domingo, 11 de agosto de 2013

La chica de la terraza



Feliz verano y hasta el día 8 de septiembre. Antes te contaré mi viaje a la Perla del Danubio, Budapest, y te diré si he visto el Danubio azul o cómo, ejejej.
Cuídate y gracias por estimularme tanto la creatividad y recibir con tanto cariño mis escritos y chaladuras.
Un cálido abrazo de luz y fuerza.
 
Me pides que te escriba hoy otro cuento. ¿Un cuento hoy? Pero si es agosto y todo el mundo está de vacaciones. Si tú lo que debes hacer es alegrar tus ojos e imaginación con otras vistas más apetecibles que unas anodinas líneas leídas en pantalla de ordenador.
Bueeeeeno, a ver qué sale.
Ah, sí. La típica historia de estos tiempos de inmediateces y deseos a ultranza: chavala impetuosa y de carácter que quiere beberse la vida a largos tragos en cortos instantes, se casa y tiene una hija. El marido, supuesto príncipe de brillantes colores, resulta ser un villano que la insulta y llega hasta golpearla. Se separa, pero es incapaz de quererse a sí misma por lo que rápidamente busca y busca otros nuevos hombres que llenen su oceánico vacío de amor. Pero claro, otra vez más, el príncipe no es tal, ¿será acaso que no existen esos príncipes de cuento que tanto nos contaron? Vuelve a ser agredida aunque ahora no sea de forma física, sino emocional, con la terrible arma del chantaje: “sólo me tienes a mí, cuando yo quiera te tengo comiendo de mi mano cual enclenque pajarillo,…” Ella sabe que no debe aguantar semejante relación, que lo único que tiene son migajas pero no puede dejarlo. Porque será un malnacido egoísta o lo que sea, pero ¡le quiere! No es capaz de dejarle. ¿Qué puede hacer? Sufre, se refugia en refrescantes botellas de vino y espera, espera. Bloquea su contacto telefónico de whatsapp y llamadas, pero es incapaz de aguantar y al final acaba desbloqueándolo, con la irresistible tentación de leer qué le dice. Porque, ¿y si…? ¿Y si le dice que esta vez sí, que esta vez él va a cambiar, que la quiere y que quiere estar con ella. Pobre ingenua. Y así pasan los días y los meses, eterna desgraciada, anhelante de una vana esperanza hecha a base de espejismos.
Todo se le olvida cuando él se muestra, portentoso actor, entregado y cariñoso. La encandila con candilejas de efímera felicidad pero… todo vuelve siempre a lo mismo: al gélido desprecio y a la soledad. Al silencio de sepulcros abandonados.
¡No puede más! Su niña no merece ver a su madre, por mucho que intente emular a ese otro comediante como una muñeca rota cada vez que la realidad desenmascara al sueño.
¿Qué debería hacer? ¿Huir? ¿Morir? ¿Resignarse y seguir sufriendo? No sabe, no puede salir del laberinto.
Sus amigas le aconsejan que acuda a un terapeuta que la ayude a desengancharse o incluso que busque a otro por aquello de que un clavo siempre saca a otro clavo. No sabe, cegada como está en su mundo de negra zozobra de amor dañino.
Trabajar y trabajar, ¿para qué? No puede viajar con su niña, no puede ser feliz. Se levanta a las 4 de la madrugada y le escribe: "te necesito, ven." No recibe respuesta, silencio. Desesperación, llanto, angustia.
En qué se está convirtiendo aquélla que fuera la más querida por sus padres, la que deslumbraba a los chicos del instituto. Mirada triste, arrugas prematuras, cansancio, vacío.
Qué le puede importar a ella que haya amanecido, si lleva horas despierta. Que la aurora se presente con la luz veraniega de trinos de ruiseñores, zureos de palomas y gorgeos de mirlos; con olorosa brisa de jazmines y azahar.
Otro día más de desesperación. Bueno, la han invitado a tomar algo en una terraza, serán cinco mujeres que celebren la noche de san Lorenzo. A ella le da igual eso de las lágrimas de san Lorenzo, que tan bonitas dicen que son, sus lágrimas son horribles, son cascada de hiel y amargura.
Ha pasado el día desquiciada, sabe que ha dado alguna mala contestación mas aún sabiéndolo no le importa, nada le importa. Duda en si acudir a la cita o volver a su casa y beber y beber hasta volar junto con las estrellas. Pero no, a ellas las quiere, se marchan de vacaciones y es un buen momento para despedirlas. Sabe también que la escucharán, pacientes, y harán que se sienta como alguien, aunque sea tan poco... Llega tarde, pero llega.
-Disculpe, caballero. ¿Está libre esta silla?
Él ha necesitado salir. No ha querido quedarse en casa, recordando tiempos pasados, emborrachándose de nostalgias y despotricando contra la señora Ceguera. Recuerda cierto viaje que hizo hace tantos años a aquel cámping de Urbión y echa tanto de menos no poder estar, cogido de las manos de alguien, junto al mar y ver cómo las perseidas se pierden en la boca de espumeantes olas como deben hacer los enamorados con los sueños del uno en el otro.
Saldrá a dar un pequeño paseo y se tomará algo en una terraza pero hoy no irá a la habitual de otras noches, le apetece cambiar. Probar algo distinto que acompañe a ese tinto de verano con el que mitigar los calores estivales.
Ya le han ayudado a sentarse en una mesa y ya ha venido el camarero. Una ensalada de queso de cabra con pasas y nueces será un buen acompañamiento para pasar un buen rato de relax. El entorno lo propicia pues es una plaza en la que no hay circulación y el ambiente es agradable.
