El Metro y yo
«Albertito, Albertito… corre corre que se va el Metroooooo»
¡Clon crash! Que me la pegoooooo.
Sí, eso podría pasarme si olvidara que al Metro hemos de
tenerle respeto, no miedo pero sí respeto. Y si se escapa en los morros, otro
vendrá.
Y es que hay gente, ciegos incluidos, que echan a correr
como locos si está el Metro en el andén y caiga quien caiga, sin sospechar que
quienes pueden caer son ellos.
No, el Albertito no corre para cogerlo. ¿Cómo ha de correr
si ni es una chica guapa ni hay ningún toro que le persiga allá en el andén.
Nada, que por rabia que dé perderlo justo cuando llegas, otro vendrá.
Se cumplen hoy 96 años de la inauguración del Metro. Fue
Alfonso XIII quien lo hizo y el primer trayecto discurría entre Cuatro Caminos
y Sol, reduciendo un tercio el tiempo que se tardaba en recorrer esos casi 4
kms. En tranvía.
En estos 15 años en que yo llevo paloteando por sus
estaciones, vestíbulos, pasillos y escaleras he vivido algunas anécdotas que
hoy quiero compartir, con el afán de hacerte sonreír, ojalá lo consiga.
Mucho me costó perderle el miedo y mucho le costó a Marina,
la técnica de rehabilitación de la ONCE que me enseñó cuando llegué a Madrid.
Mucho tuvo que repetirme que estuviera tranquilo, que daba tiempo a subir, que
antes de cerrar las puertas pitaba, que no olvidara de poner siempre el bastón
por delante no fuera a ser que en vez del vagón, lo que tenía enfrente era el
hueco entre vagones, que me aprendiera los itinerarios y que escuchara antes de
actuar. Traté de hacerle caso y algo debió de hacer porque hoy, 15 años
después, me muevo por él con soltura y confianza. Algo debió de hacer, lo que
pasa es que una vez, sólo una, metí la patita entre el andén y el vagón. Ufff,
qué susto y eso que me cogieron en volandas. Vaya facha que debía tener… un pie
en el andén flexionado, el otro en el hueco estirado y las manos en el suelo
del vagón (como si fuera Juan Pablo II besando la tierra en sus viajes). Y la
gente cogiéndome como podían con mi poco peso, eeejemmmm…
Un par de veces se me ha quedado encajada la contera _bola_
del bastón entre la puerta y el andén. Qué lío. Se queda encasquillada y no hay
manera de sacarla a no ser que algún forzudo pasajero le dé el tirón y… zas. A
hacer puñetas la bola y la goma que une los tramos del bastón y hacer puñetas
el bastón. En fin, qué le vamos a hacer si tuvo buena voluntad el buen señor. “Perdona,
me parece que se ha roto…” “Nada, nada; no se preocupe. Me apañaré como pueda
hasta llegar a casa.”
Y aquella vez en que no sé cómo fue que me caí en las
escaleras mecánicas de Duque de Pastrana y no me podía levantar hasta que no
giré sobre mi propio eje, cual compás, y entonces ya sí pude levantarme, cogido
del pasamanos. Menos mal que no había nadie que me viera que si no… qué
lástima.
Pero dejemos los percances y vayamos al turno de los
mendigos y pedigüeños que jalonan el viaje.
De todo pelaje los hay… desde músicos mil hasta vendedores
de lo más pintoresco. Que me ofrezcan linternas, nada más propio para este
cieguito. ¿Y lo de los clínex? Será que hay mucho mocoso suelto? Ahora que los
tañedores y músicos… no soporto esas latazas que te taladran el oído con el
tachín tachín y sin la cabra. ¿Y las de la Bosnia Herzegovina que ni tienen
leche ni tienen pañal para el niño? Pues algo debieron de tener cuando fueron
capaces de parirlo, digo al bebé, no al pañal… jajajajaj.
En fin, para cerrar este capítulo, recordaré aquella
cantante del Este con su voz cálida y misteriosa que me evocó toda una historia
de su vida para crearle un cuento… y ella sin saberlo. Ah, y el otro día, en
Pacífico, otra que interrumpe su cantar para indicarme que girara a la
izquierda. Todo un detalle por su parte, que podía haber seguido a lo suyo
dejándome a mí a mi suerte y a que me diera el galletazo con la esquina.
