Buena noche de domingo.
Aquí mi nuevo cuento. Con cariño.
Un abrazo veraniego de respeto.
Cuentos a la luz de los valores
El respeto de la familia Geppetto
Todo el mundo conoce al bueno de Gepetto. Aquel carpintero
que, tan solo se sentía, que creó una marioneta a la que puso por nombre
Pinocho, marioneta a la que un hada le dio vida aunque con la condición de que cuando
mintiera le crecería la nariz.
Geppetto y Pinocho vivieron muchas aventuras junto a Pepito
Grillo, pero ¿qué fue de Geppetto después? ¿Tuvo familia? ¿Acaso Pinocho le dio
hijos? Si así fue, ¿los llegó a conocer?
No, Geppetto murió sin ver que Pinocho se casaba con Tabletta
Nogalia y que tenían cuatro pinochitos y tres nogalitas. Que algunos de ellos
murieron en la guerra o por las enfermedades, que otros emigraron a la Argentina
en el mismo barco que aquel Marco, que fue en busca de su mamá de los Apeninos
a los Andes y, por fin, que el benjamín de todos ellos se hizo carpintero como
su abuelito.
Giuseppino, que así se llamaba abrió la carpintería en la
pequeña isla de Lípari, cerca de Sicilia. Pronto adquirió fama de habilidoso.
Su especialidad era la ebanistería, creando preciosas arquetas de joyería,
escabeles, bargueños, escribanías y sillas torneadas.
Italia bajo el mando de Mussolini quiso ser imperio y Giuseppino,
por su fama, fue reclamado por la Mamma Roma para participar en el mobiliario
de la residencia del Duce.
Le dieron carta blanca para que empleara los mejores
materiales y no ahorrara gastos para dotarla de lo mejor. Como maestro
carpintero del Estado gozó del mayor poder.
Giuseppino ya no era Giuseppino, si no don Giuseppe. Todo le
iba bien, envidiado y adulado. No pensaba en casarse, teniendo como tenía a su
disposición a doncellas y casadas que se lo rifaban para obtener sus favores.
Se dejaba querer, no en vano era un conquistador y, a cambio de Pinocho, no
tenía ningún Pepito Grillo que le reconviniera cuando asaltaba virtudes o
despreciaba a tantos y tantos humildes que hasta él se dirigían para pedirle el
ajuar.
Pero los años pasaron y la hecatombe de la guerra acabó con
el sueño imperial del Duce. Don Giuseppe tuvo que retornar a ser Giuseppino, un
hombre amargado y hosco.
Mientras estuvo en la cima del poder como primer ebanista
dejó de lado sus orígenes. Olvidó la historia de Geppetto y Pinocho pero al
regresar a su Sicilia natal por doquier escuchaba un cuento que, sin que
quienes lo contaban a niños y grandes lo supieran, hablaba de él, de sus
orígenes. Callaba, se avergonzaba de que su gloria hubiera quedado en nada. Los
muebles que diseñara para la residencia de don Benito habían sido saqueados por
anticuarios sin escrúpulos o destruidos. No quiso reabrir el taller de Lípari,
no era capaz de volver a trabajar en un cuartucho entre serrines y toscas
maderas.
Tuvo muchas horas para darse cuenta de su vida, tuvo que
escuchar por mucho que le doliera el cuento que aquel periodista de nombre
Carlo Collodi escribiera sobre su abuelo. Pensó que no sabía nada de los
hermanos que emigraron y que hacía mucho tiempo que dejó de visitar el
cementerio donde estaban enterrados sus padres. Había sido dios, el dios de los
ebanistas y ahora era como el ángel caído de los carpinteros.
Y entonces, solo y viejo como era, decidió construir él
también una marioneta. No sería como Pinocho, estaba seguro que a su sueño no
vendría a visitarle ningún hada, pero sería su marioneta. Por algo había sido
don Giuseppe, el ebanista del duce.
A través de ella buscaría el respeto para sí que había
perdido. Sería como su abuelo al que todos alababan por su abnegación y bondad.
Su marioneta valdría para las películas del cine de su
época. Recuperaría el respeto perdido. Había aprendido que ser respetado no
dependía del poder o la fama, si no de las obras que hiciera para alegrar la
vida de los demás.
Su abuelo, al construir a Pinocho había alegrado las vidas
de muchos niños que se emocionaban con el cuento. Él recuperaría el respeto
perdido, no haciéndo magníficos muebles artísticos que podían ser destruidos.
Construiría esa nueva marioneta que, gracias al cine, hiciera reír. Sería una
marioneta grotesca, como un payaso, de colores chillones y formas exageradas.
No, no sería como los delicados muebles que diseñó años atrás, pero sería
graciosa, daría ilusión. Y gracias a ella, volvería a ser respetado, a sentirse
respetado.
¿Cómo le llamaría? Dudó mucho al elegirle el nombre pero al
final se decidió por Grottuccia.
Así lo hizo, la fotografió y escribió una carta a Federico
Fellini que por entonces triunfaba como director de cine.
Y Grottuccia triunfó junto a Claudia Cardinale y Giuseppino
volvió a ser el respetado don Giuseppe, padre de la marioneta que hacía reír a
la Italia del neorrealismo.
¿Qué fue de Grottuccia? Se perdió. Acaso esté entre las páginas
de alguno de los ejemplares que hablan de otra marioneta antepasada suya. Tal
vez, esté en algún viejo arcón de aquéllos que construyó su padre. Quién sabe.
A lo mejor tú la encuentras entre los juguetes que ya nadie quiere porque ni
son modernos ni de plástico ni son electrónicos, esos juguetes de madera vieja
que una vez lo fueron todo y que ahora parecen no ser nada..
Giuseppino murió y a su entierro acudieron gentes de toda
Italia, sabedoras de quién había sido, pero sobre todo de que fue el creador de
Grottuccia. Aún hoy, muchos nostálgicos visitan su tumba junto a la de Pinocho
y Tabletta Nogalia, sus padres para darles las gracias por haber puesto ilusión
en sus tristes vidas..
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