Ayer asistí, por quinta vez, a la cena solidaria de la
Fundación Alaine, uno de los eventos obligados de cada año, una de esas escasas
ocasiones en las que me “disfrazo” (entre comillas) con la corbata y la americana
para recordar a la figura de aquella chica que murió de cáncer y que soñaba con
que no hubiera barreras entre el primer y el tercer mundo y que no entendía
porqué, según dónde hubieras nacido, tenías oportunidades o no de sonreír.
Sus padres, Ramón y Arantza la honran con su denodada lucha
por cumplir el sueño de su hija y están consiguiendo que en Benín, el sueño de
Alaine se haga realidad.
Para mí es un honor participar de aquel sueño porque, yo sé
muy bien lo que son las barreras y la falta de oportunidades. El sueño de
Alaine es mi sueño.
Y así, quise contribuir con mi granito de arena al donarles
los derechos de las ventas de “Huellas de luz” y eso se tradujo en un proyecto
de título homónimo para la colocación de placas solares que dieran luz (con el
empeño de una persona ciega), en colegios y ahora en huertas. La energía fotovoltaica
que están generando ya hace que mi libro y mi lucha utópica tengan una
prolongación jamás imaginada por mí. El sueño de Alaine es mi sueño, la
realidad de la Fundación que lleva su nombre lo está transformando en una apasionante
realidad.
Ayer la cena, como siempre, fue fantástica: emotividad, buen
ambiente, ricas viandas, sorteo de regalos y compañerismo. Todo esto guiado por
la magia de aquella chica adolescente que, desde el País de los Sueños, sonríe
también, feliz, al comprobar que su memoria continúa viva y que su sueño se
está cumpliendo. Mujeres africanas que se emocionan al ver cómo están saliendo
adelante gracias a los microcréditos que se les han facilitado desde la
Fundación, chicas que están yendo a la escuela, y hasta a la universidad,
gracias a las becas de la Fundación, niños y niñas que sobreviven gracias a las
incubadoras y dispensarios promovidos por la Fundación…
Cuando Ramón, anoche, nombraba Huellas de Luz y mi iniciativa,
cuando nombró aquella cita de John Lenon que yo compartiera el pasado año al
hablar de Huellas de luz: "Un sueño que sueñas solo es sólo un sueño, un
sueño que sueñas con alguien es una realidad", no pude por menos que
sentir una profunda emoción, regada por una furtiva lagrimita. Alguien que iba
a ser un problema, excluido y marginado, escucha cómo sus Huellas de luz están
dando luz y esperanza en un remoto país africano. Qué importa que quienes de
ellas se estén beneficiando no lleguen a saber nunca quién fue aquél loco
soñador que, siendo ciego, se atreviera a titular un libro con tal nombre y que
a ellos les está dando luz. Claro, yo tan solo tuve un sueño, pero ese sueño se
ha hecho realidad gracias a la Fundación Alaine, a la empresa que ha donado las
placas solares y a los ingenieros que han sido capaces de montarlas y sacarles
rendimiento. Así que sí, John Lenon tenía razón: mi sueño, como el de Alaine,
soñado en solitario no habría sido otra cosa que sueño, pero que soñado entre
varios, acaba transformándose en acción y realidad.
El año que viene estaré, Dios lo quiera, en su cena,
sintiendo que querer valer tiene mucho valor.
Y si yo lo siento así, ¿por qué no tú?
Gracias y buen sábado.
La diferencia enriquece, la solidaridad nos hace grandes.
Un abrazo.
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