martes, 28 de julio de 2015
Aprender
La Vida en 100 palabras
Aprender
Aprender es crecer cada día un poco sabiendo que, de no
hacerlo, uno está muerto en vida.
Es salir de la trampa de la comodidad y liberarse de ella
por la vía de la sabiduría.
Es averiguar cómo se bebe de una fuente sin tener recipiente
con que coger agua y alimentarse sin necesidad de dientes.
Es practicar el deporte del ingenio para saltar la valla de
la ignorancia y atravesar el mar del desconocimiento.
Es averiguar la manera de conquistarte sin emplear aguerridas
legiones.
Es, sí,
comprender que cada día es mágico y cada sonrisa tuya es la solución.
Leer más
Publicado por Alberto en 11:16 p. m. 0 Dejaron su huella
Etiquetas: La vida en 100 palabras
domingo, 26 de julio de 2015
El respeto de la familia gepetto
Buena noche de domingo.
Aquí mi nuevo cuento. Con cariño.
Un abrazo veraniego de respeto.
Cuentos a la luz de los valores
El respeto de la familia Geppetto
Todo el mundo conoce al bueno de Gepetto. Aquel carpintero
que, tan solo se sentía, que creó una marioneta a la que puso por nombre
Pinocho, marioneta a la que un hada le dio vida aunque con la condición de que cuando
mintiera le crecería la nariz.
Geppetto y Pinocho vivieron muchas aventuras junto a Pepito
Grillo, pero ¿qué fue de Geppetto después? ¿Tuvo familia? ¿Acaso Pinocho le dio
hijos? Si así fue, ¿los llegó a conocer?
No, Geppetto murió sin ver que Pinocho se casaba con Tabletta
Nogalia y que tenían cuatro pinochitos y tres nogalitas. Que algunos de ellos
murieron en la guerra o por las enfermedades, que otros emigraron a la Argentina
en el mismo barco que aquel Marco, que fue en busca de su mamá de los Apeninos
a los Andes y, por fin, que el benjamín de todos ellos se hizo carpintero como
su abuelito.
Giuseppino, que así se llamaba abrió la carpintería en la
pequeña isla de Lípari, cerca de Sicilia. Pronto adquirió fama de habilidoso.
Su especialidad era la ebanistería, creando preciosas arquetas de joyería,
escabeles, bargueños, escribanías y sillas torneadas.
Italia bajo el mando de Mussolini quiso ser imperio y Giuseppino,
por su fama, fue reclamado por la Mamma Roma para participar en el mobiliario
de la residencia del Duce.
Le dieron carta blanca para que empleara los mejores
materiales y no ahorrara gastos para dotarla de lo mejor. Como maestro
carpintero del Estado gozó del mayor poder.
Giuseppino ya no era Giuseppino, si no don Giuseppe. Todo le
iba bien, envidiado y adulado. No pensaba en casarse, teniendo como tenía a su
disposición a doncellas y casadas que se lo rifaban para obtener sus favores.
Se dejaba querer, no en vano era un conquistador y, a cambio de Pinocho, no
tenía ningún Pepito Grillo que le reconviniera cuando asaltaba virtudes o
despreciaba a tantos y tantos humildes que hasta él se dirigían para pedirle el
ajuar.
Pero los años pasaron y la hecatombe de la guerra acabó con
el sueño imperial del Duce. Don Giuseppe tuvo que retornar a ser Giuseppino, un
hombre amargado y hosco.
Mientras estuvo en la cima del poder como primer ebanista
dejó de lado sus orígenes. Olvidó la historia de Geppetto y Pinocho pero al
regresar a su Sicilia natal por doquier escuchaba un cuento que, sin que
quienes lo contaban a niños y grandes lo supieran, hablaba de él, de sus
orígenes. Callaba, se avergonzaba de que su gloria hubiera quedado en nada. Los
muebles que diseñara para la residencia de don Benito habían sido saqueados por
anticuarios sin escrúpulos o destruidos. No quiso reabrir el taller de Lípari,
no era capaz de volver a trabajar en un cuartucho entre serrines y toscas
maderas.
Tuvo muchas horas para darse cuenta de su vida, tuvo que
escuchar por mucho que le doliera el cuento que aquel periodista de nombre
Carlo Collodi escribiera sobre su abuelo. Pensó que no sabía nada de los
hermanos que emigraron y que hacía mucho tiempo que dejó de visitar el
cementerio donde estaban enterrados sus padres. Había sido dios, el dios de los
ebanistas y ahora era como el ángel caído de los carpinteros.
