Permíteme que, desde el corazón, comparta esta tarde de
lunes, una historia que no es cuento si no verdad. Una historia que habla de
gratitud, perdón y aprendizaje.
Espero te guste y emocione. Con cariño. Va por ti.
Cuéntase que en el legendario Egipto de la gran reina
Cleopatra había un jarrón que no era tal si no alma de un hombre. Que en ese
jarrón se fueron depositando flores rojas, como el amor; amarillas, como la
generosidad; y blancas como el deseo de paz. Todas ellas acompañadas de matas
verdes como la esperanza. Y semejantes flores crecían hermosas gracias a que
eran regadas con el agua de la ilusión.
Tan hermosas habían llegado a ser las flores y tan atractivo
el jarrón que hasta ellas llegó la mariposa reina, hija de la diosa Isis. Y que
esa mariposa única, de alas aterciopeladas y colores increíbles se posó sobre
ellas dándoles, por ello, un aura mágica de esplendor y robustez.
Pero hete aquí que, una mañana de viernes, el jarrón se hizo
añicos porque el jarrón que no era jarrón, si no alma de hombre, olvidó su
esencia. Tanto se había hinchado que explotó y dañó a la mariposa. La hirió en
sus alas y las flores perdieron su color y se desparramaron, perdiendo por el
camino muchos de sus pétalos. El agua con que se habían alimentado se
transformó en lágrimas. Los cortesanos de la gran reina se preguntaban qué
habría pasado para que aquel objeto tan protegido por Cleopatra se hubiera
roto, pero nadie les respondía.
¿Crerás que no había remedio? ¿Que la mariposa se fue? ¿Que nunca
más volvería a existir algo así?
Y llegó, presto, el pájaro de suave plumaje, tan suave como
la comprensión y, con su pico, fue juntando las piezas rotas y pegándolas con
sus trinos.
Y pasó el tiempo y el jarrón fue reconstruido y en él volvía
a haber flores, unas flores también hermosas, aunque de colores menos fuertes.
Eso sí, conservaban el perfume de antaño.
Y la mariposa perdonó al jarrón por haberle herido y siguió
dejando sus tenues aleteos por sus paredes. Y el jarrón entonces fue
fortalecido con la argamasa del aprendizaje, una argamasa que fileteó con
láminas de oro la superficie negra de la cerámica.
Y Cleopatra llegó una noche, acompañada del sacerdote más
sabio del templo de Amón para que le explicara lo que había sucedido. Y éste le
contó que debía dar gracias al pájaro con alas de comprensión por haberle
devuelto el jarrón, que debía aprender que lo que verdaderamente hizo que el
jarrón hubiera sido reconstruido fue el perdón de la mariposa real, su hija y
que ya las flores no volverían a desparramarse ni a ser quemadas por el ácido
de las lágrimas, si no bendecidas con el agua de la alegría para siempre.
Y como a Cleopatra le plació esta verdadera historia mandó que
fuera copiada en el papiro mejor para que se recordara por siempre aquel
milagro, el milagro del perdón y la alegría que sintió al saber que su preciado
jarrón se había tornado indestructible.
Un abrazo.
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