viernes, 24 de julio de 2015

Crónicas bilbaínas... y van 4



Crónicas vizcaínas… y van cuatro

Hace ahora una semana viajaba nuevamente a tierras vizcaínas. Santurce sería mi destino aunque pasara por Bilbao y se anunciaba un planazo marinero por playa y ría. Sí, la cuarta ocasión en que pasaría por allí y, claro que sí, cada vez para descubrir algo nuevo, algo hermoso. 
Se hizo pesado el viaje en tren aunque hasta Burgos tuve ocasión de entablar algo de conversación con un bebé de 3 años y su madre. El bebé, cómo no, como todos hemos dicho alguna vez, pronunciaba, cual estribillo de jota castellana,  esas mágicas palabras… “mamá, ¿cuándo llegamos? Me aburro”, jajjajaja. Un poco de siesta y lectura amenizaron el trayecto además, por supuesto, de hacer una incursión en la cafetería teniendo, para ello que atravesar un par de vagones. Esto de pasear por el tren siempre me produce emoción y fantasía, esas persecuciones de película, esos encuentros de novela… Ese andar por el tren en movimiento bastón en mano, haciendo equilibrios para no abalanzarme sobre el, o la, sufrido pasajero sentado en su butaca, para no llevarme por delante alguna maleta, para no equivocarme de portezuela y abrir la que da al vacío, en vez de la que communica con el siguiente vagón… jajajajja.