Y entonces, solo y viejo como era, decidió construir él
también una marioneta. No sería como Pinocho, estaba seguro que a su sueño no
vendría a visitarle ningún hada, pero sería su marioneta. Por algo había sido
don Giuseppe, el ebanista del duce.
A través de ella buscaría el respeto para sí que había
perdido. Sería como su abuelo al que todos alababan por su abnegación y bondad.
Su marioneta valdría para las películas del cine de su
época. Recuperaría el respeto perdido. Había aprendido que ser respetado no
dependía del poder o la fama, si no de las obras que hiciera para alegrar la
vida de los demás.
Su abuelo, al construir a Pinocho había alegrado las vidas
de muchos niños que se emocionaban con el cuento. Él recuperaría el respeto
perdido, no haciéndo magníficos muebles artísticos que podían ser destruidos.
Construiría esa nueva marioneta que, gracias al cine, hiciera reír. Sería una
marioneta grotesca, como un payaso, de colores chillones y formas exageradas.
No, no sería como los delicados muebles que diseñó años atrás, pero sería
graciosa, daría ilusión. Y gracias a ella, volvería a ser respetado, a sentirse
respetado.
¿Cómo le llamaría? Dudó mucho al elegirle el nombre pero al
final se decidió por Grottuccia.
Así lo hizo, la fotografió y escribió una carta a Federico
Fellini que por entonces triunfaba como director de cine.
Y Grottuccia triunfó junto a Claudia Cardinale y Giuseppino
volvió a ser el respetado don Giuseppe, padre de la marioneta que hacía reír a
la Italia del neorrealismo.
¿Qué fue de Grottuccia? Se perdió. Acaso esté entre las páginas
de alguno de los ejemplares que hablan de otra marioneta antepasada suya. Tal
vez, esté en algún viejo arcón de aquéllos que construyó su padre. Quién sabe.
A lo mejor tú la encuentras entre los juguetes que ya nadie quiere porque ni
son modernos ni de plástico ni son electrónicos, esos juguetes de madera vieja
que una vez lo fueron todo y que ahora parecen no ser nada..
Giuseppino murió y a su entierro acudieron gentes de toda
Italia, sabedoras de quién había sido, pero sobre todo de que fue el creador de
Grottuccia. Aún hoy, muchos nostálgicos visitan su tumba junto a la de Pinocho
y Tabletta Nogalia, sus padres para darles las gracias por haber puesto ilusión
en sus tristes vidas..
Publicado por Alberto en 9:22 p. m. 0 Dejaron su huella
Etiquetas: Relatos
viernes, 24 de julio de 2015
Crónicas bilbaínas... y van 4
Crónicas vizcaínas… y van cuatro
Hace ahora una semana viajaba nuevamente a tierras
vizcaínas. Santurce sería mi destino aunque pasara por Bilbao y se anunciaba un
planazo marinero por playa y ría. Sí, la cuarta ocasión en que pasaría por allí
y, claro que sí, cada vez para descubrir algo nuevo, algo hermoso.
Se hizo pesado el viaje en tren aunque hasta Burgos tuve
ocasión de entablar algo de conversación con un bebé de 3 años y su madre. El
bebé, cómo no, como todos hemos dicho alguna vez, pronunciaba, cual estribillo
de jota castellana, esas mágicas
palabras… “mamá, ¿cuándo llegamos? Me aburro”, jajjajaja. Un poco de siesta y
lectura amenizaron el trayecto además, por supuesto, de hacer una incursión en
la cafetería teniendo, para ello que atravesar un par de vagones. Esto de
pasear por el tren siempre me produce emoción y fantasía, esas persecuciones de
película, esos encuentros de novela… Ese andar por el tren en movimiento bastón
en mano, haciendo equilibrios para no abalanzarme sobre el, o la, sufrido pasajero
sentado en su butaca, para no llevarme por delante alguna maleta, para no
equivocarme de portezuela y abrir la que da al vacío, en vez de la que
communica con el siguiente vagón… jajajajja.
Llegué al fin a Bilbao y allí Miguel me esperaba, después de
haber llegado, por su parte, de
Zaragoza, para ir juntos a coger el Metro dirección Cabieces, última estación
en Santurce. Ya es algo, el que Miguelito, bilbaíno de pro, jejejej, con su
poco resto visual y sus problemas de oído, llevara al cegatón del Albertito
como si nada.
Y al llegar… bienvenida, besos y abrazos de Estíbaliz y José
Mari, cena relajada y anuncio de sorpresas.