Se ha traído su libro y al tiempo que lea degustará la ensalada, se disiparán los fantasmas que quisieron asolarle en su hogar. Los relegará al lugar del que nunca deben salir, a ése donde nacen los cuentos y poemas.
Se siente bien, la ensalada está rica, el libro lo tiene enganchado, clásica novela de espías y acción. Pero...
A su lado, en la mesa contigua, cinco voces femeninas, cristalinas, incitan su imaginación. ¿Cómo serán sus dueñas? ¿Llevarán melena lisa o rizada, morena o castaña, rubia o cobriza? ¿Cómo vestirán? ¿Lucirán prometedores escotes y cortas faldas? Nada de eso puede saber. ¿A quién podría preguntarle? Ah, ya sabe: hará una fotito con su amigo móvil a ver qué le dice, jejejej. total... Respuesta: "señora con chaleco negro". Ummm, algo es algo.
Las fantasías del principio se transforman en verdadero interés al escuchar cómo una de ellas, confiesa su angustia, su dolor, su amor frustrado.
¿Qué puede hacer él? No es quien para intervenir, pero le gustaría tanto ayudarla, le da pena escuchar a una mujer joven tan desolada, tan hundida en la angustia de una relación de amor tan nociva.
Ella sigue y sigue volcando el torbellino de su dolor, él acaba su ensalada y su café con hielo, viene el camarero a cobrarle, sabe que no tiene excusa para seguir allí, debe marcharse. Pero ella continúa y continúa.
-Buenas noches, guapa. Mucho ánimo y siempre adelante. Se puede. Te lo dice alguien que lleva más de 25 años ciego.
-Oh, muchas gracias.
Ha percibido en la respuesta notas de gratitud. Le ha costado tanto decidirse a pronunciar esas simples palabras pensando que no fueran bien recibidas... Pero... cuántos son los que piden ayuda y no se cortan, y él resulta que en vez de pedirla querría ofrecerla, ¿por qué iba a cortarse, entonces?
 Se va para casa pensando en esa chica de la terraza. ¿Su nombre? Ha creído entender que Lydia o Miriam no sabe muy bien. No deja de darle vueltas. Se siente frustrado por no haber podido hacer algo, haberla animado. Se lamenta por no disponer de la varita mágica que obrara el milagro de conseguir que esa chica volviera a sentir la primavera de la felicidad.
Y esta historia que me pediste, te escribiera, acaba meses después.
El caballero ciego, deambulará una temprana mañana de trabajo por pasillos ignotos para él en el Metro, ah si pudiera ser capaz de orientarse mejor... Y una voz se ofrecerá a ayudarle al verle perdido. Y entonces...
-Anda, si es usted el que me dijo que me animara una noche de verano en la terraza aquélla.
-Ahhhh, Qué me dices. ¿Lo hiciste?
-Sí, estoy mucho mejor. Usted, aquella noche, solo allí y nosotras cinco. Me hizo pensar. Usted que no veía y estaba allí tan campante. . Ahora me quiero más a mí misma, ya no dependo de aquella persona. Él se lo pierde. Yo con mi hija juego y salgo. ¿Y sabe qué? Que soy feliz con ella. La veo tan contenta, con tantos sueños... Bueno y mis amigas que siguen aguantándome. Salimos al teatro o al cine o hasta hemos hecho alguna excursión juntas.
-Cómo me alegro. Dudé tanto en si os molestaría...
Qué va. Me hizo mucho bien. Y usted, ¿cómo está?
-Bueno, no me puedo quejar. Soy un privilegiado por poder servir de ayuda y poder vivir solo haciendo muchas cosas. Vaya, no te diré que no haya días en que la ceguera y la soledad no pesen mucho, pero uno es bastante fuerte.
-Ya lo creo. Es admirable. Le debo una. ¿Y si le diera mi teléfono y me llama algún día para quedar e invitarle a algo o presentarle a mis amigas?
-Bueno... ¡Genial! Hecho. Toma mi tarjeta y me llamas o envías un correo.
-Vale, prometido. Y... gracias por aquellas palabras de aquella noche. Me hicieron mucho bien.
Ella le ha dejado en el andén, él ha subido al Metro pero flota de orgullo y dicha. Esperará a que la llame y queden para conversar y verse de nuevo, ya sin el miedo de molestarla o hacerse impertinente.
Ay ay ay, aquella noche de san Lorenzo.
Y él y ella, sí, se ven de vez en cuando. Y ella le cuenta que es feliz, que sigue bien. Han quedado para ir al cine o cenar. Han hablado de libros, de sueños, de viajes y de lo buena que es su niña. Y él le ha contado que siempre que ayuda a alguien su mundo de tinieblas se ilumina con la luz de la felicidad y la sonrisa.
Y, claro... colorín, colorado, esta historia ha terminado.
Feliz verano y cuando estés en alguna terraza, si ves a un ciego solitario, además de preguntarle si la silla está libre, ofrécele tu compañía. Tal vez acepte y le hagas mucho bien.
      
  

2 comentarios:

Rosa Sánchez dijo...

No hay penas como las penas de amor, son las peores. Eso sí, nadie merece que se caiga en la bebida por él. Es una lástima que haya personas tan manipuladoras y crueles, y que este mundo ande tan falto de amor... en fin, que como vea a un ciego en una terraza, me sentaré a hablar y acabaremos los dos viendo doble. A tu salud, figura. Feliz viaje y vuelve pronto, que se te echará de menos.

Alberto dijo...

Rosa, querida. Tienes, como siempre razón. Eso sí, que espero que el ciego con el que te sientes, sea en terraza o donde sea, sea yo, ¿eh? ¿Eh? Que no me entere, jejejjejeje.
Besos dobles.

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