A ti, sí, a ti, inanimado espectador del mundo, que observas
silente a quienes se paran a mirarte, ¿qué piensas de ellos? ¿Y de ellas?
De vil madera y fieltro te fabricaron, sin que les importaras
que ibas a ser tú quienes les dieras negocio. Te cubren de novedad y moda en la
apariencia pero te descuidan el interior.
¿Pensarás acaso que te dan ganas de escupirles, o sacarles
la lengua, burlesca, a los que, embobados, se quedan mirándote? ¿Y a los que te
usan sin piedad ni miramiento?
Cuántas cosas tienes que contarme, pero callas. Callas, con
la tozudez de quien está desprovisto de alma.
Ah, si tú me contaras. Si quisieras responderme.
¿Cuál es la ropa que más te agrada que te pongan? ¿El
clásico traje? ¿El vestido de lentejuelas? ¿Las minifaldas vaqueras? ¿Las
chaquetas de piel? ¿La lencería de gasa?
Ah, que eres asexuado y te ponen, o quitan, curvas y bultos,
según convenga. Es verdad, que a ti, tanto te da. Bueno, tanto no. Que por muy
maniquí que seas, reivindicas tu dignidad. Y por eso, reniegas de pantalones
rotos, por mucho que sea lo que vende o de seudominicamisetas que más parecen
propias de paños de cocina que de cubrir pieles femeninas o de eso que dicen “paquetero”,
que si aún fuera “paquetequiero”…
Ay maniquí, maniquí, cuántas veces te vi. Arrumbado en el
almacén de la tienda de moda, desnudo de todo, palo informe, peluca postiza, extremidades
de quita y pon; pero también, erguido frente al cristal en tu puesto bien
visible o junto al pie de la escalera mecánica.
Y hoy te escribo, ya que verte no puedo. Y hoy te pregunto,
ya que tocarte no me dejan.
¿Qué encontraste en aquel bolsillo de la americana de pata
de gallo que alguien quiso dejar para no ser descubierto?
¿A qué olía la falda que te volvieron a poner después de que
aquella mujer no quisiera comprarla porque su color le recordaba al hombre que
la abandonó?
¿Cómo fue aquello de confeccionar sobre ti el traje que
luciría un ministrable que luego se acabaría quedando compuesto y sin cartera?
¿De qué
habláis al juntaros los de tu raza en el silencio de la noche, cuando humano alguno
queda para escucharos? ¿Hablaréis de la crisis?
Y de lo mal que está todo? ¿De lo pijos que son algunos y de lo
hipócritas que son muchas? ¿De que ya nada es como antes y de que todo era
mejor antes?
Ay, maniquí, maniquí, cuántas veces te vi. Y, seguramente,
si quisieras, ahora tú me dirías: “tararí que te vi, cegato de alhelí.
Y sí, habré de darte la razón. Que cegato de alhelí fui, o
acaso, siempre seré.
Maniquí, dime si te atreves. ¿Me dejarías ser de los tuyos?
Ya sé, tú eres un maniquí de alcurnia y rancia estirpe y yo un advenedizo de
cartón. Pero, sí. Si fuera maniquí como tú vestiría siempre a la moda y ropa
nueva, ropa y complementos, claro que sí.
Y por eso te escribo. ¿Qué he de hacer para ser de los
tuyos? Quiero que me miren las señoras y me calibren, y hasta fantaseen con lo
que harían conmigo si fuera de carne y hueso. Es que, ¿sabes? Siendo de carne y
hueso ninguna fantasea sobre mí, mientras que sé, de buena tinta, que sí lo
hacen pensando en ti.
En fin, maniquí, maniquí.. aguardo esperanzado tu respuesta.
¿Querrás dármela? No, no sigas guardando silencio. Anda, que para ti yo no soy
nada.
Guárdese usted muchos siglos de polillas, termitas y humedades,
y guárdele el dios de la moda y los complementos para ser portador e imagen de
la elegancia.
Vale.
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