Justo hace hoy un mes en que participé de una de esas experiencias
inolvidables, para mí, que me hacen sentir bien y que muestran mi carácter
aventurero además de que demuestran que es posible ir más allá aun siendo
discapacitado.
Podrá pareceros algo banal, pero para mí fue muy emocionante.
Se trató de tocar las campanas en el pueblo de Trévago, vecino al mío. ¿Qué
queréis que os diga, tanto haber escuchado su son como referente, no solo para
los actos religiosos o festivos sino por sus reminiscencias legendarias, era
algo que me ilusionaba particularmente.
Ese sábado agosteño, por la tarde, se había organizado un
concierto de toques de campana con motivo de su restauración y para allí que me
fui junto con mi madre para, de paso, dar un paseo.
Le había comentado a Alejandro, guía y cómplice de mi
verano, mi sueño de tocarlas, digo
tocarlas en sentido táctil y el de tañerlas. En un principio, se mostró reticente
pero luego dijo que si me empeñaba, él me ayudaría. Y es que había que subir
por una escalera de caracol, luego por otra de mano y sortear un hueco en vacío
hasta alcanzarlas. Yo le dije que tranquilo, que me gustaría intentarlo y que
si, al final, me veía inseguro que lo dejaríamos.
Acabado el recital de toques (arrebato, ángelus, difuntos,
fiesta) con las consiguientes explicaciones por parte de don Alfonso, el
sacerdote del pueblo, llegó mi turno.
Cogido del brazo de Alejandro acometimos la primera
escalera, no resultó tan difícil comparada con otras ascensiones como las de la
Torre de Belén en Lisboa o la de Londres. Luego, la de mano: metálica y con
peldaños muy estrechos. ¿Qué hacer? Muy fácil, poner el pie en paralelo. Y por
último, lo más difícil, pasar de la escalera de mano a la plataforma de las
campanas. Con paciencia y cuidado lo logramos. Ya las tenía al alcance de mis
manos. Qué pasada.
Claro, quienes siempre las han visto, no le darán
importancia, pero yo era la primera vez que las veía. Son dos, con nombre de
santa Bárbara y santa María. Sentí su aleación, me imbuí de su alma y cogí el
badajo para hacerlas sonar. Me pareció que no pesaban tanto como pudiera
parecer ¿y el sonido? ¡Vaya ruido! Me impresionó vivamente su fragor.
Me habría quedado más tiempo junto a ellas en aquel
atardecer, me sentía bien, orgulloso, feliz. Sabía que muchos estaban admirados
(se va a caer, ¿qué hace allí? ¿Cómo se las ha arreglado para llegar?...).
Mi imaginación se tiñó de imágenes: Fermín de Pas en el
campanario de la catedral de Oviedo, los héroes anónimos que tantas veces anunciaran
la llegada de enemigos sin par para salvar a su pueblo, como el soldado de
Cracovia o los genios de la Costa da Morte avisando contra las rocas en medio
del temporal… Me sentí uno de ellos.
Pero sentí también la altura, el vacío del horizonte, la
espectación de los de abajo.
Había que descender, claro. Siempre es más
difícil la bajada que la subida, pero bueno. Con no poco susto de algunos de
los que por allí, andaban, dimos el paso y… jejejej, paso a paso descendimos de
las cimas campaneras a la realidad de los suelos terrenales. Genial.
¿Y todo gracias a quién? Sí, a Alejandro. Gracias por haber
confiado en que podía lograrlo, gracias por dejarme su brazo y sus ojos para
marcarme un nuevo logro, una nueva batallita que contar a esos nietos que nunca
tendré, pero que los sustituyo por vosotras y vosotros, haciéndoos partícipes
de ello.
Os adjunto una bonita foto que deja constancia de la
historia.
Ah, y ya se sabe:
tolón tolón tolón.
3 comentarios:
¡Qué peligro tienes!
ana, que no que no. Que soy i nocente de todo, jejejeje. ¿Y la próxima "hazaña"? Me ronda eso de subir a cierta palmera ilicitana ¿eh? ¿eh? No, mejor me quedo a tu lado mientras me lees alguna placa. jejejejje.
Eso sí, el globo me espera. Ya contaré, ya.
Besitos de luz.
Fue un gustazo acompañarte y recibí como premio una inyección de vitalidad.
Que se repita muchas veces
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