Buena noche de domingo.
Más tarde de lo que habría querido,
comparto mi nuevo cuento.
Que te guste.
Feliz semana.
Un abrazo.
Una tarde romántica de verano
Un paisaje bonito, una tarde romántica de
verano con su puesta de sol. Qué mejor idea para llevar a tu chica de excursión
y jurarle tu amor.
Todo eso estaría muy bien, si no fuera
porque el paisaje que tú recordabas bucólico ahora se ha convertido en un
erial, lleno de maleza y chatarra; que se ponga de tormenta y el sol quede
oscurecido por negros nubarrones.
¿Qué hará tu chica? ¿Comprenderá tus
buenas intenciones o te echará en cara que nunca sepas tener detalles de pasión
con ella?
Claro, que ya que estáis, tratarás de
convencerla de que valore tu gesto, que has puesto ilusión en la idea y que no
ha dependido de ti el resultado obtenido.
Tal vez haga un esfuerzo y te regale un
margen de confianza. Ponga buena cara y, cogida de tu mano, quiera adentrarse
por aquella senda que tú recorrías de chico, senda que ahora es una sucia
mancha de zarzas, espinos y pedruscos. Le explicarás que allí, en el tronco del
roble más viejo, dibujaste un corazón con su nombre. Querrá que se lo enseñes.
Y claro, el viejo roble hará años que se secó y de él tan solo quedará el
esqueleto. Ni corazones grabados, ni musgo fresco ni esplendor milenario.
Otra vez ella torcerá el gesto, otra
vez te ofrecerá la ofrenda de su paciencia y no saldrá corriendo si no que se
resignará a no arruinarte tus planes románticos. Al fin y al cabo, te quiere.
Te has empeñado en llevarla a tu rincón
favorito, aquél desde el que se veían las montañas nevadas, en que una gruta
daba su origen a todo un bosque interior de estalactitas y laberintos mágicos,
manantial inagotable de imaginarias historias de leyenda.
Llegaréis hasta allí, sí. Y penetraréis
en ella.
¿Por qué te dejó que lo hicieras si los
antecedentes no auguraban nada bueno. Si ni la tarde os había deparado una puesta
de sol de postal ni el paisaje conservaba su verdor ni el roble su
majestuosidad.
Dirás que fue lo más conveniente que te
pareció hacer ante el aguacero que se abalanzaba sobre vuestras cabezas.
Truenos que parecían bombas, rayos que semejaban fogonazos y goterones de agua
que golpeaban sin misericordia. La exhortarás a que no se detenga, a que entre,
cuanto antes en aquella cueva y, entonces, los más negros presagios se os
agarrarán al alma cual voraces alimañas.
De nada servirán sus alaridos de socorro
ni su intento por zafarse de la bestia. Tú mueres enseguida, pero a ella la
vida no quiere abandonarla fácilmente, lo cual la hará sufrir más.
¿De qué sirvieron tus buenos
propósitos? Vanos deseos que acabaron en tragedia
Querrá encontrar la salida a la trampa
en que se ha convertido tu promesa de felicidad, pero no podrá. La monstruosa
fiera le ha clavado sus colmillos en su tierno cuello, sí, ése que tú tanto
deseabas besar sin prisa ni fin, y lo desgarrará sin piedad.
Pero ella es fuerte, en su pequeñez,
siempre dijiste que era tu muñeca de porcelana, delicada y fina. Qué
inconsciente fuiste.
Tú estás ya en mis brazos, pero ella
aún resiste.
Los gruñidos de la bestia se mezclan
con sus gritos en una cacofonía infernal que rebota en las paredes de aquel
idílico paraje.
Los instantes de su agonía son eternos
y tú los contemplas aun estando muerto. Es el precio que debes pagar ante tu torpeza.
Te lo habías ganado al mostrarte tan ciego a mis señales.
Sí, yo quise avisarte de que no te
obcecaras en seguir adelante, quise salvarla a ella, tan generosa y buena, tan
simpática. Pero te tuviste que empeñar en tu loca quimera de deslumbrarla.
¡Necio de ti! Simplemente habría bastado con que la hubieses mimado con
pequeños detalles en el día a día.
¿Y ahora qué? Ella sufrió inútilmente y
tú la perdiste para siempre.
Más aún. La gruta se tornará maldita.
Nadie podrá entrar en ella sin que su ánimo se estremezca de pánico. Sí, un
lugar que fue hermoso, por tu culpa devino en hostil.
Me suplicas compasión. Pregúntale a
ella si la mereces. ¿Crees que la mereces después del daño que le causaste?
Me echarán la culpa a mí, dirán que no
tenía sentido que me la llevara tan joven y buena como era. ¡Maldito seas!
Fuiste tú quien la condujo hasta mí. No le tocaba, no era hora aún de que se
subiera a mis hombros.
Ten valor, al menos. Reconoce tu culpa.
Humíllate ante ella. ¿Ves? Han pasado los años. Tú no eres otra cosa que un
mísero montón de huesos y polvo. Ella, en cambio, continúa incorrupta. La he
respetado y guardado pura y limpia. ¿Serás capaz de hacer algo por ella? Quizá,
entonces, te deje descansar en la paz del olvido.
Sal fuera, atrévete, da la cara.
Arrostra tu culpa y haz que murmuren de
ti como si de un fantasma endemoniado se tratara, un aparecido que dé miedo y
confiesa tu crimen.
Me acusas de ser desalmada, de dureza
como jueza de tu destino. Pero es que no cabe otra sentencia ante tu egoísmo.
Vamos, atrévete, sal. Ahí tienes la oportunidad.
Alguien, pagado de sí mismo se ha
empeñado en ignorar las leyendas de la gruta maldita. Se cree invencible.
Sabelotodo, devoto de la jactancia y la autosuficiencia. Siempre se ha burlado
de quienes contaban historias a sus nietos o relataban al calor de la lumbre.
Papanatadas de viejas y chochos sentimentales. A él nada le asusta. Nunca.
Quién se iba a atrever a andar por allí salvo él. Hace buena tarde, el silencio
se escucha a su alrededor. ¿Por qué habría de tener miedo?
-Sí, a usted. Soy yo…
Un sobresalto inevitable pellizca el
proverbial dominio del recién llegado. No encuentra el origen de la voz que le
ha hablado. Una voz quejumbrosa, lejana.
-¿Quién es? ¿Qué desea?
Silencio…
-Escúcheme.
Ya nada será igual para el inefable don
Manuel María de la Bocanegra. Cuando regrese al pueblo en el que reside, sus
vecinos le verán descompuesto, el rostro demudado y el ánimo caído. Nadie le
creerá cuando cuente que en la gruta del bosque ha descubierto el cuerppo
intacto de una joven, la muchacha que desapareció, junto a su novio, una lejana
tarde de verano.
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