domingo, 19 de enero de 2014

El extraño compañero de cama

Buena noche de domingo.
Que estéis bien y os haga sonreír esta historieta nupcial.
Con cariño.
Paz y bien.

El extraño compañero de cama

No podían recibir mejor regalo de bodas. Ana y Carlos se casaban, al fin. Una relación, primero de amistad; y luego, de apasionado noviazgo les conducía, de manera natural a ese desenlace con forma de enlace, enlace matrimonial.
La abuela de Ana quiso hacerle a su nieta predilecta un regalo especial, cargado de simbología. Se trataba de una cama de cabecero niquelado y torneado con figuras abigarradas. Era consciente que las modas mobiliarias del siglo XXI poco tenían que ver con las de finales del XIX, pero en ella, doña Virtudes había sucumbido a las más traviesas tentaciones. Un tálamo amplio, que había resistido, cual navío surcando los más bravos océanos, amores tempestuosos y acontecimientos con horizontes de futuro: promesas, confidencias y nacimientos.
A Ana, las historias y chismes de la abuela Virtudes siempre la habían subyugado y estaba encantada con semejante presente, cargado de pasado.
 No veía el momento de estrenarlo. Cierto era, que el colchón no sería ya de aquellos de lana, bareados a golpe de bara, sino del moderno látex, hasta para esto valía el hijo del caucho.
Carlos, cedió ante la ilusión de su Anita, aunque a él le pareciera un trasto anticuado y que desentonaba, por completo, con el estilo decorativo del piso en que viviría la atortolada parejita. Frente a lo funcional, aquella antigualla. En fin, todo fuera por el fogoso entusiasmo pasional de su amada.
Y llegó la gran noche.
Y el pobre Carlos, sería a causa de los efluvios alcohólicos de la cena nupcial o por lo que fuera, el caso es que percibió la presencia fantasmal de un vejete ataviado de camisón y gorro con una lujuriosa sonrisa y mostrando, vela en mano, un diente de oro.
Con semejante testigo, a más de los lazos, broches y corchetes con que venía adornada su, ya, señora esposa, no pudo hacer otra cosa que saludar al inoportuno invitado, dejando para la noche siguiente consumaciones supuestas, que lo demás hacía tiempo ya que se consumó.
-Cariño, ¿viste algo anoche?
-Amor, anoche no pude ver otra cosa que las filigranas del piecero ante tus musicales ronquidos.
-¿No viste al vejete?
-¿Al vejete? ¿A qué vejete? No sería que veías visiones con cara de gin tónic y cuerpo de mojito? Es que mira que te pusiste bueno.
-Oye, oye, cielito; que tú tampoco te quedaste atrás con la caipiriña, ¿eh?
-Y bien buena que estaba.
-Sí, sí, pero el vejete…
-Que no, que no.
-Mírale, ahí viene de nuevo. ¿Oiga, déjenos en paz para que pueda hacer la guerra con mi mujer.
-Pero, cariño… ¿qué hablas? ¿Qué dices? Esa resaca…
-¿No te contó tu abuela alguna historieta de un viejo con diente de oro y vela en la mano?
-Pues… no. Ya le preguntaré. ¿No me vas a dar ni un achuchón? Ya no digo un beso, qué menos. Qué hombres éstos. Se casan y ven visiones.
Ana se levanta enfurruñada. Bonito día de tornaboda. Vaya futuro que le espera. Su marido viendo visiones y ella quedándose a dos velas. Hablaría con la abuela, no sea que hubiera algún mal fario.
-Abuela, ¿tuviste algún lío con un anciano de diente de oro?
-Vaya, sí, jijiji. ¡Un pirata! ¿No te lo conté? La última vez que le vi, fue cuando le rechacé por venirse en camisón, pantuflas y gorro de dormir a rendirme amores. Parecía un espantapájaros.
-Pues, abuela. Carlos está empeñado en que anoche se pasó la ídem haciéndonos compañía. Así que me quedé sin vela ni mecha que prender.
-Dios mío, ¿y qué ppodemos hacer?
-Como no sea que esta noche duermas tú con mi Carlos y si viene el pirata que Carlos se vaya al sofá para que tú le aclares que ya no es sitio para él esa cama.
-No sé si a tu señor marido le hará gracia el cambio.
-Carlos hará lo que sea para quitarse de en medio a semejante tipo.
Dicho y hecho. Carlos se tomó otro par de mojitos para pasar el cambiazo de pareja y cuando el pirata de la vela se asomó al travesero le hizo un quiebro para dejarle espacio, mientras él se esfumaba.
Lo que hiciera Virtudes con su diablo no se sabe, como tampoco lo que dejara de hacer Ana con Carlos, el caso es que la tercera noche no hubo ya lugar ni a los mojitos ni a los piratas ni a las velas, pero a lo que sí hubo fueron a los combates de amor, asaltos y soflamas de pasión.





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