Buena noche de domingo. Nuevo cuento. Miguel, mi amigo, que
durante estos días me está acompañando, me propone el título. ¿Qué saldrá de
él? Leed, leed.
Feliz semana primaveral.
Con cariño.
Un abrazo de luz.
La dama del paraguas
Qué extraño. Que en aquella cueva apareciera, una mañana de verano,
el cuerpo sin vida de una mujer joven, ataviada con corpiño de paño, falda
hasta los pies y escarpines de charol, y, más aún, con un paraguas de flores
junto a ella.
El cadáver se conservaba incorrupto. Cosa bastante lógica,
por otra parte, considerando las condiciones de temperatura y humedad
existentes en el recinto.
La cuestión estribaba en qué había ido a hacer aquella joven
hasta semejante paraje inhóspito con un atuendo, más propio de días de fiesta
que de excursiones campestres por un terreno escarpado y repleto de oquedades y
cuevas.
Para
mí, en principio, se trataba de un caso más en mi tarea forense. La técnica de
disección estaba clara y los datos que extraería tal vez arrojaran alguna luz
al caso. ¡Pero estaba tan fuera de lugar!
Era como si se hubiera disfrazado de época o…
Las pruebas indicaban algo inusual: no correspondían a la
actualidad. Ni su morfología ni la bioquímica de los restos hablaban del 2013.
¿Cómo podía ser?
Se me informó de que la posición en la que se hallaba era
sentada en el suelo, como si hubiera estado esperando a alguien. ¡Esperando a
alguien! ¿A quién? ¿A qué?
No fui capaz de limitarme a cumplir con mi obligación de
elaborar un informe, por completo que fuera, rutinario y olvidarme del asunto.
Aquella extravagante imagen de una señorita vestida de
fiesta y con un paraguas en medio del polvoriento estío meseteño no se me iba
de la cabeza. De vez en cuando, le preguntaba al comisario jefe de la policiía
pero siempre me ofrecía la misma desalentadora respuesta:
-No hay pruebas, seguimos a oscuras. El caso, como otros, se
encuentra en vía muerta, sin resolver.
En ésas estaba, atascado con el papeleo de rigor y las
autopsias de muertes más o menos previsibles, cuando fui invitado por el
alcalde a una cena recepción con motivo de la inauguración del palacete, recién
restaurado y que se constituiría, a partir de entonces, en la sede consistorial de la ciudad. Todo un
monumento del Modernismo, una joya arquitectónica, largos años abandonada a su
suerte y que ahora sería habitada por autoridades y funcionarios, y
funcionarias, naturalmente.
La velada transcurría con parsimoniosa lentitud en medio del
aburrimiento por mi parte. Nunca me han gustado ese tipo de fiestas, tan
encorsetadas y protocolarias pero no pude negarme a la invitación.
Me disponía a salir al jardín cuando una antigua fotografía
llamó mi atención. Me quedé boquiabierto al contemplarla.
Si bien su tono era sepia y algo desvaído, resultaba
inconfundible.
¡Era la misma imagen de cuyo cuerpo yo había tenido en mis
manos, meses atrás, sus despojos.
¿Cómo podía ser?
Rápidamente me dirigí en busca de la única heredera de la
casa. Una señora de mediana edad, elegante y, a qué negarlo, no poco altiva. A
mi llegada me la habían presentado sin más. Unas breves palabras de cortesía
había sido el mero encuentro con ella.
Se hallaba rodeada de gente, pero no tuve empacho en llamar
su atención mediante elocuentes gestos.
-Señora, necesito hacerle una consulta importante. Disculpe
mi atrevimiento, pero es importante de verdad.
-Usted dirá. Es el doctor Bermúdez Torres, ¿no es así?
-Sí, muyh cierto. Podría explicarme a quién corresponde la
fotografía que hay en el pasillo que conduce al jardín y su historia?
-Ah, es bien misteriosa. Siempre fue objeto de leyendas
entre la familia. Resulta que un día de febrero de 1887 desapareció sin que
jamás volviéramos a saber de ella. La imagen corresponde al día de su
desaparición. Era la fiesta de la candelaria, 2 de febrero.
-¿2 de febrero? Qué curioso. Hoy también es 2 de febrero.
Pero cuénteme por favor. Cuénteme.
-Mucho se especuló y buscó, pero nada se averiguó. Dijeron
de ella muchas cosas, no todas buenas, sobre la niña. Por cierto, se llamaba
Elisa Inmaculada y contaba 18 años. Pronto anunciarían su compromiso
matrimonial con un guapo comerciante de tejidos.
-Tal vez no me crea si le digo que el año pasado, un
senderista encontró los restos de un cadáver. Ese cadáver, al que yo tuve que
examinar, se trataba de la misma persona que la de la fotografía.
-Dios mío, se llevó las ensortijadas manos, a la boca. ¿Es
posible?
-No hay duda. Ahora, la duda estriba en imaginar qué la pudo
conducir hasta allí. Al menos, ya sabemos de quién se trata.
-Pero, ¿cómo puede ser que esté incorrupta?
-Bueno, las condiciones…
-NO, es la profecía.
-¿La profecía? ¿Qué profecía?
-Siempre se aseguró que sería encontrada por un determinado
caminante que, en el momento de descubrirla, portaría otro paraguas igual que
el de ella. Que sería un joven predestinado a devolverle la vida.
-¿La vida? Imposible. Sus despojos yacen en el depósito de
cadáveres en estado de congelación a la espera de que hubiera una resolución
del caso y, de no haberla en el plazo de un año, la ley manda su cremación sin
más.
-Pues esa leyenda se fue narrando desde entonces, a mí
también me la contó mi madre. ¿Saben algo del muchacho que la encontró? ¿Está
seguro de que siguen sus restos en el depósito?
No pude dormir esa noche. Había quedado con la señora Garcés
en que a la mañana siguiente iríamos juntos a hablar con el comisario y nos
cercioraríamos de que nada extraño había sucedido.
-¿El muchacho que la encontró? Le dejamos marchar en paz
pues nada parecía tener que ver con aquel deceso. NO, nada le preguntamos
acerca de un paraguas ni nada por el estilo. Desconozco si lo tenía igual.
Podemos tratar de localizarlo nuevamente e interrogarle al efecto.
-Vayamos ahora en pos de su huesera, doctor.
Abrí el nicho de acero y nuestra sorpresa fue inmensa. ¡No
había nada allí! ¡Era imposible! De lo que yo dejara allí, un cajón hermético a
menos 30 grados de temperatura no quedaba nada. ¿Qué hacer?
-Cojamos un coche y vayamos, sin más, por el tipo que la
encontró.
Llegamos. Alguien atendió a nuestra llamada. Era joven,
simpática y dulce en el habla. Pero… ¡Dios mío! Junto a la puerta, mi vista no
pudo evitar verlos. Eran dos paraguas idénticos.
1 comentario:
¡Hola, Alberto!
¡Me encanta la fantasía y el misterio de tu nuevo cuento!
No siempre te comento, pero ahora te digo que me gustan todos tus escritos y te admiro.... Admiro a todas esas personas que tienen la facilidad de expresión como tú. ¡Eres genial!
Un abrazo.
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