Historias de grandes días
Así es, ayer 12 de mayo, tuve ocasión de disfrutar de una de
esas actividades que dejan poso en el recuerdo.
A punto de terminar la segunda temporada de la aventura literaria
que otras 3 personas ciegas totales y yo, emprendimos en octubre de 2012
conforme a la cual iniciamos una tertulia literaria en el restaurante Ferreiro,
cuyas señas de identidad son su carácter integrador y el que contemos con los
autores de las obras que se comentan, para mí supuso emociones inolvidables: el
poder presentar y estar junto a mi admirada Paloma Gómez borrero, el escuchar
sus anécdotas y vivencias y el reencontrarme con mi querida Sofía gonzalo,
periodista que forma parte del equipo del programa Fin de Semana de la cadena
COPE.
Las dos horas que duró transcurrieron en un soplo y supieron
a muy poco.
Paloma, con su cercanía y lucidez, con su voz cálida y
sencilla, nos narró historias de sus viajes junto a Juan Pablo II, sobre la
verdadera causa de la muerte de Juan Pablo I, más allá de las teorías
conspirativas, y sobre los últimos tiempos de Ciudad del Vaticano, tras
la renuncia histórica de Benedicto XVI y la elección de Francisco.
Me quedo con las siguientes:
De niña, en el colegio, le mandan escribir una redacción
sobre qué haría si pudiera vivir en Roma y estar cerca del papa. Con ella ganó un
concurso y más aún, cumplió con creces lo que soñaba.
Cuando, después de mucho quererlo, por fin viaja a España
por primera vez Juan Pablo II, le entrega una carta que ella había recibido,
según la cual un chico le escribía a su madre pidiéndole que le entregara al
papa su capa de tuno, ya que él no podría hacerlo sabedor de que se moría, él
no sólo la aceptó si no que pidió que la tuna de la universidad de Salamanca
tocara la canción preferida de Víctor, Clavelitos, mientras recibiera a la
afligida madre, aceptaba la capa y le daba su bendición.
En Jerusalén, en el Museo del Holocausto, al finalizar su
discurso, una señora se ha dirigido a él en polaco. Tras el intercambio de
palabras entre el papa y ella, muy emotivas, todos los periodistas se preguntan
quién será y a qué se deberá semejante diálogo fuera del protocolo. Resulta que
en enero de 1945, tras la liberación del campo de Aüswitz, una niña se negaba a
acompañar al resto de liberados que esperarían el reencuentro con familiares en
la estación de tren de Cracovia. Ella dijo que no tenía a nadie, que todos
habían muerto y lo único que sabía era su número de prisionera. Entonces se encontró
con alguien que la animó a que no decayera y continuara viviendo por ellos.
Quien así le habló era un joven sacerdote llamado Carol, Carol Wojtyla. Aquella
niña, ya una señora de unos 60 años de edad, había conseguido de las
autoridades judías el poder entrevistarse con el papa. Ahora vivía en Gaza, y
tenía una familia.
Durante el viaje a la India, al regreso supieron que Roma
estaba tomada por la nieve. Del calor húmedo de aquel subcontinente, tenían que
regresar al invierno europeo. No le dio tiempo a sacar ropa de abrigo y después
de varios intentos por aterrizar, acabaron en Nápoles. Eran las 5 de la mañana
y les habían dado café con coñac para calentarse. Ella iba de blanco y cubierta
apenas con una manta de avión. Entonces pasó una napolitana que se extrañó al
contemplar semejante cortejo de seguridad y periodistas. Al saber que era el
papa quien viajaría en el tren, invocó con ademanes típicos de sureña de rompe
y rasga, a San Genaro, una imagen digna de las mejores películas del
neorrealismo del cine italiano.
En Zaire, ya tarde, cuando todo el mundo se ha retirado a
descansar, ella y el técnico de sonido, están acabando el trabajo. Cuando menos
lo esperan, se cruzan con un hombre abatido por la fatiga que vuelve de la
capilla donde ha estado rezando. Es el papa, que le dice (se acordaba de ella
porque al ser 15 de agosto, la había felicitado), “hija, qué tarde te acuestas
por mi culpa. Perdóname”.
Revivimos aquel 13 de mayo de 1981 del atentado del a plaza
de San Pedro. Cómo una monja trataba de ver al papa teniendo delante a un turco
mucho más alto que ella. Entonces se dio cuenta de que alzaba su mano para
dispararle al corazón. Le agarró el brazo, el turco le empujó y ella volvió a
cogerle del tobillo unos segundos que fueron suficientes para que la policía le
detuviera. El turco se llamaba Mehmed Alí Agca y la monja, sor Lucía. Sor
Lucía, un día de la virgen de Fátima impidiendo que maten al papa. Lucía
también se llamaba una de las niñas a las que se les apareció la virgen en tierras
portuguesas en 1917.
Recordó la emoción de Benedicto XVI al contemplar la
maravilla de la Sagrada Familia, lo mismo que el impacto que le causó escuchar
la saeta en el Vía Crucis de la >JMJ en Madrid, en agosto de 2011.
Imitó el acento porteño para comentar dichos y costumbres de
Francisco, indicando eso sí, que es pronto aún para valorar de manera objetiva
el verdadero calado del papel que va a jugar en la Historia del a
Iglesia.
Sin duda que quedaron muchos temas por tratar y miles de
anécdotas, pero acabé con un excelente sabor de boca.
La seguiremos leyendo y escuchando para deleitarnos con su
forma de contar y aprendiendo la cotidianeidad de la Ciudad Eterna.
Gracias a Paloma y a Sofía por haberlo hecho posible.
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