Como prometí, retomo hoy mi costumbre de enviar mis
cuentecillos que no pretenden otra cosa sino animar y sembrar ilusión. Ojalá lo
consiga también durante este curso.
Gracias por ser tan fieles y regalarme vuestra confianza.
Os agradeceré vuestras críticas o comentarios.
Bueno, allá vamos. Viva la amistad que nunca muere si es con
mayúsculas, pase el tiempo que pase.
Abrazos de luz y feliz semana.
Con cariño.
Sinforoso siente cansancio, está harto. Tanto oír la palabra
amistad y, sin embargo, de él nadie es
amigo ya.
Eloísa, siempre experta en almendros, en cambio, nunca cree
haberla escuchado. Ella, tan deseosa de ayudar y sin saber cómo ser amiga.
¿Y el paraguas? Es conxciente de que tan solo es querido en
razón de su utilidad por lo que ni le es dado ofrecerla ni recibirla. Claro, es
un objeto y dicen que ese sentimiento se
reserva a las personas en exclusiva. ¿Cómo él va a ser amigo de un banco o de
una cartera?
A Sinforoso le gusta pasear. Más ahora, en otoño, que el
campo muestra colores nuevos y olores distintos tras el estío.
Eloísa aguarda. Eternamente ha sucedido lo mismo. Sabe que
alguien llegará hasta ella aunque solo sea durante un instante. Cómo le
gustaría que quien quiera que, hasta allí arribara, lo hiciera para quedarse.
Es octubre. Es tiempo de sacarle del armario, no sea que
vaya a llover y eso que ya se sabe: que no lo llevas, te calas; que lo llevas,
no cae ni una gota.
¿Quién es Sinforoso?
¿Quién es Eloísa? ¿Quién el paraguas?
Hace muchos años, parece mentira, el anciano Sinforoso sí
tuvo una amiga. Muchos creyeron que era su mujer aunque, en realidad, nada más
hubo entre ellos que un sincero afecto lleno de complicidades.Después del
accidente trabajó mucho llevando ilusión aquí y acullá, haciendo de payaso,
alegrando a todo el mundo pese a que él, en numerosas ocasiones, estuviese
triste. Se vació la maleta de la chispa que provocaba risa y se quedó sin nada.
¿Sin nada? No, con un paraguas que fue sombrilla de la guapa equilibrista, su
amiga a la que le obligaron a abandonar porque no era ni su marido ni formaba
parte de su familia.
Eloísa tenía su casa junto al almendral. No recordaba cómo
había llegado hasta allí. En su cabeza había una nada que quería recordarle a
todo. Al principio esto la enloquecía, pero aprendió a ignorar y a mecerse en
la placidez de la rutina alfombrada de hojarasca, ciclos de cosechas y
transitar de visitantes que marchaban ignorándola, como sin verla. No lo sabe,
pero a su puerta alguien llamará. Ella no atenderá porque está sumida en su
laberinto perpetuo sin salida.
Es que un particular ha encontrado esa especie de cabaña un
poco desvencijada y le parece escuchar algo que podría… Se dice que son
alucinaciones de viejo chocho. Se ha secado el sudor que perla su frente y ha
continuado caminando. ¿Y el paraguas con el que se acompañaba a modo de bastón?
Lo deja olvidado. Pasará un rato hasta que se percate del despiste, tan sumido
está en sus cavilaciones que ni cuenta se ha dado de que no lo llevaba.
La anciana olvidada sale para no sabe qué. Tropieza. ¿Qué
será? Se agacha y lo ve. Comienza a recordar: un vuelo en el aire del alambre
al trapecio, una… ¡sombrilla! Sí, su amiga, aquélla con la que hacía juegos
malabares y tanto flirteó incitando. La abraza al percibir, cuánto tiempo hacía
que no lo sentía, calor en el alma.
Sinforoso no ha podido avanzar sin regresar allá donde dejó
su, entre comillas, bastón abandonado.
Está seguro de que lo hallará, pero la sorpresa sustituye a su seguridad. ¿Qué
habrá sucedido? ¿Llamar otra vez a aquella puerta? Si antes nadie ha respondido,
¿para qué voy a repetirlo?
Duda entre insistir, continuar _total qué más da a esas
alturas de su existencia_ o pasar.
Entretanto, Eloísa descorre el velo de la memoria. La nada
se llena con recuerdos. Amigo, amigo, amigo.
El paraguas, recuperada su verdadera condición de sombrilla,
abrazado, se sabe querido y quiere. ¡También para él tiene significado la
palabra amistad.
Eloísa torna afuera. Mira al cielo vestido ya de luna y
estrellas, mira en su derredor, observa con ojos nuevos sus viejos entornos. Ve
una figura que se aleja, ¿la reconocerá? ¿Saldrá en pos de ella? Está tan a
gusto con su querida sombrilla y su recién recobrada memoria que no se atreve a
moverse, por si pierde pie aunque… un grito brota impetuoso de su seno:
¡¡amigooooo!!
Sinforoso se detiene, vuelve la vista sobrecogido. ¿Qué
grito ha sido ése? ¿De qué garganta procede? ¿De su hueca cabeza? ¿De la noche?
¿De…? ¿Aún le quedará una oportunidad?
3 comentarios:
Precioso relato amigo Alberto y bienvenido otra vez al tajo literario. Como bienvenida sea siempre la amistad y la esperanza y los buenos recuerdos que adornan, hoy, tus palabras.
Esperemos saber encontrarlos entre tanta hojarasca y, en todo caso, usemos el reclamo, colorido y alegre, inocente también, de una bonita sombrilla, abierta, que se distingue, como un silencioso grito, entre la multitud. Un abrazo.
Paco, muchas gracias por tu comentario. Me ha encantado el análisis que haces del texto. Que el viernes nos veamos.
Buena semana que pueda acabar con una comida entre amigos para celebrar amistad y literatura.
Un abrazo de luz y fuerza.
Muy bueno tu relato Alberto, tienes un don de unir las palabras para transportarnos a los lugares y a las situaciones que describes y lo más importante para involucrarnos con lo emotivo.
Un abrazo y que sigas tan productivo!
Lili.
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