domingo, 2 de noviembre de 2014

Mañana debe morir



Buena noche de domingo, parece que ya otoñal, al fin.
Nuevo cuento surge de mi pobre imaginación. Que te guste.
Feliz semana. Con cariño.

Mañana debe morir

Mañana debe morir. Lo sabe. Es inevitable. Debiera resignarse, pero no puede, no quiere. Cree aún que en el último instante algo le salvará.
¿Quién es? Qué más da? Lo cierto es que va a morir.
Pero… si no sabemos quién es ni que pueda evitar su muerte, ¿no debería darnos igual la historia?
¿Por qué perder el tiempo?
¿Y si hubiera alguien que va a sentir su fallecimiento? ¿Si alguien que llorará su final aunque él lo desconozca? Lejos, en otra parte, en otro tiempo alguien, pequeño, insignificante sufrirá. Tal vez seas tú.
Ah, entonces si vas a ser tú quien sienta pena, entonces sí te interesará lo que pudo suceder, por qué y la razón de que todo sea ineludible.
Un hombre dice ser inocente, pero ha sido condenado sin remedio a morir.
Una mujer hace años le conoció sin que ni siquiera él fuera consciente de la impresión que le causaba. Siguió sus pasos desde la distancia del anonimato. Estuvo tentada en más de una ocasión de revelarle sus atenciones, pero desistió. Total, ¿para qué? Ella no era nada, no era nadie. Y él, tan grande, tan sabio y tan rodeado siempre de multitudes.
¿Era así o lo que ella creía conocer no era otra cosa que la fachada de un edificio en ruinas?
Eso ahora ya da igual. Ella sobrevive ajena a todo en medio de una rutina grisácea y anodina.
Él, por su parte, apura las últimas horas en el corredor. La sentencia ha sido dictada, el veredicto inapelable y el patíbulo está ya dispuesto.
Le han ofrecido la gracia de una buena cena, una confesión o unas hojas de papel. Todo lo ha rechazado. Sólo espera. ¿El indulto final? ¿El final sin parangón?
¿Qué sucedió?
Pero si él nada hizo. Quizá fuera precisamente ése su delito. No haber hecho nada. Debió fijarse, estar atento, no ceder al resplandor del éxito. Primero alguien quiso verle nada más que para pedirle un beso, pero él se negó a recibirle. Luego un padre arruinado quiso suplicarle una oportunidad, se la negó. Otro día un niño le sonreía, pero él volvió la cabeza ignorando que con aquel simple gesto estaba sembrando dolor.
Todo le iba bien, gigante en su torre del triunfo. ¿Todo?
Comenzó la pesadilla. Primero en sueños se le apareció su negro destino que iría cumpliéndose de manera inexorable. El cierre del teatro, su despido, su detención, su juicio y su terrible veredicto.
Son las siete de la mañana. Todo está cumplido. Vienen a buscarle. Se levanta, camina. ¿Debe rendirse o esperar algo aún, aunque sea unas migajas?
Sube las toscas escalinatas de la horca. Le ponen la capucha, le anudan la soga. El silencio inunda el patio de la cárcel. Un instante y se acabó. ¿Se acabó?
El batir de alas de una paloma resuena, justo antes de que vayan a accionar el mecanismo mortal.
El verdugo se detiene con la mano en la palanca.
La paloma se posa en el hombro del miserable reo. Trina una larga sinfonía.
Él sólo escucha. Nada puede ver, encapuchado como está. No entiende, pero ese sonido, en forma de zureo, le reconforta, le calma.
Unos pasos firmes y rápidos se acercan al mismo tiempo. Tú los conoces, ¿verdad? Cómo no habrías de conocerlos si son los tuyos, ¿verdad?
Hasta ti llegó también otra paloma, seguramente la misma que se ha posado en el hombro del hombre y te lo contó todo. Te dijo dónde estaba, cómo y lo que iba a suceder esa mañana. TE pusiste en marcha al fin.
Llegarás justo a tiempo de pedir que te dejen darle un abrazo. Sabes que no puedes salvarle,pero quizás… tu abrazo le ayude en el tránsito.
¿Son esas las migajas que ha esperado durante toda la noche? El zureo de una paloma, el abrazo de una insignificante mujer.
Ya está. Vuelves tus pasos, desciendes la tosca escalera. Te sientes triste pero tranquila. Intuyes que al fin no eras tan insignificante, que has sido útil a aquél que tanto quisiste.
El ruido de la trampilla es ensordecedor. Batir de alas, trampilla, latidos de tu corazón. Concierto mortal.
Él debía morir para tú vivir. A partir de ese día tú, aunque con dolor, vivirás. Tienes una misión. La paloma y tú, una misión.
Eres alguien, eres mucho. Consolarás a los solitarios condenados. Serás inmortal para aliviar a los mortales moribundos.
Sí, así será. Pero él debía morir para tú vivir. ¿No habría podido ser de otra manera? ¿Y si en realidad la paloma fuera él?
Tú y la paloma… quién sabe.




  



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