domingo, 4 de agosto de 2013

La excursión



Comienzo agosto con este nuevo cuento, que tiene reminiscencias veratas. ¿Realidad? ¿Fantasía?
Que estéis bien.
Feliz semana.

Qué felices se las promete el anónimo protagonista de este cuento que no es cuento sino historia, la veraniega mañana en que se dispone a emprender un nuevo paseo.
El tiempo no puede ser más agradable. El frescor lo inunda todo y sus sentidos reciben evocadores estímulos de trinos, y fragancias de plantas, en su máximo esplendor.
Su espíritu se halla bien dispuesto a la aventura, ilusión y entrega son suscompañeras de viaje.
¿Hacia dónde dirigir sus pasos? Podría orientarlos playa adelante hasta el rompeolas del espigón y penetrar las oquedades  esculpidas por espumeantes olas de mágico mar. Podría también dirigirse hacia las huertas de higueras, albaricoques y perales, árboles preñados de dulces frutas que se ofrecen cual muchachas en flor. No termina de decidirse. ¿Y si se dejara llevar? No, mejor preguntará a la señora del cántaro que hay junto a la fuente de enfrente.
Sí, así lo hace y ella le indica la senda:
-Ve en busca de la joven de la cascada que hallarás entre robledales y castaños.
-Ah, sí; buena mujer. Pero… ¿cómo llegaré hasta allí?
Por respuesta sólo escucha el rumor cristalino del agua que mana en la alberca.
Bebe de ella y la claridad se abre en su mente.
Sabe que llegará, o tal vez sean simplemente ensoñaciones de frustrado explorador. Qué importa. No tiene prisa, nadie le aguarda, está solo en el lugar.
Toma el camino de tierra que se adentra hacia el Norte, cuesta arriba. Claro, el bosque y la cascada deben de hallarse allá arriba, entre las montañas.
Sigue y sigue. Nadie sale a su encuentro. Cierto que se va a gusto. La brisa parece querer acompañarle, también el mirlo y el ruiseñor. ¿Y el agua?
Sí el agua también canta su melodía a su izquierda, al otro lado del barranco. Arroyo impetuoso que le atrae con su fluir y su eterno pasar. Intenta saludarlo, introducir sus manos en el cauce, atrapar una piedra mágica, de ésas que purifican pero no lo consigue. Gelidez y frialdad es lo único que siente.
Vuelve al camino. Continúa avanzando hasta que percibe cómo el entorno se va ensombreciendo.
La bóveda que era cielo azul se ha transformado en umbrías ramas que oscurecen el soleado día estival.
Se emociona con lo nuevo, siente que se acerca a la meta. No le importa que ahora ya no haya senda, que tenga que vérselas con raíces y espesas especies de hojarasca, helechos y líquenes secos.
Sí, a lo lejos el agua se oye brava, indómita. ¿Será la cascada?
Quiere correr, se precipita y lo único que consigue es caerse. Se aferra a un esponjoso tronco cubierto de musgo.
-¿Qué buscas hermoso galán?
Una voz de seda, así, le ha interpelado. Es dulce, sensual, sugerente. Ha olvidado que siempre le previnieron contra los cantos de sirena. ¿Cómo no lo iba a olvidar si las sirenas sólo habitan en los mares?
Alza la cabeza en dirección a la voz. ¡La ve! Está desnuda, sólo la cubre el cabello de rizos cobrizos. Nunca vio nada igual, sus rotundas curvas, su brillo, su llamada. A él, eterno solitario, huérfano de amor y placer de mujer siempre soñando con tales y siempre despertando sin ellos.
-¿Vienes?
Él no sabe qué responder. Tan solo se deja llevar. SE esfuerza por convencerse de que algo tan hermoso vaya a sucederle a él. ¿Será posible, al menos por una vez?
Sus manos son tomadas por las de la aparición y se deja conducir a un lecho de hierba y flores. Se tumban.