El sábado por la mañana, mientras José Mari trabajaba en el
quiosco de venta de cupones, nosotros nos dimos el primer paseo del fin de
semana con la proa puesta al puerto. Siempre gusta visitar el monumento de la
sardinera y respirar los entrañables olores del entorno. Nos sentamos a los
pies del monumento y tuvimos la suerte de aprovechar retazos de información que
una guía daba a visitantes acerca de la historia e historias santurtziarras:
los astilleros Churruca, las viñas y los baños de mar del siglo XIX, las
casonas… De regreso a casa para degustar unas excelentes empanadas caseras,
hicimos un alto para tomarnos, al menos yo, un chacolí y un pintxito, jejjeje.
La tarde me depararía una experiencia cafetera bien
interesante. Resulta que Elsa, la asistenta de mis amigos, es etíope y nos iba
a preparar el café al estilo tradicional de su país. Para ello vino de Basauri
pertrechada con los elementos necesarios: una alfombra simulando el suelo
africano, una mesita baja, una curiosa cafetera en la que se hierve el café y
las palomitas, que es con lo que se acompaña. Fue muy curioso. La casa se llenó
del olor característico, el paladar se recreó con el sabor, realzado por el
cardamomo, y la imaginación se tiñó de imágenes tribales africanas. Fue
fantástico aunque le faltó la música propia y las leyendas que dijo se suelen
contar en su tierra.
La cena aguardaba. Cena de convivencia e inclusión
normalizada. Resulta que Estíbaliz y José Mari cantan un domingo sí y otro no
en la parroquia de María Madre en Portugalete y los componentes del coro se
juntaban para celebrar el fin de curso, aprovechando que eran las fiestas del
Carmen y la noche podía hacerse todo lo larga que uno quisiera, frecuentando
las denominadas Chosnas o casetas de peñas. Cada uno llevaba a la cena algo
para compartirlo con el resto. Nosotros aportamos un par de postres a base de
crema de limón y chocolate blanco, preparados por Estíbaliz, a la que la
ceguera no le impidió el que le salieran soberbios. No faltaron la tortilla de
morcilla, las pizzas caseras o algún bizcocho. Allí tuve ocasión de emocionarme
al saber que había gente que leía mis escritos con mucho interés y al compartir
con Eder las cuitas de quienes nos dedicamos, en su caso a la música, en el mío
a la literatura. No, no acabamos en las chosnas de Santurce, acabamos en casita
después de otro estupendo paseo para rebajar la cena y airearnos con el frescor
de la noche. Al día siguiente presagiaba nuevas emociones y experiencias que
habíamos de tomarlas con energía por lo que la razón se impuso al corazón y nos
dejamos abrazar por el bueno de Morfeo.
Porque efectivamente el domingo se trataba de sumarnos al planazo
marinero que algunos miembros de la comunidad de Fe y Justicia habían preparado
y que Estíbaliz, como participante activa que es de esta comunidad catecumenal,
propuso que nos sumáramos en otro sano
ejercicio de inclusión y compartir. Se trataba de pasar la mañana en la playa
de San Antonio de Sucarrieta y luego dar un paseo por la reserva natural de
Urbaidai en el barco Urandere, guiado por el escritor Edorta Jiménez, . Un
domingo inolvidable de acogida, confidencias, superación y calidez humanas. Me
quedo con el cariño de quienes nos acompañaron, con su naturalidad y cercanía,
pero sobre todo con la ingenuidad de Andrea, la niña de 14 años que vino con
Isabel y Chema _sus padres_ y con la entrega de Itxaso con la que compartimos
batallas de lucha reivindicativa ante la discapacidad, tiene un hijo con
Síndrome de Down, de no conformarnos, de disfrutar y aprovechar lo bueno pero
no dejar de aspirar a lo mejor…
La mañana fue muy agradable pero la tarde superó nuestras
espectativas con el paseo en el barco. Creíamos que sería uno más de los muchos
paseos en barco que uno lleva a sus espaldas, pero estábamos equivocados. Ya el
mero hecho de subirnos en el puerto de Mundaca fue toda una odisea al tener que
saltar de las escaleras al pantalán y de aquí al barco. Y luego las magistrales
explicaciones de Edorta que se adaptó a nuestras necesidades consiguiendo que
comprendiéramos el movimiento de las mareas, las migraciones de las aves o los
beneficios terapeuticos de la mar. Pude tocar y manejar cual timonel de pro,
por primera vez, el timón de un barco, y saber cómo funcionaban los molinos de
agua y tantas otras curiosidades de esa reserva natural. Si además le añadimos
que se nos invitó a una degustación de productos típicos y la música de
guitarra como acompañamiento comprenderás que la experiencia resultara
fantástica.
