Santo Domingo de Silos: un monasterio y un desfiladero
A 216 kms. De Madrid se encuentra esta localidad burgalesa enclavada
a poco más de 1000 ms. De altitud entre la Ruta de la Lana, el Camino del Cid y
la Ruta Jacobea de Aragón a Castilla. Para allá que nos fuimos, los tres viajeros
de pro, Elena, Nuria y yo, con la idea de escuchar a los monjes del monasterio
cantar gregoriano y llegar al desfiladero de La Yecla. Si hubiéramos dispuesto
de vehículo y lazarillos habríamos podido visitar algo de Lerma y Covarrubias,
pero los tres sólo contábamos con los bastones blancos para llegar además,
claro, de nuestra voluntad y algo, poco por mi parte, de ingenio.
Total, que recurrimos a la única opción de que disponíamos:
coger el autobús que sale del intercambiador de Avenida de América hasta Lerma
y luego un taxi de allí a Santo Domingo.
El caso es que por un despiste mío, salimos tres cuartos de
hora más tarde de lo previsto, llegamos al hotel reservado, justo enfrente del
monasterio, casi a la hora de la merienda pero con tiempo aún de probar el
lechazo castellano.
El hotel, un caserón de piedra con sólidos muros, escaleras y
pasillos varios, pero cálido en su interior con los típicos elementos
mobiliarios castellanos, se distinguió por su agradable trato familiar para con
nosotros, su amplia habitación y el silencio que nos acompañó a la hora de
dormir jejejej.
Y llegamos a Lerma, y nos bajamos del autobús y… ¿qué? Ajá,
un chico que iba destino Bilbao nos lleva hasta la parada de taxis, cerquita de
la estación, y nos dicta, al azar, uno de los 3 teléfonos que hay en un bonito
cartel para llamar al taxi _qué necesidad hay de que el taxi esté allí esperando
a una hora sólo propicia para estar comiendo y no para que alguien quiera usar
sus servicios_, llamamos y no contesta, así que nos da otro y esta vez sí
tenemos suerte. Ana belén, la taxista, dice que viene en un momento (imaginamos
que le hemos fastidiado el postre), pero bueno, un rato después, nos recoge. Y
para Santo Domingo que nos vamos, mientras ella nos va contando lo que se ve
carretera adelante: bosques de sabinas, campos labrados, cielo empedrado. Nos
cuenta que es una gran aficionada al campo y a sentir sus sensaciones, que uno
en el campo nunca está solo. Me encanta su pasión por la naturaleza.Instalados
en la habitación, examinados su espacio y listos para trasladarnos a la Edad
Media, bajamos a la calle sin que, naturalmente, le hayamos dado señales de
vida, ni de muerte, jajajjaja, al señor de la recepción, empeñado en que él
venía a buscarnos para llevarnos al monasterio. En fin, díscolos que somos.
Buscamos el claustro, que es por donde nos han dicho que
hemos de entrar para la visita guiada y el señor de la taquilla se queda lívido,
como suele pasar, al decirle que vamos los tres solitos, que el señor que nos
ha llevado hasta allí no viene con nosotros. Intuimos que intenta convencernos
de que no pasemos… que si no se puede tocar nada, que si la guía no puede estar
pendiente de nosotros… bla bla bla. Nada, que queremos hacer la visita. Cede a
regañadientes y además de decir que no nos cobra las entradas (qué ilusión) nos
abre la puerta y le indica a Lorena _que así se llama la guía_ ahí te van estos
tres… ummmm.
Y todo para que asistamos a la descripción del claustro, con
sus distintos capiteles y bajorrelieves, algunos con restos de policromía (con
restos de pintura, como se encarga de repetir algo así como 4 veces, por si no
ha quedado claro o si andamos faltos de vocabulario, jajajaja)), la tumba del
santo, el ciprés del centro y poco más, a no ser que quienes van haciendo la
visita, puedan pasar a la botica del siglo XVIII con tarros de cerámica de
Talavera y un museo de arte medieval, nada que nosotros podamos llevarnos a la
mano. Así que, antes de que nos despida a nuestra suerte, le digo bajito, como
si no me hubiera quedado claro a la entrada, que si no nos va a dejar tocar
nada. ¡Sorpresaaaa! “Ahora digo a mi compañera que os saquen un capitel”. Nos
imaginamos que nos va a sacar unas cañas y unas tapas, jajajajaj. En fin. Como
real y generosísimo detalle, disponen de una réplica en resina de un capitel
que nosotros tocamos por encima, ya que ni nos dice qué relieves hay ni, al
menos yo, le encuentro el alma de la piedra. Ah, claro… es que no vaya a ser
que se desmorone una piedra de más de 1000 años, después de que uno sepa que el
monasterio estuvo medio abandonado hasta el siglo XVIII y que ha tenido
reconstrucciones posteriores. Como para que nos vengan con milongas. En fin. ¿O
es que creerán que en vez de manos, lo que llevamos los cieguitos son martillos.
¿Y qué hacer hasta que llegue el oficio de vísperas, a las
19 horas, en que se hará el canto gregoriano? Ah, además de callejear se nos
ocurre, qué ocurrencia, ir al Museo de los Sonidos del Mundo. Pensamos,
ingenuos de nosotros, que habrá sonidos que podamos escuchar. Pues no, nada de eso.
Son instrumentos musicales, por supuesto, bien resguardados en sus
correspondientes vitrinas, así que igual que entramos, salimos. Ala, a
sentarnos a la puerta de la iglesia a esperar a las 7. Y viva el turismo
inclusivo.
Entramos por fin a la iglesia a escuchar a los monjes, pero
nos parece que es algo masificado, como si fuera un espectáculo. No está mal
,pero nos decepciona porque apenas si se les escucha, conforme nos hemos
sentado lejos de donde estén cantando. Bueno, no está mal, pero esperábamos
más. Sí me gusta cuando pasan a nuestro lado y les escuchamos muy cerquita,
imaginándome con su hábito negro y la expresión beatífica. Ya nos habían dicho
que era algo así, que hay otros oficios más íntimos y auténticos, como es el
caso de completas a eso de las 22 horas o el de maitines a las 6. Así que nos
vamos a tomar un refrigerio a la plaza y hacer tiempo para repetir en completas.
Y sí, completas es mucho más auténtico. Estamos muy poca
gente, nos hemos sentado en la 2ª fila y esta vez sí que nos impresiona y
emociona. Genial, se trataba de no rendirse y quedarse con las ganas. Ahora que
eso de ir a maitines… uuummmm.
En fin, a la salida nos ayuda un matrimonio aragonés con su
hija de 9 años. Comentamos lo vivido y nos emplazamos a la misa del día
siguiente, de paso que nos acompañan a un bar para cenar.
Esa era la intención, pero teníamos que afrontar la aventura
de llegar hasta el desfiladero de La Yecla a 3 kms. Del pueblo y que permite
disfrutar de la orografía caliza y el sonido del agua que lleve el río
Mataviejas mediante una pasarela segura. La aventura no es menor sin ver pese a
que no esté lejos. Hay que coger la carretera dirección Caleruega en una
rotonda que lleva a Lerma si te equivocas y luego pasar un par de túneles. Pero
es que merecía la pena intentarlo, hacía una mañana de domingo estupenda y
teníamos tiempo. Y menos mal que lo tuvimos porque, efectivamente, nos equivocamos
de carretera. Un coche qcuyos pasajeros residían también en nuestro hotel paró
para advertírnoslo ya que a ellos les había pasado igual. Nos dimos la vuelta,
volvimos a la rotonda y allí un cazador nos orientó en la dirección correcta.
Parecía que no llegábamos o dudábamos de si nos habríamos pasado pero no…
jejjejeje. Llegamos y disfrutamos del lugar, escuchando el caudal de agua y la
brisa y algún pajarillo, recorriendo la pasarela, encogiendo la tripa en alguna
ocasión por su estrechez pero llegando al final con pena de que se acabara.
Nos imaginábamos que la vuelta sería más relajada aunque
dudábamos de la rotonda, quisimos usar nuestros teléfonos móviles pero otro
matrimonio que también residía en nuestro hotel se ofreció para llevarnos, lo
cual aceptamos encantados. Así nos daría tiempo a refrescarnos y a tomar el
vermut tranquilamente, antes de comer.
Aunque, bueno, al final, dada la mucha gente que había y
para ir tranquilos, decidimos dejarlo para mejor ocasión y fuimos al comedor.
¿A quién crerás que nos encontramos comiendo? Sí, sí; al matrimonio y la niña
de completas que habían entrado al hotel para preguntar por nosotros, ya que la
niña estaba preocupada al no vernos en misa y es que La Yecla nos sedujo más. En
fin, que la niña dijo que teníamos mucho morro por irnos de excursión y ella en
misa, jajajajjaja.
Y poco más, vuelta a Lerma con otro taxi, en esta ocasión,
otra chica que nos contó que había ejercido de guía en Covarrubias y que ella
siempre pensaba en todos a la hora de sus explicaciones sin que pareciera un disco
grabado pero que ya no era guía si no taxista.
Ah, y la preocupación de la madre del dueño del hotel por si
nos atropellaban al ir a La Yecla, tanta que nos recomendó que anduviéramos
separados ya que si nos pillaba un coche, que sólo fuera a uno de los tres,
jejejejej.
Calles empedradas en Silos, monasterio medieval, naturaleza
y frío a la noche… los ciegos en la Edad Media por aquellos andurriales dando
tumbos, metiéndose en algún siniestro caso de asesinato, quema de brujas u
ocultismo en libros de alquimia…
¿Habría pasado algo porque nos hubieran dejado tocar las
marcas de cantero del claustro? ¿Y el ciprés? ¿Y yo qué sé? Ay ay ayh, eso de
que el turismo es para todos… cuánto queda hasta que sea verdad.
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