domingo, 27 de noviembre de 2016

El encuentro del Café Novelti



Dedico mi cuento dominical a Mercedes Reinosa por querer visitar Salamanca no sólo mirándola a través de la vista, si no contemplándola con todos los sentidos. Gracias por su amistad y comprensión.

El encuentro del Café Novelti

El viajero solitario camina por las sobrias calles de la ciudad del Tormes. Busca la musa que le inspire en su ceguera de escritor perdido. Muchos son los lugares recorridos, pocos en los que se ha sentido pleno de luz creativa. Intuye que esta vez sí lo va a conseguir, que volverá a encontrarse con aquélla que mueva sus dedos por la sensual y tentadora piel de la Literatura. No sabe, busca, persigue sin descanso una luz que él sabe bien, vedada para siempre. Desemboca en la Plaza Mayor, recorre despacio sus soportales.
-anda, Mercedes. Vamos a hacer una paradita en ese café tan chulo, que tanta Cultura da mucha sed. No veas cómo tengo los pies de patear esta ciudad. Que sí, que está genial pero que ya no doy más de sí.
-Hija, Ana, si queremos ver cosas, habremos de caminar. Pero, sí; entremos en ese café de tanta Historia e historias como es el Novelti. Es uno de los sitios que marqué en la guía como imprescindibles. ¿Sabes que fue inaugurado en 1905 y que es uno de los más antiguos de España?
El viajero franquea las puertas del Novelti. Recuerda que allí tuvieron asiento insignes como Unamuno, Ortega y Gasset, Martín Gaite  o Torrente Ballester; que fue allí donde nacería Radio Nacional y que las tertulias literarias alcanzarían categoría de magno acontecimiento. Mesas de mármol, sillones de piel, decoración suntuosa, consumiciones bien servidas. Se sentará allí y escuchará. Qué otra cosa habrá de hacer. Lo suyo es escuchar, observar, soñar, escribir. Solitario siempre, viajero que nunca termina de encontrar su Ítaca o acaso es que no exista para él, como tampoco la Penélope que tanto ansía conocer..
-Ufff, qué chulo es todo esto, Ana. ¿Te imaginas? ¿Te imaginas que nosotras fuéramos escritoras. Abriríamos un cuaderno en blanco y con la pluma trazaríamos letras al aire.
-Yo ahora lo único que me imagino es una cerveza bien fría.
-En ese cuaderno escribiríamos la historia de un valiente príncipe que simula ser mendigo y una cautiva mora de ojos negros como la noche y voz sensual como de madrugada.
El viajero se ha sentado en una de las mesas del fondo. Pedirá un café solo, solo como él y se pondrá a contemplar, oído en ristre. No lejos de donde él se encuentra, las voces de dos mujeres conversan animadas. De entre el resto, son ellas las que más le llamarán la atención. ¿Tal vez por la discordancia de la una y la otra? ¿Acaso por lo prometedor de lo que transmite una de ellas? Sí, ésa que fabula un cuento de príncipes valientes y moras cautivas tan cercano a las leyendas románticas de su siglo predilecto.
¿Cómo serán ellas? ¿De qué color serán sus ojos? ¿Y su melena? Vestirán de manera informal, no en vano son turistas, o igual no, igual son salmantinas, qué sabe él.
-Buenas tardes, señoritas, ¿me dejan que les recite un poema de pícaro estudiante?
El viajero solitario escucha y sonríe. Otro pedigüeño más. A él, igual, al momento de entrar en la Plaza Mayor también se le acercó otra poeta ofreciéndole la misma mercancía. Se ve que lo tienen bien organizado: a ellas, un galante letrista de capa y sombrero; a ellos, una damisela de saya y escote picarescos.
-No estamos para poemas ni para nada. Por cierto, vaya rollo eso de la Cueva. Mucho hablar del demonio y de sus clases y nada de nada. Humedad, muchas escaleras y angostos pasillos. Lo que sí me ha gustado es el Jardín de Calixto y Melibea.
-Bueno, Ana. Ya sabemos que a ti te va más la naturaleza, pero no me digas que no hay aquí materia de inspiración literaria. Y que no se te olvide el bueno del Lazarillo.
El pedigüeño pasa de largo, una vez que les ha dejado un pliego con un poema. Luego regresará, bien a recogerlo o bien a cobrarse alguna moneda a cambio.
 -Vaya, se me ha olvidado cómo seguía nuestro cuento del príncipe y la mora. Claro, tú ni idea, seguro.
-¿Yo? Ni idea. Ya sabes que a mí me interesan más las historias policiacas de intriga. Los amores y lo exótico te lo dejo a ti. Mira que nos llevamos bien y que viajamos juntas por tantos sitios, pero qué distintas somos.
-Disculpen… ¿qué les parece si hacemos que el príncipe salte desde el puente al río que da acceso a la mazmorra en que está cautiva la mora?
.-Ah, podría ser. Muchas gracias, señor.
-Espero no molestarlas, pero… no he podido por menos que interesarme por su cuento.
-No es molestia. Seguro que a usted también le habrá distraído el tipo ése de los poemas.
-Ah, no. A mí, no. Creo que sólo se pasa por las mesas en que hay señoras. ¿Son ustedes de aquí?
-No, hemos venido a conocer Salamanca. Pero siéntese. ¿Me querrá ayudar a ponerle fin al cuento? Mientras tanto mi amiga Ana descansa.
-¿Qué final le gustaría ponerle? Lo fácil es el clásico rescate y amor eterno. Otro podría ser más atrevido… la mora es una bruja que encanta a todos los que quieren liberarla y los convierte en piedra…
-jajajajja. Sí sí, eso me gusta.
-Ana, qué poco romántica eres. A mí me gusta que los cuentos accaben bien. ¿Y a usted?
-Bueno, me gustaría poder decir lo mismo, aunque por desgracia lo normal es que acaben mal. Si esto que ahora nos está ocurriendo fuera un cuento, puede que lo deseable es que acabara en un flechazo entre alguna de ustedes y yo, pero lo que sucederá es que ustedes se marcharán por su camino y yo por el mío. Así son los cuentos.
-¿Así? O a lo mejor no. Usted me enseña a buscarles finales a mis cuentos y yo a encontrar principios a los romances.
-Ah. No está mal, no está mal.
-Uy uy uy, cómo se pone la cosa.
-Bah, no se crean. Total, es solo un cuento. Miren, ya vuelve el poeta. ¿Qué le van a decir?
-Que se meta el poema por donde le quepa.
-jajajjajaja. Un poema que quema no es poema si no compone zalema.
El viajero sabe que los cuentos, cuentos son. Pronto pondrá una excusa y dirá que le esperan. Dejará a las dos amigas, aceptará la invitación al café y partirá de nuevo.
-Qué simpático ese señor. Es raro. No sé, me ha dejado perpleja.
-Ay, ay. Qué cosas tiene la Literatura. Anda, vamos a seguir visitando la ciudad. Que si no me dirás que vaya sosa que soy. Saca la guía y…
¿Y si…? ¿Y si por una vez los cuentos acabaran bien? Qué sabe el viajero solitario. Una mujer con aires de mora saldrá a su encuentro, ¿qué le dirá? ¿Qué hará con él?




  

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