Crónicas vizcaínas… y van cuatro
Hace ahora una semana viajaba nuevamente a tierras
vizcaínas. Santurce sería mi destino aunque pasara por Bilbao y se anunciaba un
planazo marinero por playa y ría. Sí, la cuarta ocasión en que pasaría por allí
y, claro que sí, cada vez para descubrir algo nuevo, algo hermoso.
Se hizo pesado el viaje en tren aunque hasta Burgos tuve
ocasión de entablar algo de conversación con un bebé de 3 años y su madre. El
bebé, cómo no, como todos hemos dicho alguna vez, pronunciaba, cual estribillo
de jota castellana, esas mágicas
palabras… “mamá, ¿cuándo llegamos? Me aburro”, jajjajaja. Un poco de siesta y
lectura amenizaron el trayecto además, por supuesto, de hacer una incursión en
la cafetería teniendo, para ello que atravesar un par de vagones. Esto de
pasear por el tren siempre me produce emoción y fantasía, esas persecuciones de
película, esos encuentros de novela… Ese andar por el tren en movimiento bastón
en mano, haciendo equilibrios para no abalanzarme sobre el, o la, sufrido pasajero
sentado en su butaca, para no llevarme por delante alguna maleta, para no
equivocarme de portezuela y abrir la que da al vacío, en vez de la que
communica con el siguiente vagón… jajajajja.
Llegué al fin a Bilbao y allí Miguel me esperaba, después de
haber llegado, por su parte, de
Zaragoza, para ir juntos a coger el Metro dirección Cabieces, última estación
en Santurce. Ya es algo, el que Miguelito, bilbaíno de pro, jejejej, con su
poco resto visual y sus problemas de oído, llevara al cegatón del Albertito
como si nada.
Y al llegar… bienvenida, besos y abrazos de Estíbaliz y José
Mari, cena relajada y anuncio de sorpresas.
El sábado por la mañana, mientras José Mari trabajaba en el
quiosco de venta de cupones, nosotros nos dimos el primer paseo del fin de
semana con la proa puesta al puerto. Siempre gusta visitar el monumento de la
sardinera y respirar los entrañables olores del entorno. Nos sentamos a los
pies del monumento y tuvimos la suerte de aprovechar retazos de información que
una guía daba a visitantes acerca de la historia e historias santurtziarras:
los astilleros Churruca, las viñas y los baños de mar del siglo XIX, las
casonas… De regreso a casa para degustar unas excelentes empanadas caseras,
hicimos un alto para tomarnos, al menos yo, un chacolí y un pintxito, jejjeje.
La tarde me depararía una experiencia cafetera bien
interesante. Resulta que Elsa, la asistenta de mis amigos, es etíope y nos iba
a preparar el café al estilo tradicional de su país. Para ello vino de Basauri
pertrechada con los elementos necesarios: una alfombra simulando el suelo
africano, una mesita baja, una curiosa cafetera en la que se hierve el café y
las palomitas, que es con lo que se acompaña. Fue muy curioso. La casa se llenó
del olor característico, el paladar se recreó con el sabor, realzado por el
cardamomo, y la imaginación se tiñó de imágenes tribales africanas. Fue
fantástico aunque le faltó la música propia y las leyendas que dijo se suelen
contar en su tierra.
La cena aguardaba. Cena de convivencia e inclusión
normalizada. Resulta que Estíbaliz y José Mari cantan un domingo sí y otro no
en la parroquia de María Madre en Portugalete y los componentes del coro se
juntaban para celebrar el fin de curso, aprovechando que eran las fiestas del
Carmen y la noche podía hacerse todo lo larga que uno quisiera, frecuentando
las denominadas Chosnas o casetas de peñas. Cada uno llevaba a la cena algo
para compartirlo con el resto. Nosotros aportamos un par de postres a base de
crema de limón y chocolate blanco, preparados por Estíbaliz, a la que la
ceguera no le impidió el que le salieran soberbios. No faltaron la tortilla de
morcilla, las pizzas caseras o algún bizcocho. Allí tuve ocasión de emocionarme
al saber que había gente que leía mis escritos con mucho interés y al compartir
con Eder las cuitas de quienes nos dedicamos, en su caso a la música, en el mío
a la literatura. No, no acabamos en las chosnas de Santurce, acabamos en casita
después de otro estupendo paseo para rebajar la cena y airearnos con el frescor
de la noche. Al día siguiente presagiaba nuevas emociones y experiencias que
habíamos de tomarlas con energía por lo que la razón se impuso al corazón y nos
dejamos abrazar por el bueno de Morfeo.
