Buena tarde de domingo.
Inaguro una serie veraniega de relatos, “Relatos a la luz de
los valores”, cuyo tema pretendo que sean los valores. En este primero, cómo
no, he querido destacar el de la sonrisa. Que te guste.
Feliz semana, con cariño.
Relatos a la luz de los valores
La risa de Eloísa
Eloísa, Elo para todos cuantos la han conocido, es una
anciana centenaria. Una anciana, sí, pero lúcida como siempre lo fue. Un siglo
la contempla, como ella ha ido contemplando los acontecimientos de ese siglo y
a quienes rodearon su mundo de mujer de pueblo. Una mujer nacida en el barrio
madrileño de Chamberí pero que pronto se vería arrastrada por las tormentas de
la Historia a la Prusia derrotada de la I Guerra Mundial, a la Inglaterra de
entreguerras, a la India independiente de los años cuarenta, a la Lisboa de la
dictadura y el fin del sueño colonialista portugués, a los convulsos años
setenta de la Norteamérica hispana de Miami y que quiso regresar a su Madrid
natal cuando éste despertaba del sueño, también otro país que despertaba para
caer en la pesadilla de la felicidad
democrática y quedarse en la realidad de un país eternamente cainita de
vencedores y vencidos, de corruptos y sufridores, de salvadores de la Patria y
exterminadores de la concordia.
Sí, esa Elo que ha recorrido el mundo cuando sus orígenes
humildes nada hubieran hecho presagiar semejante aventura. Una mujer normal, ni
guapa ni rica, ni exótica ni refulgente, una mujer del pueblo, cuando Madrid
era aún un pueblo de manolas y chulapos, de obreros y señoritos.
Elo tuvo suerte. Nació sonriendo pero no con una sonrisa
bobalicona, sino iluminadora. No una sonrisa postiza de anuncio de dentífrico,
sino algo auténtico, algo que conquistaba como la más potente de las armas.
Elo ha visto morir a muchos que la quisieron y a otros más
que la odiaron por sus logros y ha llorado, sí, claro que ha derramado muchas
lágrimas, pero al fin siempre ha acabado por alzar su sonrisa como el signo de
la victoria. Esa sonrisa con la que nació, con la que fue conocida en revistas
y magnos acontecimientos festivos; pero también en los peores, en los de la
guerra, siendo enfermera; en los funerales, cuando debía asistir a madres
huérfanas en los años de plomo de la represión y el terrorismo. Una sonrisa que
fue bálsamo para tantos y tantos y que muchos, y más, quisieron comprársela
para quedársela, que quisieron robársela para despojarla de aquello que la
había hecho invencible, que la había introducido en el glamur del triunfo y la
admiración.
-Abuela, déjame tocar tu sonrisa otra vez. Sabes que cuando
la toco, veo el mundo con sus colores y su cielo y su horizonte.
-Tócala, cariño; tócala y quédatela. A mí ya apenas si me
sirve de nada. Quédatela tú que sabes ver con el corazón y mira, a través de
ella.
Laura María acerca
sus manos de luz a los arrugados labios de su bisabuela y desliza sus dedos por
ellos. El silencio se instaura en la habitación del hospital. Laura siente cómo
las yemas de sus dedos se calientan al par que se enfrían para siempre los
labios de… Eloísa.
Y esa risa que tantos milagros fuera haciendo a lo largo de
un siglo de tristeza y dolor pasa ahora a los dedos de una joven ciega que sólo
sabe tocar para leer o descubrir. ¿Qué hará ahora gracias a ella? ¿Se la
guardará para cuando nadie la vea y llore, triste porque no ve? ¿La trasladará
a su boca para que, al fin, los demás dejen de ver en ella a una pobre muchacha
de la que preocuparse o menospreciar?
Nada será igual ya en el mundo sin la risa de Eloísa, dicen
quienes asisten al entierro de esta mujer tan vivida. Otros piensan que ojalá
se la hubiera legado a ellos para obtener los triunfos que ella obtuvo. Nadie
se fija en Laura María, por qué habrían de hacerlo si nunca lo hicieron.
¿Nadie? ¿O tal vez, acaso…? Una paloma revolotea a su
alrededor al tiempo que introducen el féretro en el nicho correspondiente.
-¿Os habéis dado cuenta de que Laurita está cambiada? Es
raro. Igual está enamorada.
-¿Enamorada Laurita? Bah, ¿quién se iba a enamorar de ella?
-No sé, el caso es que sonríe de una manera… que madre mía,
da gozo verla.
-Ah, eso. Es que creo que se ha apuntado a una ONG y parece
que están contentos con ella de cómo ayuda.
-Será eso. No sé.
-Bah, déjala y vámonos a tomar unas cañas y echar unos
bailes.
-Ya, pero… es que sonríe de una manera… que para mí la
quisiera.
-Si tú estás más buena que un queso. Déjate de envidiar a la
cegata ésa y vámonos tú y yo de marcheta.
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