Cinco años atrás, otras 9 personas ciegas y yo visitamos la capital
castellana. El viaje entonces tuvo su parte positiva pero también algunas
sombras que nos impulsaban al regreso. Así que concidiendo con la efeméride
volvimos. Cuento ahora mis experiencias de esta nueva incursión en la ciudad
del Húmedo y el Bernesga.
En esta ocasión, se redujo la compañía a 3 amig@s más y yo,
eso sí, los cuatro con ceguera y el alojamiento se hizo, nada menos, que en el
Hostal San Marcos, una de las perlas de la red de Paradores.
Aprovecharíamos lo bueno de aquel otro viaje, así que
llamamos a la misma guía que nos la enseñó en la ocasión anterior y
repetiríamos copa y música en el pub de los Quijano, La Lola. A esto sumaríamos
una visita a Sahagún y algún otro descubrimiento.
El resultado fue complementar uno y otro, de tal forma que
me queda una visión bastante completa de la ciudad. Reitero aquello que
entonces comentaba en torno a la emoción que me supuso acariciar la escultura
de Antoni Gaudí y pasear por la plaza de la catedral y la colegiata de San
Isidoro.
Disfrutamos de su gastronomía y ambiente festivo, probando
la cecina y morcilla, el cordero asado y los dulces como las galletas de
hierro, en Sahagún, y los ronchitos leoneses (caramelos de cacahuete o
almendra, cubiertos de chocolate).
Las caminatas por el Paseo de la Condesa, la Avenida de los
Reyes Leoneses, la Calle Ancha o la Gran Vía de San Marcos fueron de lo más
agradables.
Y el contar con las fantásticas explicaciones de Isabel, la
guía, me ayudaron a disfrutar de unos enclaves llenos de Historia: desde la
Iglesia de San Tirso y La Peregrina, en Sahagún; a la catedral y la Colegiata,
en León.
Me fascinó sentir la piedra tras siglos y siglos, sus tallas
y filigranas, las tumbas y sarcófagos, la madera de nogal de la sillería en el
coro.
Respecto
de la accesibilidad y las barreras, no olvidaré las espectaculares maquetas que
Valentín Mon, un señor jubilado ha creado en Sahagún con los monumentos de su
pueblo, miles de piezas que nos impresionan por su detalle y gran laboriosidad;
los paneles informativos con braille y relieve en los dos grandes monumentos de
la capital y esa escultura del artista catalán, delante de la Casa Botín.
En contra, por el contrario, me resultó arduo el moverme
dentro del Parador y a la hora de acceder a él, en una plaza diáfana y sin
referencias; un establecimiento que no dudo será lujoso, pero que se me hizo
grande y frío. Manías de ciego chalado, al que cada vez le gustan más los
lugares acogedores, familiares y sencillos.
Quedan las anécdotas:
Tenemos que coger el tren de vuelta a León, después de la
visita a Sahagún. No hay nadie a quien preguntar aunque sabemos que la estación
está cerca. Nos salva escuchar la megafonía. Cuando, por fin, la localizamos,
las vías están a ras de suelo. Una señora que está enfrente (va camino de
Palencia) nos advierte para que no andemos más. Al mismo tiempo, no dejan de
advertir que no se crucen las vías, si no que se usen los pasos subterráneos.
Nosotros no hemos de hacerlo.
Isabel da clases en Soria. Qué casualidad, conoce a Gloria
Rubio, pintora de mi pueblo. El mundo es un pañuelo y nosotros…
Buscamos sitio para cenar. Nos conducen al Latino y nos
ponemos morados con una cena soberbia, que incluye gambas abrigadas, una rica
ensalada de bacalao y un tiramisú que tira, tira (jejejeje) de espaldas.
A nuestro regreso, en el tren, asisto a una bonita clase de
modelos de peinado. Unas chicas van comentando sobre tocados, recogidos y
casquetes para lucir en bodas y demás. Y el Albertito sin un pelo de tonto o de
listo.
En fin, buena compañía, guía excelente y emociones a cuenta
de la música y la guitarra de Manolo Quijano, el buen tiempo y mejor ambiente
entre los que vamos y entre quienes disfrutan de la noche de sábado, entre
vinos del Bierzo y Prieto Picudo, mojitos y vermuts.
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