Oviedo y Villabona: un viaje para siempre especial
Entre los días 7 al 10 de noviembre, junto con Elena Rodrigo
Izquierdo, cómo no, tuve ocasión de disfrutar de una nueva experiencia que aunó
pasión por viajar, emociones y descubrimientos.
Largo tiempo llevábamos aguardando este día. Que se nos dé
la oportunidad de hablar, de corazón a corazón, a un grupo de intern@s de la
cárcel asturiana de Villabona, era algo que nos hacía especial ilusión. Más
aún, yendo de la mano de nuestros buenos amigos de la Oficina de Voluhntarios
de BBVA, en este caso personalizada en su coordinador de la comunidad
asturiana, José Ramón Vázquez Fernández.
Que te faciliten billetes de tren y hotel, que se encarguen
de todo y que en ningún momento te vayan a dejar solo, es un lujo que ayuda a
que las cosas sean muy fáciles.
Regresar a la Vetusta de Clarín, a la ciudad de las
esculturas y los paseos, de su rica gastronomía y sidrina, de los dulces
acentos, siempre es una garantía.
Días de preparativos, “mandadme vuestros D.N.I.s escaneados
para las acreditaciones, un breve guión de lo que suponga para vosotr@s la
actividad… montamos al tren Interciti. Cinco horas largas nos esperan. Se
pasarán entre algo de siesta, algo de lectura y una incursión a la cafetería…
¿a la cafetería en un Interciti? A pasear por el tren se ha dicho… un vagón,
otro vagón… “Disculpen, en este tren no hay cafetería, hay máquinas de
refrescos…” Vaya, y los cieguitos paloteando por el tren… Llegamos y nos ayudan
para sacar la bebida.
Ya estamos en el hotel, muy céntrico y muy fácil para
manejarnos. Nos ponen la habitación al lado del ascensor y la marquita en la
tarjeta que la abre y, una vez, reconocida y organizado el pequeño equipaje, a
cenar se ha dicho… ¿Ah, que volví a ser jeque catarí, catarí que te vi, es lo
bueno que tiene no vernos, que la confianza ciega que nos une a Elena y a mí, y
lo mismo que con Nuria, hace que podamos compartir habitación bajo el signo de
la verdadera amistad, no siendo otra cosa que cómplices de retos y aventuras,
amigos con mayúsculas, ¿nada más? Nada más.
Que no se diga. Se oyen las campanadas del reloj de la
catedral, emociona.
La cena, soberbia, un par de ensaladas para compartir, a
cual mejor y para mí la inevitable tarta de queso, claro que sí. Elena se
empeña en hacer dieta, pero si de tan delgada que está ni la veo…
Sábado de aventuras. La mañana a nuestro aire, Joserra y
Ana, su mujer, han estado en la cena de la Fundación Alaine, cena a la que se
nos ocurrió ir y aprovechar la jugada, pero a la que desistimos de ir, imponiéndose
la cordura al deseo, puesto que tendremos ocasión de cumplir con ella en la de
Madrid. Era ir a La Coruña el viernes tarde, casi nada y el sábado por la
mañana de allí a Oviedo… una turné.
Total que Elena habló con la encargada de mostrar una
exposición de dibujos en la sala de exposiciones del banco y a mí se me antojó
tocar la última escultura, como uno más, hacerme la foto junto a Mafalda. Así
emplearíamos la mañana, palo a palo, todo muy cerquita. Visitar a doña Ana Ozores,
jejejje, seguro que le haría gracia que le tocáramos los pelendengues y
abalorios, hicimos la fotito de rigor con nuestros Iphones, Dios sabe cómo
saldrían… dijeron que muy coloridas… con muy buen ojo…
María Luisa nos explica los dibujos al carboncillo de
imágenes de la ciudad, plasmados por Daniel Parra, los juegos de perspectiva y
tonos, los detalles y motivos, la Diputación, el Ayuntamiento, la iglesia de
San Isidoro o la Basílica de San Juan. Y de aquí al Parque de San Francisco. La
mañana es soleada. Un señor, cuyo hijo padece Síndrome de Down, nos lleva junto
a Mafalda, rodeada de grandes y pequeños… qué chula es. Con su lazo, sus
zapatitos y sus botones… parece una niña más…
De ahí al emporio de los vermuts ovetenses, La Paloma donde
nos encontraremos con Joserra y Ana, y dos compañeras de avatares visuales.
Magnífica tarde de charla y buena mesa, incluido el soberbio milhojas de
merengue y hojaldre en la pastelería Rialto.
La noche nos espera y la luna llena sale al encuentro, con
su magia y sus símbolos, parece aupada a las torres de la catedral
sonriéndonos. Un mojito pone la guinda a este primer día en un muy agradable
local, el Baam…
El domingo nos desplazaremos a la cuenca minera del Nalón,
en el municipio de Le Entrego, para descubrir el Museo de la Minería y la
Industria, el MUMI, donde conoceremos
algo de esa actividad tan importante para la economía de la región. Máquinas de
bolas y cilindros para extraer el agua, vagonetas, engranajes y demás. Bajamos
en la jaula / ascensor a una profundidad de 600 metros para que con la guía, pertrechados
del correspondiente casco, recorramos las galerías de una mina: vetas de carbón
en escalera invertida o rampa inclinada, mampostas y parrillas de sustentación,
barreneros y picadores, el temido gas grisú, la mecanización del proceso con la
rizadora y la medición de parámetros… Genial.
Nos aguarda, mañanita de domingo y de aniversarios, aquel
Ramito de Violetas de Cecilia, 9 de noviembre, otro vermut y una fabada
celestial. La tarde discurre tranquila. Nos impresiona la madre de Joserra, que
a sus 89 años nos enseña lo lúcida y bien que está, admirable.
Toca ensayar la charla del día siguiente. Lectura en braille
de uno de mis esbozos poéticos, “Encrucijadas” y de “La rosa de los vientos”, cálculo
de tiempos, qué dirá Elena y qué yo… Emoción, nervios…
Ya estamos en Villabona. Dejamos los móviles en el coche,
entramos a una primera sala de espera compuesta de taquillas, sillas y máquinas
de refrescos. Atravesamos la primera de las puertas cuyo sonido tanto
impresiona, “¡clon!” nos acreditan en la zona de control y ya estamos dentro.
Un patio, a modo de jardín, al que dan alguno de los módulos, pasamos al área
de talleres y llegamos al auditorio…
Nos ven entrar con nuestros bastones blancos, nos acomodan,
deseos de buenos días… bienvenida. Nos ubican en la mesa. Estaremos acompañados
a mi izquierda por el Director de Zona de BBVA, a la derecha de Elena, el
Subdirector de Tratamientos del Centro _el Director no puede acompañarnos_ y en
el extremo Joserra.
Es una sala grande, nos dicen que hay en torno a 80 reclus@s
_me sorprende que sean tanto hombres como mujeres_ y… comenzamos. Al principio
se percibe cierta frialdad, pero luego el ambiente se caldea con las palabras y
la fuerza de la luz… “hay futuro, se puede y merece la pena intentarlo”. Varias
veces los aplausos me sobrecogen, aplausos rotundos, las preguntas, la seguridad
de Elena, la naturalidad… “Hay veces en que las palabras y la imaginación no
bastan, querrías ver, pero eres ciego y no ves y te duele y…”, “si por mucha
actitud y empeño no se te da la oportunidad, no te rindas, acaso cuando creíste
que sería imposible… lo consigues y entonces el premio es muy grande”, contra
la exclusión, la rabia o el cansancio, la literatura, el sentido del humor y
los valores, son tablas de salvación”… Hora y media compartiendo sentimientos y
conectando con los ojos del corazón. Son las doce y media, han de prepararse
para la comida, hemos de visitar su invernadero y el huerto solidario, hacer
fotos sin ver, hacer balance. El invernadero, lleno de cactus y plantas, el
huerto solidario con pimientos, lechugas, coles chinas y físalis… es magnífico.
Un proyhecto que recibiera uno de los premios de valores del Banco. Los
internos lo gestionan, las hortalizas se entregan a comedores solidarios…
aprenden un oficio y saben que su trabajo es útil…
Terminamos este fin de semana tan especial con otra
magnífica comida en que las risas, anécdotas y sucedidos jalonan las viandas.
Aprendo a que cuando ya no es preciso andar con más dimes o diretes, se
sentencia: “ni mil palabras” o aquello de que “a misa no voy porque estoy cojo,
pero a la taberna me acerco poquito a poco” o “al que le gusta el vicio, en la
puerta o en el quicio”. Mañana apasionante con Juan, Angel y Santi, otros tres
voluntarios que nos cuentan sus experiencias en la propia cárcel y otros
centros por mor de la alfabetización digital, la Economía Doméstica, el enseñar
cómo afrontar una entrevista de trabajo o por qué no abandonar la escuela.
Programas y proyectos de la Oficina de Voluntarios.
El regreso resulta pesado, pero sirve para reposar lo vivido
en la jornada.
Los sonidos de la cárcel, cerrar de puertas, anuncios de
megafonía, carros con la comida, algunos trinos de pájaros… no sé. la cárcel y su mundo. Un centro en el que
actualmente tiene cerca de 1400 intern@s debe ser algo bastante complejo, con
sus historias de diverso pelaje, su espíritu de reinserción, pero… ¿mafias?
¿Trapicheos? ¿Qué les habrá quedado a los que nos escucharon? ¿Qué comentarían
después? ¿Y si… a alguno de ellos les dejó un poso de esperanza? Ah, si así
fue, qué pasada. Y si no, bueno al menos estuvimos allí como jamás creí que
estaría, siendo escuchado y aplaudido, siendo recibido y acogido… aquel niño de
pueblo que era un problema y al que tanto excluyeron… siendo uno más, querido
como el que más y hasta queriendo que estuviera…
¿A qué huele la cárcel? Olores asépticos,
limpieza, campo. ¿A qué suena? Ya lo dije. No, no fue una visita turística, fue
un deseo de aportar, ser lamparita en medio de la noche. ¿Qué sé yo?
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