Porque efectivamente el domingo se trataba de sumarnos al planazo
marinero que algunos miembros de la comunidad de Fe y Justicia habían preparado
y que Estíbaliz, como participante activa que es de esta comunidad catecumenal,
propuso que nos sumáramos en otro sano
ejercicio de inclusión y compartir. Se trataba de pasar la mañana en la playa
de San Antonio de Sucarrieta y luego dar un paseo por la reserva natural de
Urbaidai en el barco Urandere, guiado por el escritor Edorta Jiménez, . Un
domingo inolvidable de acogida, confidencias, superación y calidez humanas. Me
quedo con el cariño de quienes nos acompañaron, con su naturalidad y cercanía,
pero sobre todo con la ingenuidad de Andrea, la niña de 14 años que vino con
Isabel y Chema _sus padres_ y con la entrega de Itxaso con la que compartimos
batallas de lucha reivindicativa ante la discapacidad, tiene un hijo con
Síndrome de Down, de no conformarnos, de disfrutar y aprovechar lo bueno pero
no dejar de aspirar a lo mejor…
La mañana fue muy agradable pero la tarde superó nuestras
espectativas con el paseo en el barco. Creíamos que sería uno más de los muchos
paseos en barco que uno lleva a sus espaldas, pero estábamos equivocados. Ya el
mero hecho de subirnos en el puerto de Mundaca fue toda una odisea al tener que
saltar de las escaleras al pantalán y de aquí al barco. Y luego las magistrales
explicaciones de Edorta que se adaptó a nuestras necesidades consiguiendo que
comprendiéramos el movimiento de las mareas, las migraciones de las aves o los
beneficios terapeuticos de la mar. Pude tocar y manejar cual timonel de pro,
por primera vez, el timón de un barco, y saber cómo funcionaban los molinos de
agua y tantas otras curiosidades de esa reserva natural. Si además le añadimos
que se nos invitó a una degustación de productos típicos y la música de
guitarra como acompañamiento comprenderás que la experiencia resultara
fantástica.
La bajada del barco fue otra hazaña porque había que poner
el pie en un pequeño margen y, contra todo pronóstico, resultó más difícil que
al montar. Un pequeño raspón en la piel de regalo me sirvió de exscusa para dar
color, hacerme querer y obtener dos besos de una guapa joven que se brindó a
ejercer de improvisada fotógrafa, jejejjeje. Que un par de besos bien dados,
bien valen un rasponcillo en la pierna. Ya obtuviera lo mismo cuando me golpeo
con andamios, bolardos y demás… ejejjejej.
El lunes tocaba el regreso, mañana relajada, alguna
comprilla y tiempo en la estación Abando para comer un excelente menú que
saciara mi hambre lobuna de intrépido ballenero, jejejej, y me ayudara a no
desfallecer en el viaje de vuelta. Llegaba a Madrid pasadas las 22 horas, con
media hora de retraso. La tentación era coger un taxi para ir a casa, pero si
otra chica se te ofrece para acompañarte, más aún cuando los de Atendo no
aparecían por ninguna parte, no hubo dudas… al Metro que nos fuimos.
Y ya en casa, recordaba cómo había nacido un personaje para
algún cuento mío, Estiburu, Cabeza de Miel a cuenta de que buru es cabeza y
Estíbaliz es miel, que había ganado algún destinatario más de mis motivos para
sonreír y que cuando llegara el tiempo de un nuevo reencuentro habríamos de
repetir todo esto, eso sí, en un nuevo entorno, pongamos por caso el monte Amboto
o alguno de los muchos pueblos marineros que aún desconoce este impenitente
zascandil que es el Albertito.
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