Llegué al fin a Bilbao y allí Miguel me esperaba, después de haber llegado, por su parte,  de Zaragoza, para ir juntos a coger el Metro dirección Cabieces, última estación en Santurce. Ya es algo, el que Miguelito, bilbaíno de pro, jejejej, con su poco resto visual y sus problemas de oído, llevara al cegatón del Albertito como si nada.
Y al llegar… bienvenida, besos y abrazos de Estíbaliz y José Mari, cena relajada y anuncio de sorpresas.
El sábado por la mañana, mientras José Mari trabajaba en el quiosco de venta de cupones, nosotros nos dimos el primer paseo del fin de semana con la proa puesta al puerto. Siempre gusta visitar el monumento de la sardinera y respirar los entrañables olores del entorno. Nos sentamos a los pies del monumento y tuvimos la suerte de aprovechar retazos de información que una guía daba a visitantes acerca de la historia e historias santurtziarras: los astilleros Churruca, las viñas y los baños de mar del siglo XIX, las casonas… De regreso a casa para degustar unas excelentes empanadas caseras, hicimos un alto para tomarnos, al menos yo, un chacolí y un pintxito, jejjeje.
La tarde me depararía una experiencia cafetera bien interesante. Resulta que Elsa, la asistenta de mis amigos, es etíope y nos iba a preparar el café al estilo tradicional de su país. Para ello vino de Basauri pertrechada con los elementos necesarios: una alfombra simulando el suelo africano, una mesita baja, una curiosa cafetera en la que se hierve el café y las palomitas, que es con lo que se acompaña. Fue muy curioso. La casa se llenó del olor característico, el paladar se recreó con el sabor, realzado por el cardamomo, y la imaginación se tiñó de imágenes tribales africanas. Fue fantástico aunque le faltó la música propia y las leyendas que dijo se suelen contar en su tierra.
La cena aguardaba. Cena de convivencia e inclusión normalizada. Resulta que Estíbaliz y José Mari cantan un domingo sí y otro no en la parroquia de María Madre en Portugalete y los componentes del coro se juntaban para celebrar el fin de curso, aprovechando que eran las fiestas del Carmen y la noche podía hacerse todo lo larga que uno quisiera, frecuentando las denominadas Chosnas o casetas de peñas. Cada uno llevaba a la cena algo para compartirlo con el resto. Nosotros aportamos un par de postres a base de crema de limón y chocolate blanco, preparados por Estíbaliz, a la que la ceguera no le impidió el que le salieran soberbios. No faltaron la tortilla de morcilla, las pizzas caseras o algún bizcocho. Allí tuve ocasión de emocionarme al saber que había gente que leía mis escritos con mucho interés y al compartir con Eder las cuitas de quienes nos dedicamos, en su caso a la música, en el mío a la literatura. No, no acabamos en las chosnas de Santurce, acabamos en casita después de otro estupendo paseo para rebajar la cena y airearnos con el frescor de la noche. Al día siguiente presagiaba nuevas emociones y experiencias que habíamos de tomarlas con energía por lo que la razón se impuso al corazón y nos dejamos abrazar por el bueno de Morfeo.
Porque efectivamente el domingo se trataba de sumarnos al planazo marinero que algunos miembros de la comunidad de Fe y Justicia habían preparado y que Estíbaliz, como participante activa que es de esta comunidad catecumenal,  propuso que nos sumáramos en otro sano ejercicio de inclusión y compartir. Se trataba de pasar la mañana en la playa de San Antonio de Sucarrieta y luego dar un paseo por la reserva natural de Urbaidai en el barco Urandere, guiado por el escritor Edorta Jiménez, . Un domingo inolvidable de acogida, confidencias, superación y calidez humanas. Me quedo con el cariño de quienes nos acompañaron, con su naturalidad y cercanía, pero sobre todo con la ingenuidad de Andrea, la niña de 14 años que vino con Isabel y Chema _sus padres_ y con la entrega de Itxaso con la que compartimos batallas de lucha reivindicativa ante la discapacidad, tiene un hijo con Síndrome de Down, de no conformarnos, de disfrutar y aprovechar lo bueno pero no dejar de aspirar a lo mejor…
La mañana fue muy agradable pero la tarde superó nuestras espectativas con el paseo en el barco. Creíamos que sería uno más de los muchos paseos en barco que uno lleva a sus espaldas, pero estábamos equivocados. Ya el mero hecho de subirnos en el puerto de Mundaca fue toda una odisea al tener que saltar de las escaleras al pantalán y de aquí al barco. Y luego las magistrales explicaciones de Edorta que se adaptó a nuestras necesidades consiguiendo que comprendiéramos el movimiento de las mareas, las migraciones de las aves o los beneficios terapeuticos de la mar. Pude tocar y manejar cual timonel de pro, por primera vez, el timón de un barco, y saber cómo funcionaban los molinos de agua y tantas otras curiosidades de esa reserva natural. Si además le añadimos que se nos invitó a una degustación de productos típicos y la música de guitarra como acompañamiento comprenderás que la experiencia resultara fantástica.
La bajada del barco fue otra hazaña porque había que poner el pie en un pequeño margen y, contra todo pronóstico, resultó más difícil que al montar. Un pequeño raspón en la piel de regalo me sirvió de exscusa para dar color, hacerme querer y obtener dos besos de una guapa joven que se brindó a ejercer de improvisada fotógrafa, jejejjeje. Que un par de besos bien dados, bien valen un rasponcillo en la pierna. Ya obtuviera lo mismo cuando me golpeo con andamios, bolardos y demás… ejejjejej.
El lunes tocaba el regreso, mañana relajada, alguna comprilla y tiempo en la estación Abando para comer un excelente menú que saciara mi hambre lobuna de intrépido ballenero, jejejej, y me ayudara a no desfallecer en el viaje de vuelta. Llegaba a Madrid pasadas las 22 horas, con media hora de retraso. La tentación era coger un taxi para ir a casa, pero si otra chica se te ofrece para acompañarte, más aún cuando los de Atendo no aparecían por ninguna parte, no hubo dudas… al Metro que nos fuimos.
Y ya en casa, recordaba cómo había nacido un personaje para algún cuento mío, Estiburu, Cabeza de Miel a cuenta de que buru es cabeza y Estíbaliz es miel, que había ganado algún destinatario más de mis motivos para sonreír y que cuando llegara el tiempo de un nuevo reencuentro habríamos de repetir todo esto, eso sí, en un nuevo entorno, pongamos por caso el monte Amboto o alguno de los muchos pueblos marineros que aún desconoce este impenitente zascandil que es el Albertito.

   

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