Buenas noches, feliz semana.
Que estés bien.
Nuevo cuento.
Un cálido abrazo de luz.
El hallazgo de Rosina Méndez
De Rosina Méndez se dice que padece el Síndrome de Diógenes.
Recoge cuanto se encuentra por la calle y siempre va a la busca de objetos mil,
le resulten o no de utilidad. Su casa es un batiburrillo de cosas que va
arrinconando por doquier. Su sobrina Alicia trata de frenar ese afán
acumulativo, sobre todo en aras a evitarle infecciones por las bacterias que
generan los alimentos en descomposición, que compra la buena mujer y que nunca
consume, o los productos que va
amontonando, podridos de tan viejos e inservibles.
Siempre se habla de que algún día deberán acudir las
autoridades sanitarias a inspeccionar esa vivienda y los vecinos murmuran que
alguna rata se ha llegado a ver corretear en las inmediaciones de la puerta del
5º B. Nunca se ha producido semejante inspección. Al fin y al cabo, el barrio
es un barrio marginal, ubicado en el extrarradio, dejado de la mano de Dios,
casas desconchadas, sin ascensor y llenas de humedades. La gente que las ocupan
son ancianos o familias de muy baja extracción social, así que tampoco pasa
nada porque haya más o menos ratas, porque huela mejor o peor, o porque haya
suciedad. No es más que lo habitual, dicen, los que no lo conocen.
En una de esas incursiones de Rosina, entre los cubos de
basura y demás almacenes varios, se encontró un objeto que, a ella, le pareció
de lo más valioso. Le serviría, pensó, para atar cajas o para tirar del
carretón donde transportaba sus tesoros o para sujetar los vaseros de la cocina.
¡Era una soga! Una cuerda recia, algo despeluchada a tramos, pero fuerte y
gruesa.
No lo dudó. Se lanzó
como si de un halcón se tratara sobre su presa.
La aferró con sus dedos sarmentosos de mujer artrítica y
cuando lo hizo, algo extraño sucedió.
Sus manos se cubrieron de un líquido parduzco y viscoso.
¡Era sangre!
Se extrañó, pero
hizo caso omiso de ello. Se las frotó en su vieja saya, raída y descolorida, y
echó la soga a su bolso. Siguió su camino sin más. Siguió rapiñando hasta que
se hizo la hora de comer. Su sobrina la aguardaba cada día para ello. No quería
dejarla sola, conociendo su estado.
Llegó a casa y cuando vació la bolsa... ¡también estaba
empapada en sangre!
¿Qué podían hacer? El caso era raro. La soga, en sí misma,
no era otra cosa que un conjunto de fibras y nudos. ¿Por qué, entonces, había
tanta sangre en la bolsa? ¿Y en las manos? A Alicia, la pobre Alicia, también
le sucedió lo mismo que a su tía al cogerla. Lo mejor sería quemarla cuanto
antes. La echarían al hornillo y que desapareciera de una vez por todas.
Quiso prenderla con el encendedor de gas pero nada, no había
manera. ¡Era inmune al fuego!
-¿Qué es esto?? ¿De dónde lo has sacado, tía?
-No sé, niña. Yo qué voy a saber. Con lo buena y fuerte que
me pareció...
-Llévala a la policía no vaya a ser que nos metamos en algún
lío. O tírala cuanto antes.
-Llévala tú, hija. Que tú sabes manejarte. Yo soy tan
tonta...
-Anda, vamos a comer y luego ya veré qué hago con ella.
Maldita sea, tía, ¿cuándo vas a dejar de recoger toda la mierda que los demás
tiran?
-Ay, hija. Es que una ha pasao tanta hambre y tanta miseria
que nada me va mal.
Y sí, después de recoger los cacharros de la comida, Alicia,
madre soltera de dos niños y funcionaria de Hacienda, se dirige a la comisaría
de policía. Y cuando lo haga pedirá ver al agente Juárez, al cual conoció meses
atrás cuando investigaba el delito fiscal de una famosa cantante de copla y le
requirió el examen de cierto expediente fiscal.
-Cuénteme, Alicia, qué le trae hasta este humilde centro.
-Es que mi tía se encontró esta cuerda y resulta que cuando
la tocamos, las manos se nos manchan de sangre. Mire, la propia bolsa en la que
la traigo cómo está.
Efectivamente, nuevamente la cuerda ha expulsado sangre de
sus entrañas. ¿De dónde puede salir tanta?
El detective la toma con sus manos enguantadas. Es curioso:
a él no le pasa lo que a las infelices mujeres. ¿Será por aquello de que se
protege con guantes?
La examina, se la acerca a los ojos y, del cajón, extrae una
lupa con la que observarla.
-Vaya vaya. Creo que ya sé qué es esto.
-Dígame, no me deje en ascuas.
-Tiene toda la pinta de ser el instrumento con que el Aníbal
Lecter de Horcasitas despedazaba a sus víctimas. Pobres niñas las que se
cruzaron en su despiadado camino. Mató a tantas y a tantas arrastró, una vez
descuartizadas, a los vertederos que siempre se dijo que el día que
encontráramos la cuerda con la que lo hacía, la hallaríamos empapada de sangre.
Es muy importante el que nos la haya traído. No sé si sabe que hay prometida
una recompensa a quien aporte pruebas que puedan incriminar a este sádico al
que no hemos podido terminar de condenar por falta de indicios inculpatorios.
Siempre se burla de nosotros y siempre se jactó de que nada podríamos contra él
hasta que no hallásemos el medio de sus “operaciones”.
-Y tendremos que ir de testigos y cosas de ésas? Mire que mi
tía no está muy bien...
-Me temo que sí. No se preocupen que estarán ocultas tras un
cristal opaco para él.
Efectivamente, no pasarán demasiados meses cuando, en medio
de la máxima espectación, se celebre la vista a la que tía y sobrina han sido
convocadas. Están muy nerviosas, más Alicia que rosalina. Al fin y al cabo,
ésta caulcula lo que va a sacar de todo el asunto.
Cuando les toca turno y le entregan el hallazgo de Rosalina
a su presunto dueño, éste sonreirá con colmillos de lobo y mirada febril. Coge
la soga con sus garras mortales y...
La esparce violentamente por la sala como si de un guisopo
de extremaunción se tratase. En medio de horribles carcajadas asperja… ¡la
sangre inocente de sus víctimas!
-¡Todos vosotros lo habéis querido. Sois culpables y yo os
señalo con la sangre de las inocentes… jajajajajaj.
Y mientras así hace el demoniaco asesino, dos mujeres se
estremecen profundamente. La anciana se ha desmayado aterrorizada y la más
joven trata de reanimarla aunque sabe que ya nada será igual en sus vidas
después de haber contemplado semejante bautismo, oficiado por alguien que jadea
y grita, enloquecido. La sala que ellas ven desde su rincón protegido se ha
teñido de púrpura en medio de atronadores gritos, carcajadas, lamentos y, lo
peor de todo, una especie de desesperadas llamadas de tono infantil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario