Paz y bien. Feliz domingo. Escribo mis buenos deseos de hoy,
con una nueva crónica viajera de este cegato zascandil.
Ahí queda eso.
Un cálido abrazo de luz primaveral.
Sepúlveda: Historia y naturaleza
En junio de 2012 conté cómo había descubierto las Hoces del
río Duratón, un enclave paisajístico majestuoso en tierras segovianas y cómo
había vivido la aventura del piragüismo en la presa de Burgomillodo.
Ayer volví a acercarme a ese río y a ese parque, si bien en
esta ocasión, no en su final, si no en su principio. Sepúlveda.
Fui a pasar el día, junto a mi amigo Miguel y su primo, Vicente, que nos acompañó, haciéndonos de guía
y conductor, a nuestro aire y con la idea de conocer la localidad, disfrutar de
una excursión y degustar su rico cordero lechazo preparado en horno de leña.
En lo climatológico, la jornada, fue fantástica, con la
primavera y el sol dejándose ver tras el oscuro invierno.
Tras nuestra llegada e incursión en la oficina de turismo,
para que nos señalaran lo más recomendable, nos dispusimos a recorrer sus calles
y plazas, llenas de casas auténticas de pueblo, con la piedra y la madera como
elementos de construcción, columnas de diverso trazado y palacios e incluso una
hospedería templaria.
Nos asomamos a los miradores desde donde se contempla la
inmensidad de esa herida en la roca que son las hoces, farallones calcáreos, y las cumbres nevadas muy a lo lejos.
Grupos de visitantes se cruzaban en nuestro camino, de la
misma guisa que nosotros: plano en ristre, comentando el buen día que había
salido y lo bonito del entorno.
Buscamos las 7 puertas de su muralla y algunas de sus iglesias
románicas como la de la Virgen de la Peña,, subimos y bajamos por su orografía
de montaña y nos detuvimos a hacer un alto de avituallamiento en una bonita
plaza.
Después, tras adquirir cuencos de cerámica del lugar para
tomar esa suculenta sopa castellana o un rico desayuno, y comprar dulces de por
allí en una de las muchas panaderías que jalonan el lugar, faltaría más, toqueteamos
diversos útiles y objetos bien curiosos, como el clásico molinillo de café, queseras
de barro, cestería de mimbre y rascadores, nos dirigimos en busca de la Casa
del Parque.
Aquí, otrora iglesia de Santiago, se proyectaba un audiovisual
del entorno y se podía conocer, de manera divulgativa, la rica fauna de la
zona, con buitres y demás carroñeras, jinetas, y antiguos fósiles de aquello
que, millones de años atrás, constituyera un mar al que el tiempo y la
sedimentación irían desalojando.
Una Casa del Parque magníficamente dispuesta con su maqueta
y todo, un lujo para mis manos de cegato, sus sonidos e información bien
curiosa e interesante. Vale la pena visitarla como aperitivo a esas incursiones
por los alrededores.
Era hora ya de buscar restaurante para saciar nuestro
apetito gastronómico con sabor a leña y a campo, a auténtico y a sencillos
manjares.
De los muchos que había, dimos con Casa Paulino, tranquilo,
agradable y que cumplió nuestras espectativas, bien que le faltó, a la señora
que nos atendía, cierta visión comercial: la oferta de menú era para 2. “Pero,
oiga, que somos 3, ¿cómo lo hacemos?” “Ah, ustedes verán. O eso o nada, les
puedo traer otra ración aparte de cordero, pero si acaso la piden”. En fin. El
pan de hogaza y el postre artesano, soberbios. El vino, bueno y el chupito que
no faltara, ya se sabe: “para mí, de hierbas, que he debido de ser vaca en
alguna de mis vidas anteriores, jejej”
Quizá le faltaba, además, unas pataticas asadas junto al
lechazo y que las mesas estaban demasiado juntas, con lo que si alguien buscaba
intimidad… poca poca. A nuestro lado, dos simpáticas chicas nos saludaron y
dudaban qué pedir, un poco más allá, dos personas que comen juntas, pero una no
deja de manejar el móvil y la otra come en silencio; y aún más allá, una
parejita salpimenta su encuentro con románticos besitos. Ya digo, entre lo que
mis oídos me contaban y lo que los ojos de Vicente veían, nos pusimos al día de
todo, jejeje.
No quedaba otra, por cierto, que bajar la comida dando un
paseo y aprovechar, así, la compañía del sol radiante meseteño.
Y Miguel con su
habilidad de poca vista, pero muy bien aprovechada, Vicente cuidando de que el
cieguito no se despeñara, foto aquí, foto allá, nos encontramos con las guapas comensales
del restaurante. Qué encantador encuentro casual, un encuentro que daría lugar
a una tarde de ésas en las que la realidad supera a la ficción. Inma y Susana,
Su torres, dos vallisoletanas que quisieron quedar para tomar el aperitivo en
Pucela y acabaron en esta Sepúlveda medieval de leyenda y paisaje. Risas no
faltaron, alguna que otra confidencia tampoco y, por encima de todo, simpatía y
afecto por doquier. Largas despedidas de, quién sabe, futuras amistades.
Anécdotas y curiosidades del viajero que uno nunca sabe qué
o con quién se encontrará.
Más anécdotas aún:
En la panadería, un cartel dice: “prohibido hablar de la
cosa” “¿La cosa? ¿Qué es la cosa?” “Es que, aclara la dependienta, como todo el
mundo cuando entra dice, en vez de preguntar y hablar de la crisis, refiriéndose
a ésta como la cosa, pues se ha puesto el cartel por eso, que estamos hartas de
escuchar siempre la misma cantinela”.
En la mañana ha salido a nuestro encuentro, como sacada de una
fotografía en sepia, una sepulvedana ataviada con traje de fiesta típico y
sombrilla. Forma parte de la empresa de visitas teatralizadas, Sepúlveda Viva y
es bien simpática. Tanto que al decirle que soy ciego, me describe con todo
detalle su atavío, al tiempo que (tal vez para cerrar el círculo fotográfico)
me deja hacerme con ella la inevitable fotito.
La música de tamboril y dulzaina tampoco falta dando a mi
imaginación los elementos indispensables para ver todo un cuadro de imágenes y
colores genuinamente castellanos.
Y a la entrada de la Casa del Parque, una original “estación
meteorológica”, una piedra y un cartel que lo explica todo: según se encuentre
ésta, así será el tiempo que vaya a hacer. Que no se diga: recursos e
imaginación al poder.
Ah, y sí: hablo de ver, de mirar y amores ciegos y a primera
vista, citas a ciegas y demás lindezas lingüísticas con Susana, por mucho que a
ella le resulte violento el que las mencione con tanto desparpajo y naturalidad,
y lo hago precisamente para enseñarle que el lenguaje no es enemigo de la
ceguera, muy por el contrario, el lenguaje es naturalidad y huida de
eufemismos.
Total, que de pensar que sobre las 6 regresaríamos a Madrid,
acabamos haciéndolo cuando ya es noche cerrada, que más de noche que lo que es,
no ha de ser, jejeje. El viaje de vuelta, con atascos y caravanas, no deja de
ser otra cosa que el comentario de lo vivido, la sorpresa y la certidumbre de
que el día ha sido magnífico.
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