Buena noche de domingo, feliz semana.
Aquí mi nuevo cuento, que quiero dedicar especialmente a
Marta F. Rodilla, la acomodadora del cine Callao que con tanto cariño y
simpatía me ayudó el pasado viernes cuando fuimos a escuchar los monólogos de
Luis Piedrahita, por cierto, que muy divertidos.
Un abrazo y toda mi gratitud para ella.
Con cariño… un abrazo.
La luz entre las sombras
La noche cae inmisericorde en la ciudad. Si el barrio en que
se desarrolla esta historia que no es cuento si no verdad fuera de los
catalogados como nobles, importaría poco que tal circunstancia suceda, pero en
el de Malaespina sí que importa y mucho.
La noche cae, cual pesada losa en la tumba, sobre aquel
barrio miserable de la ciudad de Madrid. ¿De Madrid? Bueno, como dijera la
canción… “pongamos que hablo de Madrid”.
Sí, el barrio de Malaespina está poblado de casas viejas, de
las que se construyeron a principios del siglo XX para los que llegaban del sur
en busca de un futuro utópico. Sí, casas viejas, pero también chabolas y
edificios abandonados. Un barrio al que la luz eléctrica apenas si llega y en
el que las basuras, si se las quiere eliminar, han de ser retiradas por los
propios vecinos, lo que nunca es seguro que suceda.
La noche en esas calles tiene el manto raído y frío. La
noche en Malaespina da paso a las ratas, sean de dos o de cuatro patas, sean
humanas o roedoras. Ratas que pasean su clandestinidad de manera impune.
Los vecinos a veces protestan, cada vez menos, son mayores o
recién llegados de otros mundos peores. Al menos, en Malaespina hay paz, eso
sí. Todos se respetan porque se saben hermanos en la miseria. Las comadres
cotorrean sus vidas sin pudor y los hombres presumen de sus hazañas de
carteristas, navajeos o descuideos en el Rastro y en el Metro.
Los chiquillos corretean entre las callejas y el rasgueo de
guitarras se escucha en los tugurios.
Los amores adolescentes crecen como los cactus en el desierto
porque la vida se agarra, como las liendres y el amor engendra la vida.
Así es Malaespina, barrio mísero de gentes míseras y así es
la noche en Malaespina, noche negra de manto raído y frío.
Pero en esa noche que llega a Malaespina, con su frío y su
pesado manto, suceden acontecimientos dignos de mención.
-Es buen lugar éste para reaparecer. Insensatos humanos, se
creían haber librado de mí porque haya estado ausente, ocupada en recoger del
mar a mis pupilos y en las fronteras a los olvidados. Me llaman Vieja Dama sin
que quieran saber que no lo soy. Me pintan desdentada y fea sin que quieran
comprender que no lo soy. Me cargan una guadaña oxidada sin que les importe que
no me hace falta.
La noche en
Malaespina avanza al tiempo que las cotorras y carteristas se retiran a sus
madrigueras en busca de un mendrugo de pan o un aguado caldo, majestuosos
manjares que acompañarán de aguardiente con el que brindar por mañana.
Las sombras en esa noche vencen creyéndose heroicas
olvidando que allí vencer no es mérito. Sombras negras en la noche negra. Una
Vieja Dama se cuela en el barrio sin pretender detenerse, al menos en esa
noche.
Y ella, andando a su paso, verá algo que, incluso a ella, le
llamará la atención. A ella y a quienes, alumbrados de cigarrillos y bujías,
reptan en pos de sus viejas casuchas y endebles chabolas.
Como de la nada surge una luz en uno de los locales
abandonados. ¿Quién la alimentará? ¿A qué será debida?
-Me gusta este local. Creo que es un buen sitio para hacerme
hueco en este reino de sombras. Me llaman aparición sin que importe que no lo
soy. Me pintan de angelical sin que importe que sea humana, con mi pelo
recogido en una sencilla cola de caballo, mi estatura regular y mi figura corriente.
Sí, aquí será donde ilumine los sueños de estos desterrados de la luz. Ya sé lo
que haré. Todo está preparado.
-Señora, ¿querría escucharme un momento? Sé que es tarde,
pero ¿tiene prisa?
-Hija, no me llames aún. No lo hagas, deja que vaya en pos
de alguien peor que tú. Tú eres muy joven y hermosa como para llamarme. La
madrugada es mi hora y ya queda poco para que llegue.
-Déjeme que le cuente, señora. Me llamo Marta y he pensado
instalar un cine en el que se proyectarán los sueños de quienes vengan. Sólo
tendrán que acomodarse una hora y su mundo cambiará.
-Ay, hija. Ilusiones vanas. No sabes todavía que las sombras
siempre acaban triunfando.
-Yo creo que no. Que la luz existe. Bueno, o eso me dijo un
ciego.
-jajajajajajaj. Qué ilusa. Que un ciego te dijera que la luz
existe. ¿Qué sabrá él?
-Debía de saber algo porque desde entonces una idea me ha
venido rondando en la cabeza: venir a este barrio y traerles luz a sus
habitantes.
-Qué ingenua eres. Me marcho a recoger a mi carga de hoy y
quédate tú con tu cine y con tus sueños.
Y pocas noches después todo el mundo sabe que en el local de
Marta la luz existe porque ella es la luz. Al principio, no acudía nadie, pero
pronto corrió la voz y ya todo el mundo aguarda a que lleguen las sombras de la
noche para comprobar cómo esa muchacha sencilla y corriente, vence a las
sombras con su luz.
Y la Vieja Dama, ¿adónde fue? ¿A quién se llevó? Quizá la
próxima semana sepamos algo. Mientras tanto, déjate iluminar por la luz de
Marta.
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