El miércoles pasado os escribía diciendo que volvía y que
quería contar. Pues bien, hoy retomo ese propósito para hablaros de mi último
viaje compartido otra vez, con mis amigas Nuria y Elena.
El destino, Oviedo y algunos otros parajes más de este
paraíso en la tierra que es Asturias.
Tras los oportunos preparativos para la búsqueda de
alojamiento y visitas guiadas, entre el
6 y el 9 de septiembre volvimos a llenar el equipaje de ilusión y empeño para
afrontar el reto de un nuevo periplo a ciegas.
Contamos con el ofrecimiento de Joserra y Ana, su mujer,
para ayudarnos a llegar más lejos y ver con sus ojos lo que habríamos de
percibir nosotros con nuestros sentidos.
El caso es que, con ellos, la guía y nuestra complicidad,
podemos decir, sin rubor, que lo aprovechamos al máximo.
Tarde del jueves, visita guiada por las iglesias del
prerrománico (San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco), calle Uría,
parque de San Francisco, plaza de la Escandalera, universidad y catedral con su
cámara santa para terminar en la calle Gascona, el Bulevar de la Sidra.
El viernes, con Joserra y Ana, Arriondas, Covadonga (con su
basílica y la gruta donde mora la Santina), Cangas de Onís, Lastres, la Cuevona
y Ribadesella.
El sábado, por nuestra cuenta, en autobús, Villaviciosa y la
playa de Rodiles.
Y el domingo, misa en san Juan el Real con banda de gaitas y
coro, y otro paseo por el centro remojado en La Paloma, el clásico de los vermuts
ovetenses.
Tras el programa, las emociones:
Sorpresa cuando la guía nos dice que viene provista de una
serie de herramientas para ayudarse en las explicaciones que nos ofrecerá. Resulta
que son réplicas de los monumentos visitados adquiridas en la tienda de
souvenirs. Esta sí que es buena, al fin, una profesional del turismo se
preocupa por adaptarse a nuestras necesidades. Tanto lo ha hecho que incluso ha
pedido asesoramiento a alguien conocido nuestro. Genial.
Alegría al descubrir que, en Ribadesella, en las casas de
los indianos, hay placas rotuladas en braille que explican la construcción y
orígenes.Estupendo, los puntitos nos reciben también allí.
Cosquilleo en mis manos y mi alma al tocar los agujeros de
las balas que determinada guerra dejó en las columnas del patio de la universidad,
palpar la piedra auténtica de más de 1200 años o el tejo centenario que los
celtas adoraron en la lejana noche de los tiempos.
Gratitud a nuestros lazarillos de ese 7 de septiembre
(recuerdo la canción de Mecano) por su compañía, sus explicaciones y su charla entrañable
y enriquecedora, remojada con cierto compuesto (no sé si con o sin novia) y determinado zumo de
manzana inevitables.
Frustración ante lo difícil que se me hace la ciudad de la
regenta a la hora de moverme por sus calles sin semáforos acústicos y con
cruces anchos que se me atragantan cuando ya creía que los tenía dominados.
Pregunta aquí y allá: “enfrente, ahí al lado, cerca…” Conceptos ambiguos que no
me ayudan. Menos mal que Nuria está allí para orientarme con su “GPS de ciega”
y su habilidad a la hora de orientarse.
Sobrecogimiento al encontrarme junto a la Santina, dentro de
la gruta después de prender 4 velas por la felicidad de nuestras familias. Rezo
ante la imagen para pedir paz y bien. Sobrecogimiento también cuando el
domingo, la banda de gaitas y tambores interpreta el himno de la región, ese “Asturias,
patria querida” que todos conocemos pero que allí, en vivo, suena majestuoso.
Ilusión al tocar
algunas de las estatuas que pueblan las calles y que nos permiten ver tipos
característicos de la tierra, como son el viajero, con su paraguas y sus
maletas; la lechera, con su cántaro y su borriquillo y su atuendo de campesina;
Boody Allen, a tamaño real que impresiona por lo pequeño; y, cómo no, Ana Ozores con sus perifollos de
sombrero florero, collarón de perlas y guantes; además del dedo gordo de La
maternidad de Botero, punto de encuentro y encuentros.
Placidez al escuchar el mar, con sus ritmos y palabras
evocadoras de color y espuma, casa de sirenas y veleros.
Gozo de los sentidos al paladear viandas tan excelsas como
ese guiso de patatas con tiñoso (cabracho), esa fideguá con mariscos, ese arroz
con leche requemado o esa tulipa de helados de turrón y tarta de queso.
Incredulidad al circular con el coche por las entrañas de
una cueva con sus estalactitas y todo. Nos bajamos para sentir el eco y el
frescor de ese paraje próximo a Tito Bustillo (que estudiara allá por mi época
de aspirante a arqueólogo). Resulta impresionante la sensación.
¿Y las anécdotas?
Buscamos un lugar distinto para cenar. Nos mandan a la calle
Miguel Pedregal, está llenísima, abarrotá. ¿Qué hacer? Seguir caminando calle
adelante. “Este bar parece que está más tranquilo.” “Pasen, pasen, ¿qué les
apetece?” “¿Dan de cenar? ¿Qué lugar es éste?” ¡Una pizzería italiana, La
góndola! Tócate los pindingos, ir a Asturias y acabar bebiendo Lambrusco. Que
no se diga. Ahora, que es todo un acierto, tanto que hasta nos regalan, para
llevarnos, la copa veneciana, una góndola enpequeño, que ha dado acogida a un
lecho de macedonia cubierto de tres bolas de helado, ahí es nada.
¿A qué se va a Asturias? Toma, pues claro, a comprarse un
sugerente bañador para Elena. ¿Dónde? Donde va a ser, en El Corte Inglés.
¿Cuál es el nombre del restaurante donde nos damos el
banquetazo y metemos un gol por la escuadra a Joserra a la hora de pagar la
comida? Sí, señor: El Mirador de San Roque. Mientras ellos miran, nosotros
actuamos. Que ver no veremos, pero comer y estar ojo avizor… eso no falta.
Ir a una terraza para tomarte algo y encontrarte con otro
ciego de allí. Tiene ojo la cosa. Ya se sabe lo que es el mundo.
Una señora que se ofrece para ayudarnos. Le decimos que lo
mejor es que le tomemos del brazo. Lo va a hacer Elena, pero ella que dice: “no,
no; que se coja el señor, que no le dé vergüenza”. Ala, carne fresca, jejeje.
En fin, destellos de accesibilidad por los detalles de
Angeles, la guía o las esculturas y braille, pero complicaciones para movernos;
cariño por la amabilidad de las gentes con que nos cruzamos y, sobre todo, de
Joserra y Ana; y aventura al ir solos, los tres, a la playa (menos mal que dos
simpáticas voluntarias de la Cruz Roja están al quite para que no se nos trague
ningún tiburón o se pierdan los cieguecillos).
2 comentarios:
Hola, Alberto.
Con este viaje tuyo me has hecho recordar el que yo hice hace ya algunos años por esas tierras tan maravillosas.
¿Y sabes una? Me gustaría estar cerca tuyo y hacer uno de esos viaje en tu compañía, jajaja, porque solo de leerte lo encuentro divertido... En vivo y en directo lo será más todavía,jajaja.
Disfruta pues de todas estas salidas que yo disfruto leyéndote.
Te dejo abrazos con afecto.
Piedad.
Piedad, muchas gracias y me alegro de que te hiciese recordar.
Seguiré contándote si, con ello, te ayuda a disfrutar.
Cuídate y feliz día.
Saluditos.
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