sábado, 29 de septiembre de 2007

Mis formas de leer.

La lectura, qué gran pasión. Pero, ¿cómo alguien como yo, con mi ceguera, puedo saciarla?
De niño siempre recordaré la ilusión con la que esperaba la llegada de mi padre de sus viajes porque ello significaba que nuevos cómics vendrían con él para mí. Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, El capitán Trueno y, como si de una premonición se tratase, Rompetechos con sus peripecias de cegato.
También recuerdo cuando tuve entre aquellos cómics la historia del ratón Pérez y cómo éste vigilaba para, a cambio de un regalo, obtener los dientes que se les caían a los niños y llevárselos para sí.
Y mi primer libro. Una vecina de mi abuela, la señora Pilar, me lo regaló. Su título: La isla del tesoro. Cuánto no soñé con su lectura. Aquella lejana isla a la que viajaban los malvados piratas en busca del tesoro.
Pero pronto mis ojos fueron nublándose y cada vez me suponía más esfuerzo asomarme a todos esos mundos que encerraban las páginas de los libros. Las letras se me hacían hormigas negras que corrían sin que pudiera alcanzarlas. Tanto me acercaba a las hojas pegándome a la bombilla que llegaron a quemarse. Así hubo un tiempo en que dejé de alimentarme.
Entonces descubrí que había un servicio en la organización de ciegos de mi país, que se llamaba Libro Hablado y que consistía en escuchar unas casettes en las que no había música; había libros leídos por personas que nos los ponían, así, al alcance del oído. Volví a soñar y a experimentar el placer de la pasión de la lectura.
Pero quería más. Quería tener el libro en mis manos, tocarlo, sentirlo cerca y acariciar las palabras, saber cómo se escribían. Aprendí el sistema braille. Y supe de nuevo lo que era leer, leer de verdad, por uno mismo. Cuánto no debo agradecerle a su inventor, Louis braille, que nos dejara su legado.
Y llegamos a hoy. La tecnología ha avanzado: disponemos de libros en discos con sonido digital, obras en formato electrónico y bibliotecas digitales.
Ahora sí os aseguro una cosa: cierto es que leo de cualquiera de las formas que mi vista nublada y la tecnología me permiten; pero como leer con los dedos no hay nada.

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