viernes, 27 de noviembre de 2015

La luz de la ceguera



Esta noche por 5º año consecutivo tendré el placer y el honor de asistir a la cena solidaria de la Fundación Alaine. Es uno de los eventos más emotivos del año y si lees lo que a continuación se escribe lo comprenderás.
Desde la humildad, pero con mucho corazón quiero mirarte a los ojos porque haciéndolo veo el cielo. Espero te guste. Si así es, me consideraré afortunado y obsequiado de todo un premio.
Gracias por dejarme.

La luz de la ceguera

Si eres ciego, ¿de qué puede servir que mires a los ojos de aquéllos que sienten frío en el alma? ¿Será posible que tú, con tu mirada y tus acciones y tu testimonio puedas hacer algo por caldeársela?
Desde siempre quisiste devolver algo de esa ayuda que tú tanto necesitas para desenvolverte en tu cotidianeidad. Soñabas de niño con hacerlo, querrías ser hada buena con varita mágica para sentirte útil, sentir que no eras un desgraciado niño ciego excluido y marginado. Pasó el tiempo y quisiste seguir teniendo esa varita mágica pero pronto aprenderías, con dolor, que no, que sólo las hadas y sus varitas existen en los cuentos y los sueños. No podías arreglar el mundo ni ser bálsamo milagroso contra el miedo, la soledad, el desamor, el desarraigo y la desesperación de quien se cruzaba en tu camino.
Pero tú, tozudo y acostumbrado a no ceder al desaliento, seguiste intentándolo.
Y se te ocurrió escribir cuentos que podrían alegrar la tristeza y aprendiste a que hablando de corazón a corazón se formaba un vínculo de luz entre ti y quien te escuchaba, un pequeño milagro, una lamparita en medio de la noche oscura.
Y sí, empezaste a mirar a los ojos haciéndolo desde los del corazón, siguiendo la máxima de El Principito, recordando que lo esencial sólo se ve de esta manera.
Mirada limpia, rotunda y firme. Mirada al frente. Mirada que dice si yo puedo, ¿por qué no tú? Si cuando creíste que sería imposible, fue posible.
Fue posible que compartieras tu testimonio de esperanza con reclusos de la cárcel asturiana de Villabona. Y ellos, y ellas, que dudaban del rollo que pudiera soltarles ese ciego que hasta ellos llegaba una mañana de noviembre, se empezaron a emocionar porque alguien, por fin, les miraba a los ojos sin prejuicios ni rechazo porque él también sabe mucho de prejuicios y rechazos. Sí, tú padeciste que por ser ciego te excluyeran, siendo niño, de excursiones y pandillas, y que te consideraran un problema y una carga. Y te refugiaste en la literatura y te juraste que les demostrarías que tenías derecho a participar y que serías solución.
Y le miraste a los ojos al mundo y quisiste ver la belleza de un perfume evocador, una textura suave, una música bonita, una voz amiga, un poema hermoso.
Y tanto quisiste que escribiste tu libro de relatos “Huellas de luz” y con él se promovió la instalación de placas solares en un colegio del norte de Benín para que los niños de aquella región africana, que durante el día se dedican a trabajar, pudieran estudiar por la noche, cosa que antes no podían hacer porque no disponían de luz eléctrica. Y tú, ciego excluido y despreciado lograste el milagro de que dispongan de esa luz que les permita estudiar.
Miras a los ojos queriendo transmitir esperanza. Tu varita mágica es la palabra y la luz que ésta contiene. Esas palabras que consuelan y emocionan. Una niña te dice “me da mucha pena que no pueda ver, pero sus palabras son tan bonitas que cuando esté triste las recordaré y dejaré de estar triste gracias a usted”.
Y sigues mirando a los ojos con la luz del humor. No te importa que te llamen loco o chalado si provocas la sonrisa. ¿Qué más da que te sientas triste por tu ceguera si estás haciendo reír con tu luz? Y cuentas tus ciegadas y cieguerías y la gente sonríe. Vas a bajar del autobús y en vez de agarrarte a la barra, te agarras al trasero de alguien… ufff qué apuro; estás desayunando en un bar café con churros, vas a coger uno y el señor de al lado te dice… oiga que ése es mi churro, claro cómo iba a ser tan gordo el mío… y más y más, situaciones incómodas para ti pero que con la punta adecuada hacen sonreír.
Pero más aún, tienes la palabra, sí, pero también unas manos que para ti son luz y esas manos las tiendes para que alguien que se siente hundido se levante y vuelva a caminar, para que esos ancianos de las residencias que visitaste las agarrasen con las suyas temblorosas y débiles y tú las apretases para que se sintieran vivos todavía.
Y con esas mismas manos, sin ver, quisiste plantar árboles y te dejaron hacerlo. Qué difícil es agujerear la tierra sin ver, pero lo haces tocando y tocando depositas el cepellón y lo envuelves con la tierra de tu anhelo y lo riegas con el agua de tu amor a los árboles, a esos bosques de robles mágicos, hogar de duendes, fuente de energía que recarga tu luz a través de sus cortezas y sus musgos y sus hojas secas que alfombran el suelo yermo del asfalto que pisas en la ciudad, ayudado de tu bastón blanco.
Sí, vale la pena mirar a los ojos aunque no veas, aunque no puedas saber cómo son. Ah, cuánto desearías saber. Ojos hermosos de mujeres guapas pero maltratadas, tristes, ojos cansados de ancianos vencidos, ojos sin brillo de quien ya nada espera. Miras con tus ojos que habitan en tu corazón y en tu imaginación. Y si yo lo hago, ¿por qué no tú? En tu corazón está la luz. Yo pude, tú también puedes.  

  

1 comentario:

sera dijo...

Para Alberto de su admirador Sera, lo he leído y con tus dedos tocas e iluminas mi corazón, son palabras de vida y esperanza la fuerza de un hombre espectacular . .a mí me sirven y espero que a la sociedad sirvan como un ejemplo de alguien que gracias a Dios y a los caminos de la vida lo he conocido y me da fuerzas y enseña a mi corazón a poder ver y amar para que también sirva a muchos otros. Un fuerte abrazo!

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