Buena noche de domingo de mayo florido y hermoso.
Aquí mi nuevo cuento semanal.
Que te guste.
Un cálido abrazo, con mis mejores deseos.
El nido de víboras
¡Es horrible! La muerte a causa de mordeduras de víbora no
deja de crecer en la ciudad. Es muy extraño que en un entorno urbano se estén
produciendo semejantes tragedias. Más aún lo es que los antídotos habituales
contra este tipo de venenos no estén haciendo efecto.
Todo comenzó un mes atrás, cuando al hospital llegaron los
familiares de un anciano. Había sufrido la primera mordedura en el tobillo y
había fallecido en cuestión de minutos. Entonces, la cosa no pasó de ser tenida
como algo lógico. El desgraciado, de setenta y tantos años había muerto al lado
del pozo ciego del parque, entre la hojarasca seca. Se dijeron que estaría
perdido creyendo encontrarse en el huerto del pueblo, en medio de las
ensoñaciones de su pasado de hombre de campo.
Al día siguiente, llegó un niño aún vivo, pero al que nada
pudieron hacer por reanimar. Lo encontró su madre, caído sobre el columpio.
Tenía dos incisiones en la muñeca. Lo mismo sucedió con un joven y otro y otro.
Iban ya más de 40 víctimas. Todas a causa de lo mismo: el veneno letal de
víbora.
¿De dónde salían los ofidios asesinos? ¿Qué estaba
sucediendo? ¿Se habría producido alguna mutación? ¿Alguien estaría
utilizándolas en su fin vengativo?
Lo primero que habría que hacer sería encontrar a alguna de
ellas para capturarla viva y hacerle análisis. Conocer a qué especie
pertenecían, averiguar la razón por la que los medicamentos de nada habían
servido a los pobres mordidos que llegaron moribundos, entre horribles
temblores, a los hospitales.
La detective Márquez, bióloga y agente especial, será la
encargada del caso. Recurrirá, en sus pesquisas, a los más fiables análisis y métodos de
investigación en materia de toxicología.
Una cosa está clara:
todas las víctimas han muerto a causa del mismo tipo de veneno. Por otra parte
no hay un patrón localizado donde se están produciendo las muertes. Ni un único
parque ni zona arbolada cercana.
En su despacho, la investigadora ha colgado un plano de la
ciudad, marcando con chinchetas los puntos de mordeduras.
No deja de sorprenderle cada nueva notificación.
La gente está consternada. Los que pueden, huyen a sus
segundas residencias. Se han suspendido las clases y las autoridades han
activado los planes de emergencia establecidos para situaciones de catástrofe
nacional.
A su despacho no paran de llegar continuamente ejemplares de
culebras varias. Y hasta algún lagarto. En medio del pánico general, se están
produciendo situaciones absurdas.
Pero al fin llega la muestra tan perseguida. Un mendigo se
la lleva y, aunque al principio cree que va a ser un nuevo fiasco, en este
caso, los restos coinciden con las muestras de los muertos.
Al fin dispone de una pista.
El ejemplar es de tamaño mediano, aunque bien nutrido. Otro
indicio más: allá donde esté el nido disponen de alimento suficiente.
Y algo más deduce: viven cerca de alguna fábrica o tienda de
perfumes. En el tejido hay rastros de alcohol empleado en la fabricación de
perfumería.
Rápidamente se ponen a buscar ese tipo de establecimientos y
a enviar agentes.
El círculo se estrecha.
Después de un par de días de denodados esfuerzos, lo que
parecía sencillo, se torna misterioso. Nada han localizado aún. Todos los
establecimientos visitados están en regla. No se les ocurre qué más hacer ni
dónde indagar. Salvo que…
-¿Y si buscamos en almacenes cerrados? Hay dos polígonos que
los tienen o tal vez en la antigua estación de tren, propone el ayudante de
Márquez.
- Hágalo. Nada tenemos que perder. Eso sí, tenga mucho cuidado.
Cálcese el equipo especial. No vaya a ser que le pierda también a usted.
Al cabo de un par de horas, el teléfono suena en el despacho
de la jefa:
-Creo que debe venir inmediatamente. Ah, y venga con la
jaula especial.
Cuando Márquez llega a un viejo depósito de madera, cerrado
hace años, próximo al cementerio de la ciudad, lo que ve la deja anonadada.
De una calavera surgen pequeñas larvas de culebra que , al
momento, se transforman en unos voraces reptiles con pinta de asesinos.
La calavera está recubierta de hojas frescas y agua en
abundancia. El ruido es estremecedor.
Es una pequeña sala, con suelo de tierra y paredes de
cemento desconchado. Junto al policía, detenido se encuentra un siniestro
hombrecillo del que destaca su mirada de loco y una nariz aguileña muy afilada.
Sus manos son flacas, lo mismo que el resto del cuerpo.
-¿Quién es usted? ¿Qué es todo esto?
Algo más se encuentra Márquez: estanterías metálicas,
repletas de redomas y frasquitos etiquetados todos ellos con… ¡Es increíble! Cada
pequeño recipiente anota la dirección donde han ido apareciendo víctimas.
-¡Vamos, confiese! ¿Qué es todo esto?
-¡Cuidado, jefa!
El monstruo ha iniciado un movimiento hacia la calavera,
como si quisiera dejarse morder por las víboras y morir.
Márquez lo sujeta a duras penas.
-¡Dígame qué es todo esto!
Una risa diabólica sale de su garganta, al tiempo que trata
de acercarse nuevamente a las víboras.
-Es el perfume. El
perfume.
--¿El perfume? No entiendo.
-Ya comprendo, jefa. Está muy claro. Este loco lo que ha
pretendido es hacerse con el olor corporal de nuestros ciudadanos más genuinos.
Por eso no había antídoto posible, porque las víboras se nutrían de la vida y
nada hay que pueda combatirla. Creo que lo mejor que podemos hacer es destruir
la calavera y acabar con el nido. Mire, a él también le han mordido y mire cómo
de la que le ha picado sale una baba, una baba que huele a maldad.
-Sí, creo que hemos resuelto el enigma. Lo mejor será
entregar, como recuerdo, los frasquitos
a los familiares. Será lo mejor.
Así harán y la normalidad volverá a la ciudad una vez
destruido el fatídico nido de víboras, la fábrica clandestina de perfumes.
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