La bajada del barco fue otra hazaña porque había que poner
el pie en un pequeño margen y, contra todo pronóstico, resultó más difícil que
al montar. Un pequeño raspón en la piel de regalo me sirvió de exscusa para dar
color, hacerme querer y obtener dos besos de una guapa joven que se brindó a
ejercer de improvisada fotógrafa, jejejjeje. Que un par de besos bien dados,
bien valen un rasponcillo en la pierna. Ya obtuviera lo mismo cuando me golpeo
con andamios, bolardos y demás… ejejjejej.
El lunes tocaba el regreso, mañana relajada, alguna
comprilla y tiempo en la estación Abando para comer un excelente menú que
saciara mi hambre lobuna de intrépido ballenero, jejejej, y me ayudara a no
desfallecer en el viaje de vuelta. Llegaba a Madrid pasadas las 22 horas, con
media hora de retraso. La tentación era coger un taxi para ir a casa, pero si
otra chica se te ofrece para acompañarte, más aún cuando los de Atendo no
aparecían por ninguna parte, no hubo dudas… al Metro que nos fuimos.
Y ya en casa, recordaba cómo había nacido un personaje para
algún cuento mío, Estiburu, Cabeza de Miel a cuenta de que buru es cabeza y
Estíbaliz es miel, que había ganado algún destinatario más de mis motivos para
sonreír y que cuando llegara el tiempo de un nuevo reencuentro habríamos de
repetir todo esto, eso sí, en un nuevo entorno, pongamos por caso el monte Amboto
o alguno de los muchos pueblos marineros que aún desconoce este impenitente
zascandil que es el Albertito.
Publicado por Alberto en 8:15 p. m. 0 Dejaron su huella
Etiquetas: De viajes
jueves, 23 de julio de 2015
Los colores del silencio
Buena tarde veraniega.
En medio del silencio que viste mi hogar, surge este nuevo
esbozo poético.
Que te haga soñar.
Con cariño.
Los colores del silencio
¿Puede verse el silencio siendo ciego?
Puede.
Puede, como verse pueden
Las chispas de tu fuego, que tanto reverencio.
Silencio vivo, blanco;
Blanco de espera y esperanza.
Silencio muerto, negro;
Negro de huida y despedida.
En silencio me quedo al emocionarme, oro;
Oro precioso que es tu besarme.
En silencio me quedo al irte, rojo;
Rojo como la sangre que todo lo envuelve.
Callas y el silencio, cómplice, vence;
Hablas y mi silencio, ávido, escucha.
Cómplice tu silencio de mares azules,
Ávido mi silencio de verdes despertares.
Gris es el silencio de los cobardes,
Como morado el de los valientes.
Valentía es callar ante los humildes,
Cobardía es callar ante los gigantes.
Silencio blanco de paz,
Silencio negro de muerte.
Silencio de vida y bondad,
Silencio de muerte y horfandad.
Sí, pueden verse los colores del silencio.
Aunque mis ojos ciegos callen,
Aunque mis manos vetadas callen.
Déjame pintar tus silencios
Con el pincel de mis deseos.
Déjame dibujar tus silencios
Con el lápiz de mis anhelos.
Silencio de dorado atardecer, abrazados los dos;
De rosado amanecer, recién despertados.
De anaranjado azahar, tejidos los sueños.
Colores. Silencios.
Ay, ay, cuando nos amábamos.
Silencio.
Publicado por Alberto en 7:50 p. m. 0 Dejaron su huella
Etiquetas: Aprendiz de poeta
miércoles, 22 de julio de 2015
Besar
La Vida en 100 palabras
Besar
Besar es ascender al Cielo en un instante para ser inquilino
del Paraíso.
Es nadar en una cascada a un tiempo refrescante como un
helado de queso y ardiente como lava de un arrasador volcán.
Es correr la maratón en un minuto y continuar igual de
ligero que al empezarla.
Es poseer el púrpura horizonte del atardecer y entregar el rosado
rocío del amanecer.
Es saber que haciéndolo los sentidos se ponen a bailar en
pareja.
Es comprender que mientras tengas con quién no importarán
los porqués.
Es, nada menos, que fundirse en un infinito cometa de luz
estelar.
Leer más
Publicado por Alberto en 7:40 p. m. 0 Dejaron su huella
Etiquetas: La vida en 100 palabras
Suscribirse a:
Entradas (Atom)