Buena noche de domingo. Feliz semana, que estés bien.
Aquí mi nuevo cuento. Que no te pase nada, jeje.
Un abrazo.
Un caso para triunfar
Al anodino despacho de mr. Fielding llega una enigmática señora
vestida de negro, tocada de sombrero y guantes. Sus facciones están veladas por
una tupida gasa que las oculta con rigor de forajido. Su personalidad pasaría
desapercibida en la calle, pero en aquel cubil deslumbra.
Mr. Fielding es un neutro detective privado que sobrevive
haciendo trabajos de poca monta. Cuando inauguró su agencia, una agencia con un
solo empleado, él, tenía ínfulas de que
lideraría a los grandes perseguidores del crimen, pero el tiempo fue aplacando
su ego para situarle en una dimensión liliputiense.
Pasaba muchas tardes en su despacho aguardando el caso que
compensara tanta mediocridad. Estaba harto de hurgar en las vidas sentimentales
de parejas infieles o de indagar en libros de cuentas del hampa de barrio. Sus
lugares de trabajo eran los moteles y las proximidades al puerto, callejuelas y
tugurios malolientes.
Fumaba sin parar para
que su ánimo no parara, tenía los dedos negros y los dientes amarillos. Los
años pasaban, su economía cada vez era más escuálida. No pocos momentos le
asaltaban impulsándole a tirar la toalla y dedicarse a la venta de seguros o
similar, cuando no pensaba en dejarlo todo y arrojarse a las aguas del Hudson.
Y cuando estaba a punto de cerrar cierto día, otro más sin
más, para ir a cenar la pobre pitanza de cada noche, llega aquella mujer.
Exhala un perfume extraño, presenta unos raros ademanes y tiene una voz peculiar.
-Necesito sus servicios y si cumple le garantizaré el éxito
definitivo que tanto tiempo lleva persiguiendo.
-¿Cómo? ¿Cómo supo de mí? ¿Cómo sabe…?
-Yo sé muchas cosas. Sé de su angustiosa situación, de su
fracaso y su ruina. Y ahora llega su oportunidad. En su mano está el que la
aproveche, o no.
-Dígame. ¿Qué habré de hacer?
-Necesito un muerto.
-¿Así? ¿nada más?
-Nada más y nada menos. Un muerto especial. Si me sirviera
cualquier cadáver, no necesitaría de sus pesquisas. Me zambulliría en el río y
ya lo tendría o lo encontraría en cualquier callejón cercano a la bahía.
-¿tan complicado es?
-Sí.
Un silencio espeso se cuela entre la densa humareda que
inunda la sala, por mor de los pestilentes cigarros que fuma aquel mediocre detective
sin tregua. Un silencio denso y expectante.
-Usted dirá, ¿señora?
-Mi nombre no importa. Le doy dos semanas para que localice
el cuerpo de una mujer joven, de facciones perfectas y espesa melena. Morirá y
usted deberá enterarse de su fallecimiento y estar al tanto de su entierro y
decirme la tumba en que se depositarán sus restos. Yo me encargaré de lo demás.
-Pero… ¿cómo podré conocer semejante suceso? Mi misión
debería consistir en evitar su asesinato en vez de localizar un cadáver. Y, por
otro lado, ¿qué objeto tiene que yo le diga todo eso?
-Nada le incumbe a usted. En dos semanas regresaré a este
sucio antro suyo y le pediré respuestas. Si me las da, todo le irá bien a
partir de ese día, obtendrá la fama y fortuna; si no me las da, su fin será
inevitable. Ya nadie, ni siquiera los maridos engañados ni los falsificadores,
querrán saber nada de usted. Ese es el trato, ¿lo toma o lo deja?
-Pero…
-No hay peros que valgan, mi única remuneración por sus
servicios será el todo o nada para usted. Se miran desafiantes, mr. Fielding al
fin baja la cabeza derrotado ante aquella mujer y acepta con un mudo
asentimiento. La perturbadora clienta se marcha sin despedirse. La puerta se
cierra con un sonido sordo, cargado de misterio.
Jornada a jornada deambulará aquí y allá, se apostará en
hospitales y puestos de periódicos en pos de la noticia esperada. No sabe bien
cómo encontrar lo que se le ha encargado. Maldice su suerte, lamenta su cruel
destino. El final del plazo se acerca, ya se ve arrastrado al abismo de la
nada, cuando uno de los muchachos que vocean las noticias del guardian, grita…
-¡Compren compren! Muere estrangulada la hermosa mis Clarence
Cooper, la hermosa modelo de fotógrafos y escultores. Su entierro se celebrará
mañana en san Patricio.
¿Será ésa la solución? ¿El cadáver que se le exigió
encontrar? Adquiere un ejemplar del diario y mira la imagen. Sí, es hermosa, de
facciones perfectas y ondulada melena. La noticia cuenta cómo la joven ha sido
estrangulada por un novio celoso que la quería para sí y ante sus pertinaces
negativas, se cansó de esperar y la mató.
El sepelio es multitudinario, el féretro va repleto de
flores, las muestras de dolor de quienes asisten son muchas y sentidas. El
cortejo fúnebre se dirige al camposanto alto de Park Avenue. Mr. Fielding lo
sigue atento, le va su futuro en ello.
-¿Tiene las respuestas?
La mañana del decimoquinto día se presenta gris y los
nervios de Fielding no le han dejado dormir. Cree que ha resuelto el encargo.
Lo tiene todo anotado, ha conseguido más imágenes de la muerta y sabe las
coordenadas de la tumba. Siente que su vida va, por fin, a dar el giro de timón
durante tantos años anhelado.
-Tenga.
-Muy bien. Ahora me marcharé. Usted nunca más volverá a
saber de mí, pero su suerte cambiará. Sólo hay una última condición…
-¿Una condición? ¿Más aún?
-Cuando salga de aquí en un momento, no se le ocurra
seguirme. Si lo hace, yo lo sabré y nada ni nadie le salvará.
-¿Cree acaso que perdería el tiempo siguiéndola? Estoy
deseando irme al Housse Club y emborracharme a su salud.
-Hágalo. Tenga cincuenta dólares para que los gaste en buen
licor, no como suele hacer.
Debería haber hecho lo que dijo, tendría que haberse
emborrachado gastando hasta el último centavo. Pero no lo hizo, su curiosidad y
autosuficiencia pudieron más y la intuición le dijo que debía llegar cuanto
antes a la tumba de mis Cooper. Algo iba a suceder y él no podía perdérselo.
La luna llena manchada por nubes turbias era la única luz que
alumbraba la sepultura. Hacía frío. No tardó mucho en pasar lo imaginado. Aquella
oscura mujer se puso a cavar con inusitado vigor hasta desenterrar el cadáver
de aquella pobre muchacha y cuando hubo levantado la tapa del ataúd, los
atónitos ojos del detective contemplaron lo que nunca debieron ver.
Su clienta se había despojado del velo y lo iba a sustituir
con la cadavérica piel de aquella joven de facciones perfectas. Y es que el
rostro de su clienta carecía de piel, era una máscara de hueso con las cuencas
oculares y nasales roídas. Era el puro rostro del mal.
Mr. Fielding se agazapó buscando fundirse con la tierra
sepulcral, pero oh, Santo Dios, las vacías cuencas de aquel monstruo le miraron
con un siniestro brillo de agonía y muerte.
A la mañana siguiente, el personal del cementerio
descubrieron la tierra removida del sepulcro y más aún, el desencajado rostro
de un nuevo cadáver al que enterrarían sin más en la fosa común de los sin
nombre, el de un neutro detective cuyo fin a nadie le importó.
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