La cascada sigue atronando como banda sonora del mágico encuentro de salvaje pasión.
No sabe, siente que ha sido feliz pero tendrá que regresar. ¿Cómo lo hará?
Claro, le preguntará a ella.
-¿No te lo dijo la mujer del cántaro?
-¿La mujer del cántaro? Sólo me dijo que viniera hasta aquí, en tu búsqueda.
Silencio y huida. Se queda solo. La llama pero no le contesta. Una risa triste, como si chirriara, reverbera mezclándose con el fragor de la cascada. Y el eco de unas palabras extrañas:
-La mujer del cántaro es una estatua. Yo soy una bruja. El agua es mi hechizo. Muchos vinieron, ninguno regresó.
No se rinde, anda y anda, no encuentra la salida. Tropieza con lianas, troncos y piedras. La noche se ha adueñado de todo. El agua ya no se oye. ¿Dónde habrá ido? ¿Dónde habitará la joven? ¿En alguna cueva?
Si aún pudiera mirar al cielo y preguntarle a él. Quizá la luna o alguna estrella amiga le guiarían. Pero no puede. ¡Es ciego!
Qué loco osado. Empeñarse en recorrer caminos nuevos.
De nada le sirve el bastón en semejante laberinto.
Ah, bueno. Su nuevo teléfono móvil le sacará.
Oh, no. No habla, no le responde. Se ha apagado. Está perdido, inmisericordemente extraviado.
¿Qué puede hacer? Todo le había parecido tan fácil a la subida… Las referencias auditivas, la punta del bastón marcándole la cuneta, la intuición…
Nada se escucha, no encuentra senda alguna.
Sí, algo sí se percibe: próximos pasos de animales salvajes en busca de alimento.
¿Subirse a un árbol? Cómo iba a hacerlo.
¿Correr? ¿Hacia dónde?
¿¿Acurrucarse y dejarse vencer?
No, no, no. Seguir hacia adelante. No rendirse, intentarlo hasta que le queden fuerzas.
Con algo nuevo se topa. ¡Es una pared de madera y adobes! Es una cabaña. La rodea ilusionado. Encuentra un portillo abierto. No sabe dónde está y tampoco le importa, sólo comprende que aún le queda la esperanza, que alguien sigue velando por él.
 -Pero, hombre de Dios. ¿Qué hace solo ppor aquí? ¿Y no ve nada?
-No, tan solo quería pasear y conocer la zona.
-No es de por aquí, ¿verdad? No debe de serlo, porque si lo fuera no habría llegado hasta estos parajes malditos. ¿Se encontró con la hechicera?
-Sí, ella debió ser.
-¿Y le dejó marchar? No veo que tenga marcadas sus garras. Increíble maravilla.
-Seguramente como soy ciego no tuvo miedo que dijera que la había visto. Cómo iban a creerme, un ciego y encima forastero hablando de la joven de la cascada.
-Bueno, bueno. El caso es que aquí está. Ya puede quedarse tranquilo. Yo había venido a revisar los cepos y ya vuelvo para el pueblo. ¿Se viene conmigo? Ande, que le llevo.
-Ufffff, muchas gracias.
En el hotel se extrañan de que llegue tan tarde. Les habla de su excursión. Sí, les habla de lo bonita que ha sido, pero lo que también hace es omitir su apasionado encuentro de amor. Total, no le creerían…
¿Volverá alguna vez en busca de la cascada? No debería tentar a la suerte, pero es que fue tan hermoso el placer al que le condujo su hechicera que…  quién sabe.





  
  
  











1 comentario:

Rosa Sánchez dijo...

¡Que vengan a mí brujas como ésa!, pensará más de uno al leer este relato. Jejeje. Las brujas ya no tienen verrugas, ni son viejas ni feas. uhmmm. tenías razón, Alberto: ya nada es lo que era. Y si hay que correr ciertos riesgos por pasar un buen ratito por ahí con una bruja como ésa, pues se arriesga uno, eh. Jejeje. Me ha encantado la belleza descriptiva de tu relato, como siempre. Un encanto. Al final el hechicero es el narrador... Que lo sé yo.

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