Buena noche de domingo lluviosa…
Una nueva historieta de nuestros amigos la Vieja Dama y el
detective Benigno Pérez. Que te guste.
Un abrazo y feliz semana.
La fuente que mana
sangre
-Mírenlo. Qué solo está. Qué poco saben valorarle. Ahí está
sentado en el banco de madera. Mucho felicitarle días atrás a cuenta de la
resolución del crimen del palacete de la calle Orfila pero hoy vuelve a
sentirse solo. Menos mal que estoy yo para ayudarle.
“No, no. Es imposible. No seré capaz de resolver este misterio.
Yo, un simple detective de los de antes, tan de los de antes que hasta mi
nombre resulta antiguo. Los de la Científica ya se marcharon y nada hallaron.
¿Qué voy a encontrar yo entonces? Una fuente nueva, de apenas 10 años de antigüedad,
con sus siete caños verticales que desde hace un par de días mana sangre, vaya
usted a saber por qué.”
-Benigno, shshsh. No has de buscar en el
interior, si no alrededor.
“¿Qué? ¿Quién me habla? Vuelvo a sentir lo mismo que el otro
día en el palacete. Una voz misteriosa me susurra al oído dándome pistas.
¿Quién será? ¿Por qué? Y el caso es que de no haber sido por ella, nada habría
obtenido y hoy vuelve. Es una voz cascada pero sugerente. Qué sé yo. Y dice que
mire a mi alrededor en vez de en el interior cuando siempre se dijo que se ha
de mirar al interior. Qué cosas.”
-Mira a tu alrededor, amigo Benigno. La solución está ahí.
“¿Ahí? Pero si tan solo hay calles que se cruzan, edificios
y gente que va y viene. Ah, y cómo no, la estación del Metro y la fuente. Esto
no es otra cosa que una plaza, la Glorieta de Bilbao. Ummm… ya. El Café
Comercial abandonado después de que echara el cierre a últimos de julio.”
-Caliente, caliente. Observa, fíjate en los detalles.
“Me acercaré si ella lo dice. Pero está muy cerrado. Qué
lástima que lo hicieran.Por mucho que miro no se ve nada. Un esqueleto vacío de
Historia e historias.”
-¿Dudas? No debieras. Hay algo más. Investiga.
“González, mira los planos del Comercial. Haz lo que sea
para que sean los originales de su construcción. Sí, los de 1887. Mira que los
sótanos tengan algún subterráneo.” Mientras, yo me haré con las llaves para
entrar.”
-Iré con él cuando entre. De momento, le dejo para hacer
otro negocio, aquí cerca. Ya saben… un conductor loco, un motorista imprudente,
un choque inevitable… un muerto más.
“Bien, ya tengo las llaves. El dueño se mostró remiso pero
me las cedió al fin. Qué pena da. Todo cubierto de polvo, la barra de zinc
vacía, ni mesas de mármol ni sillas ni ruido de cucharillas y platos. Subiré al
piso de arriba, allá donde se reunían los poetas. No sé qué hago aquí, pero la
voz…”
-No, no vayas por ahí. Por ahí no.
“¿Por aquí no? ¿Por qué no? Aún huele a café y a tinta para
plumas y plumillas. Qué recuerdos me trae este lugar. Aquí vine de crío para
mirar, de manera clandestina a quienes se reunían para jugar, aquí ligué por
vez primera con una de las camareras en los años soñados de la Transición antes
de alargar la noche sin fin por Malasaña y Clamores. Y ahora, nada queda, nadie
hay. En fin.”
-Abre los ojos, te ciegan los recuerdos.
“Sí, ya. ¿Pero qué más he de buscar? González no da señales
de vida con los planos y todo está vacío. Como no sea que sea en el almacén. Creo
que estaba tras la barra. Veamos.
-Bien bien. Benigno se acerca. Yo sé las respuestas, pero
dejemos que él las averigüe por sí solo. Me cae tan bien…
“Ajá, aquí está. Estanterías vacías, botellas vacías, cajas
vacías. Una bombilla temlorosa que poco alumbra. Ah… la trampilla. Una
trampilla con la cerradura oxidada. No, ninguna de las llaves la abre. Tiraré
de la argolla. Sí, así sí. Ufff, cómo huele todo, qué peste. Y cuánta humedad.
Cualquiera se mete en esa boca del lobo.
-Vamos, Benigno. No temas. No vas solo.
“No sé cómo me atrevo. Menos mal que siempre llevo la
linterna de emergencia. De momento, no me he roto la crisma al bajar la
escalera, bueno por llamarla de alguna manera. Y ahora, ¿qué? Debería seguir un
pasadizo. Me suena que aquí cerca estaban los pozos de nieve donde la
almacenaban para hacer los sorbetes y helados cuando lo construyeron. Tendré
cuidado, no vaya a ser que me la dé con alguno de esos pozos. Maldita sea…
¡otra puerta!
-Ya está cerca Benigno de resolver el misterio. Espero que
no se eche atrás ahora. Se va a sorprender. Si el ayudante González hubiera
sido más diligente, ya sabría mi amigo que está justo debajo de la fuente y que
tras la puerta lo que encontrará no le va a gustar nada.
“¡Santo Dios! Sangre, cuánta sangre. Podría ahogarme en
ella. Y una respiración jadeante, agónica. ¿Qué será? Libros y más libros,
sangre y más sangre. Y la respiración y una corriente de aire que todo lo
aspira hacia arriba. Hacia… ¿la fuente?Que vengan los bomberos, González. Dése
prisa, olvídese de los planos. Ah, y que traigan un equipo de iluminación. Espero
que ahora seas más rápido. Ya ya, no hay excusas que valgan. Venid
inmediatamente al sótano del Comercial.”
-Una cosa más… cuidado con los libros.
“¿Quién es usted? ¿Quién jadea de semejante manera? ¿Dónde
estará? Hay tanta sangre y tantos libros… y tantas astillas y tantos trozos de
mármol. Ah, ahí está. La linterna hace su papel. Un hombre viejo de barba
blanca sentado en el suelo que va echando al mar de sangre los libros y las
astillas y los trozos. Subamos a esperar a que vengan los bomberos. Me temo que
ya sé a qué se debe el fenómeno que tiene a la ciudad patas arriba.”
“Vamos, bajad por aquí, con cuidado. ¡Qué extraño! Ya no se
oye la respiración agónica.”
-Jefe, ¿sabe una cosa? La fuente ya no mana sangre. Es
curioso. Ha sido llegar los equipos a ese sótano del Comercial, limpiarlo todo,
por cierto que vaya tela lo que había, y volver a la normalidad. ¿Cómo supo
dónde buscar?
-Poco importa eso. Lo que a mí me interesa es… ¿qué pasó con
el hombre viejo de barba blanca que vislumbré? ¿Quién era? ¿Y por qué este
libro tiene las páginas amarillentas sin tinta? Acaso la sangre… ¿proviniera de
los libros?
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