado de que se lo diga. Es majete el chaval.
-¿Es tan solo un amigo? ¿O es algo más?
-No, nada más y nada menos que un buen amigo, lo mismo que Paco. Aunque si surgiera algo más…
-Bueno, bueno. Las noches de Hungría, los violines, el Danubio. ¿El amor?
    -Nada, nada. Dicho y hecho. Vete pidiendo una semana de vacaciones que nosotros nos encargamos de lo demás. Y que se venga ese chico también si a ti te apetece.
-Jo, en vez de regalarte yo algo por tu cumple, resulta que vas a ser tú el que me va a regalar un pedazo de viaje. Qué raros somos, Paquito. Anda, dame el bastón que me marcho, que es ya muy tarde. Aunque, por otra parte, más de noche de lo que es no va a ser y pa lo que yo veo…


5 comentarios:

amelche dijo...

Ya te comenté por e-mail y en persona que el Café New York is a must, como dicen en inglés. Imprescindible en castellano.

Alberto dijo...

Ana, tomo buena nota de tu buen gusto y ojalá algún día pueda disfrutar de ese chocolate y ese dulce allí y si lo hago, será en tu recuerdo y dedicación.
Besos dulces de emblemática cafetería.

amelche dijo...

Eso, tómate algo a mi salud. Yo cené una ensalada y no probé el chocolate porque ya había estado en la otra heladería.

Alberto dijo...

Ana, si voy no dudes que así lo haré y visitaré el monumento de los zapatos junto al río.
Besos dulces.

amelche dijo...

Sí, pero ten cuidado, que están muy al borde del río. No te caigas al Danubio, que no es tan azul como dicen.

Besos de chocolate.

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