domingo, 28 de febrero de 2016

La mejor decisión



Buena noche, éste es el cuento que surge a partir del reto que me lanza Pilar, una niña burgalesa a la que conocí en mi excursión a Santo Domingo de Silos y que esta tarde, al pedirle una idea para él, me daba aquélla según la cual los padres de unos niños morían y pasaban a ser cuidados por los tíos. Ahí es nada. Jejejeje.
En fin. Feliz semana llena de aniversarios. Un abrazote.

La mejor decisión

¿Qué otra cosa podían haber hecho aquellos ancianos. La edad, su situación económica, sus fatigas… hacían previsible que tomaran otra decisión pero el recuerdo de una frase les hizo inclinarse por hacer lo más inesperado e ilógico.
A los ancianos Pilar y Manuel les llega la noticia despiadada de que el hermano de aquélla y su mujer, Antonio y Rosa acaban de morir mientras realizan uno de sus viajes de solidaridad a la lejana India. Parece ser que uno de los trenes Shatabdi  de la Indian Railways, a pocos kilómetros de llegar a su destino en Bombay, descarriló. Poco importa a qué se deba semejante catástrofe, si a las lluvias monzónicas o a la sobrecarga de pasajeros o qué más da.
El caso es que tendrán que asistir a la repatriación y demás trámites funerarios, a las alabanzas que nacen siempre después del peor día, aquél en que uno se muere y a los lisonjeos de unos y otros.
Pero a los buenos de Pilar y Manuel, que pasan sus días en el pueblo, el problema que les quita el sueño, más allá de la desolación de haber perdido a un hermano y una cuñada con los que tampoco es que tuvieran una estrecha relación, es la situación que se plantea con las niñas que iban adoptando cada vez que volvían de un viaje. No se ven capacitados para asumir semejante responsabilidad. ¿Cómo van a saber criar ellos, desde su ignorancia y ancianidad, a una adolescente rusa que trajeron de Astracán, a dos mellizas chinas y a otra casi bebé que vino de no saben qué país africano, de ésos negritos del África Tropical, como cantara la canción?
-Mujer, lo mejor sería que los de los Servicios Sociales los reasignen a otras familias. Tampoco son tan mayores como para que hayan forjado lazos de hermandad. Que no estando el hilo de la sangre como telar, los lazos no se anudan igual.
-Sí, marido. Eso debiera ser, pero es que no puedo dejar de pensar en aquella frase que mi hermano me dijo una vez, al principio de todo, cuando yo le reprochaba que se fuera a esas tierras de Dios a ayudar, dejando aquí todo. Me dijo: “hermana, el día en que el Amor no me deje ciego, estaré muerto.” Me pidió que le dejara vivir. Y es que yo no dejaba de recriminarle y decirle que estaba ciego por irse de casa y dejarnos abandonados.
-Sí, sí. Todo eso está muy bien. Él se iba a arreglar el mundo, mientras a ti te dejó la vulgaridad de sacar adelante la casa y a cuidar de tu madre con su Alzhéimer y todo y a sacrificarte por ella. Que no, mujer, que no te reprocho nada. Mientras el Antonio y la Rosa se dedicaban a arreglar el mundo, tú y yo nos quedamos en este pueblo, cada vez más aislados. ¿Y ahora qué? ¿Ahora pretendes que nos traigamos a las cuatro mocosas y que las adoptemos? ¿Tú te crees que se van a adaptar al pueblo y a nosotros siendo tan distintos y estando acostumbradas a vivir en la capital? Qué sabemos nosotros a nuestra edad de cambiar pañales o de repasar la lección o de las tonterías del pavo que debe tener la rusa?
-Ay Antonio. Me dan tanta pena. Han debido de padecer tanto al nacer y ahora que tenían una familia con cariño y cuidados que tengan otra vez que empezar de nuevo me rompe el corazón. Ya lo sé. Ya sé que, porque no pude darte hijos, no sabemos ni cambiar pañales ni repasar la lección ni calmar los ardores de la adolescencia, pero sí sabemos, y mucho, de la Vida. Porque para saber de la Vida no hay que ir a la Universidad ni recorrer el mundo. Para saber de la Vida hay que vivir y tú, como yo, hemos vivido mucho. Hemos vivido una guerra y lo que vino después y nos hemos adaptado a muchos cambios y sabemos lo que es sufrir y lo que es sacrificarse y lo que es luchar. Pero también sabemos reír cuando es fiesta y bailar y cantar, que anda que no se te da bien a ti eso de las palmas y a mi las castañuelas, que bien que nos han envidiado siempre cuando nos subíamos al escenario de la verbena.
-Ay Pilar, Pilar. Se ve que tú también estás ciega. Te ciega la bondad y el corazón.
-Puede, Toñuco pero, como mi hermano me enseññó aquella vez, también yo quiero seguir viviendo aunque me ciegue el Amor. Acogeremos a las criaturas y las cuidaremos y querremos como si tuvieran nuestra sangre y les daremos lo mejor. Y tú, aunque refunfuñes, también las querrás y les enseñarás tus historias de cuando ibas de viaje a comprar huevos o cuando me conociste cuando buscabas unas hierbas para curarte el mal de muelas y yo te hice el emplasto que te lo curó.
Y sí, la decisión que tomen Pilar y Antonio será la mejor porque ellos ejercerán de padres a sus más de setenta años y las niñas les cojerán pronto cariño porque son hijos del abandono y la miseria. Al principio les costará adaptarse, claro, porque en aquel pueblo blanco cordobés no hay Metro ni grandes distancias y ruidos de ciudad. Pero el pueblo se colará en sus venas y aprenderán a jugar entre la tierra y el río, a ser constructores de juncos y dibujantes de amapolas y margaritas.
Los del pueblo también aprenderán a querer a esas personitas tan diferentes y aún más sabrán querer al Antonio y a la Pilar. Todos echarán una mano dándoles consejos o prestándose para dejarles cuadernos y libros.
Los años pasarán y las niñas crecerán queriendo a esos padres tan especiales que también se apagarán porque la cera de la Vida se acaba siempre consumiendo.
Y sí, un día las cuatro hermanas deberán consolar a su madre porque el Antonio se morirá una madrugada de finales de abril, como si quisiera que le aprovecharan para vestir el patio siendo un farolillo más entre las flores perfumadas. Y pocos meses después, porque de otra forma no podría haber sido, también habrán de consolar, pero esta vez a ellas mismas, cuando encuentren dormida para siempre a su madre el día de la verbena de agosto, aquella misma verbena en la que reinara tantas veces junto a su Antonio como el mejor dúo del cante y la castañuela.

  


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