¿Y mis encuentros femeninos? Aaaaajá, Albertito. Tú y tus picardías.
En Menéndez Pelayo, un grupo de chicas jalean a la novia.
Supongo que iría con ellas porque no dejaban de darle vivas. No pude resistirme
a unirme a ellas. Me pidieron que les hiciera una fotito, pero nada, que no pude
hacerlo. Parece que no se habían dado cuenta del palito blanco que me adornaba.
Igual creyeron que era un trozo de la tela del vestido de novia que, cual
jirón, se me había enganchado vaya usted a saber dónde. Mucha juerga llevaban,
pero yo me quedé en ayunas de saber si la novia, y las amigas, eran guapas o
no. Eso sí, se hicieron con el vagón y el cieguito a dos velas.
Y claro… por mucho que lo correcto sea que cuando me ayudan
sea yo el que tome el brazo de quien ve, no diré que hago ascos a cuando alguna
señora, al subir al tren, me coge de cerca y por el impulso roza mi espalda con
sus… uuujummm… jajajaj.
Una noche de sábado, en Sol, no muy tarde, pedí ayuda y al
despedirme le di las gracias, diciéndole guapa. Ella me contestó, con mucha
extrañeza… “¿Cómo sabe que soy guapa?” jajajaja. Es que yo a todas les doy las
gracias con un “guapa” de regalo. El hecho de que me ayuden ya es mucho y eso
me las hace ver como tales. Si lo son, será una redundancia y si no lo son
igual hasta soy yo quien las ayudo al alegrarles el día. Y otra, otra noche de
sábado, contentita que iba ella, se me pegó pegó y aún tuvo el humor de decirme
que disfrutara de la fiesta, ¿de qué fiesta? Uuuuummm…
Por cierto, sólo una vez, en Estrecho, me dijo a mí, una,
guapo. Qué quieres, me alegró el día como nunca. Es que como nadie me lo suele
decir… ¿a quién no le gusta que se lo digan?
Más
historias… en Plaza de España quise hacer trasbordo de la línea 3 a la 2. Cómo
iba a imaginar yo que de una a otra hay toda una excursión. Y un señor dejó a
su señora y le dijo… “ahora vengo, que le voy a acompañar”. Yo encantado, pero
no pude por menos que decirle, después del pedazo de pasillo y vericuetos
recorridos, “su mujer debe de creer que se ha fugado como si hubiera dicho que
iba a comprar tabaco.” El señor, atentísimo, me dijo que no, que su mujer le
esperaría. Algo parecido me pasó en Diego de León de la 6 a la 4, otra pedazo
de excursión y pregunta a uno y a otra y a otra… en fin. Un lío de pío pío.
Y yo qué sé… el Metro me da mucho juego a la hora de crear
mis cuentos e historietas. Ya he hablado de la cantante del Este, pero no han
faltado a la inspiración los laberintos de pasillos y esa imagen peliculera de ser
perseguido y saltar de un tren a otro tren…
Bueno bueno. Que el Metro es todo un invento y que cuando se
estropea me lleva de cráneo y que espero seguir teniendo anécdotas que contar y…
jajajajjaja. Roces de que disfrutar. Eso sí, siempre con prudencia, respeto y educada
discreción. Lo que no querría es que me vuelvan a robar la cartera como
hicieron en Antón Martín. Claro que desde entonces, rehuyo de cogerme de la
barra del techo para prevenir semejante tropelía. Y si una chica me dice… “cójase
de mi hombro (era verano y lo llevaba al aire) en vez de a la barra, te aseguro
que estaré encantado… jajajajja.
Y ojalá pueda yo ayudar de alguna manera, indicando a
alguien que va perdido por dónde tiene que ir o dónde ha de bajarse o yo qué
sé, será genial.
1 comentario:
Eres un gamberrete jajajajajaj. Esos ojos táctiles los tines muy activados. jajajaj.
Un abraciño Bertiño y si hay que hacerse el despistado para que una chica preste ese hombro; ¡¡ adelante!!!
Rosa María Milleiro
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