domingo, 9 de marzo de 2014

La dama del paraguas


Buena noche de domingo. Nuevo cuento. Miguel, mi amigo, que durante estos días me está acompañando, me propone el título. ¿Qué saldrá de él? Leed, leed.
Feliz semana primaveral.
Con cariño.
Un abrazo de luz.

La dama del paraguas

Qué extraño. Que en aquella cueva apareciera, una mañana de verano, el cuerpo sin vida de una mujer joven, ataviada con corpiño de paño, falda hasta los pies y escarpines de charol, y, más aún, con un paraguas de flores junto a ella.
El cadáver se conservaba incorrupto. Cosa bastante lógica, por otra parte, considerando las condiciones de temperatura y humedad existentes en el recinto.
La cuestión estribaba en qué había ido a hacer aquella joven hasta semejante paraje inhóspito con un atuendo, más propio de días de fiesta que de excursiones campestres por un terreno escarpado y repleto de oquedades y cuevas.
   Para mí, en principio, se trataba de un caso más en mi tarea forense. La técnica de disección estaba clara y los datos que extraería tal vez arrojaran alguna luz al caso. ¡Pero estaba tan fuera de lugar!
Era como si se hubiera disfrazado de época o…
Las pruebas indicaban algo inusual: no correspondían a la actualidad. Ni su morfología ni la bioquímica de los restos hablaban del 2013. ¿Cómo podía ser?
Se me informó de que la posición en la que se hallaba era sentada en el suelo, como si hubiera estado esperando a alguien. ¡Esperando a alguien! ¿A quién? ¿A qué?
No fui capaz de limitarme a cumplir con mi obligación de elaborar un informe, por completo que fuera, rutinario y olvidarme del asunto.
Aquella extravagante imagen de una señorita vestida de fiesta y con un paraguas en medio del polvoriento estío meseteño no se me iba de la cabeza. De vez en cuando, le preguntaba al comisario jefe de la policiía pero siempre me ofrecía la misma desalentadora respuesta:
-No hay pruebas, seguimos a oscuras. El caso, como otros, se encuentra en vía muerta, sin resolver.
En ésas estaba, atascado con el papeleo de rigor y las autopsias de muertes más o menos previsibles, cuando fui invitado por el alcalde a una cena recepción con motivo de la inauguración del palacete, recién restaurado y que se constituiría, a partir de entonces, en  la sede consistorial de la ciudad. Todo un monumento del Modernismo, una joya arquitectónica, largos años abandonada a su suerte y que ahora sería habitada por autoridades y funcionarios, y funcionarias, naturalmente.
La velada transcurría con parsimoniosa lentitud en medio del aburrimiento por mi parte. Nunca me han gustado ese tipo de fiestas, tan encorsetadas y protocolarias pero no pude negarme a la invitación.
Me disponía a salir al jardín cuando una antigua fotografía llamó mi atención. Me quedé boquiabierto al contemplarla.
Si bien su tono era sepia y algo desvaído, resultaba inconfundible.
¡Era la misma imagen de cuyo cuerpo yo había tenido en mis manos, meses atrás, sus despojos.
¿Cómo podía ser?
Rápidamente me dirigí en busca de la única heredera de la casa. Una señora de mediana edad, elegante y, a qué negarlo, no poco altiva. A mi llegada me la habían presentado sin más. Unas breves palabras de cortesía había sido el mero encuentro con ella.
Se hallaba rodeada de gente, pero no tuve empacho en llamar su atención mediante elocuentes gestos.
-Señora, necesito hacerle una consulta importante. Disculpe mi atrevimiento, pero es importante de verdad.
-Usted dirá. Es el doctor Bermúdez Torres, ¿no es así?
-Sí, muyh cierto. Podría explicarme a quién corresponde la fotografía que hay en el pasillo que conduce al jardín y su historia?
-Ah, es bien misteriosa. Siempre fue objeto de leyendas entre la familia. Resulta que un día de febrero de 1887 desapareció sin que jamás volviéramos a saber de ella. La imagen corresponde al día de su desaparición. Era la fiesta de la candelaria, 2 de febrero.
-¿2 de febrero? Qué curioso. Hoy también es 2 de febrero. Pero cuénteme por favor. Cuénteme.
-Mucho se especuló y buscó, pero nada se averiguó. Dijeron de ella muchas cosas, no todas buenas, sobre la niña. Por cierto, se llamaba Elisa Inmaculada y contaba 18 años. Pronto anunciarían su compromiso matrimonial con un guapo comerciante de tejidos.
-Tal vez no me crea si le digo que el año pasado, un senderista encontró los restos de un cadáver. Ese cadáver, al que yo tuve que examinar, se trataba de la misma persona que la de la fotografía.
-Dios mío, se llevó las ensortijadas manos, a la boca. ¿Es posible?
-No hay duda. Ahora, la duda estriba en imaginar qué la pudo conducir hasta allí. Al menos, ya sabemos de quién se trata.
-Pero, ¿cómo puede ser que esté incorrupta?
-Bueno, las condiciones…
-NO, es la profecía.
-¿La profecía? ¿Qué profecía?
-Siempre se aseguró que sería encontrada por un determinado caminante que, en el momento de descubrirla, portaría otro paraguas igual que el de ella. Que sería un joven predestinado a devolverle la vida.
-¿La vida? Imposible. Sus despojos yacen en el depósito de cadáveres en estado de congelación a la espera de que hubiera una resolución del caso y, de no haberla en el plazo de un año, la ley manda su cremación sin más.  
-Pues esa leyenda se fue narrando desde entonces, a mí también me la contó mi madre. ¿Saben algo del muchacho que la encontró? ¿Está seguro de que siguen sus restos en el depósito?
No pude dormir esa noche. Había quedado con la señora Garcés en que a la mañana siguiente iríamos juntos a hablar con el comisario y nos cercioraríamos de que nada extraño había sucedido.
-¿El muchacho que la encontró? Le dejamos marchar en paz pues nada parecía tener que ver con aquel deceso. NO, nada le preguntamos acerca de un paraguas ni nada por el estilo. Desconozco si lo tenía igual. Podemos tratar de localizarlo nuevamente e interrogarle al efecto.
-Vayamos ahora en pos de su huesera, doctor.
Abrí el nicho de acero y nuestra sorpresa fue inmensa. ¡No había nada allí! ¡Era imposible! De lo que yo dejara allí, un cajón hermético a menos 30 grados de temperatura no quedaba nada. ¿Qué hacer?
-Cojamos un coche y vayamos, sin más, por el tipo que la encontró.
Llegamos. Alguien atendió a nuestra llamada. Era joven, simpática y dulce en el habla. Pero… ¡Dios mío! Junto a la puerta, mi vista no pudo evitar verlos. Eran dos paraguas idénticos.




  

  

1 comentario:

Piedad dijo...

¡Hola, Alberto!

¡Me encanta la fantasía y el misterio de tu nuevo cuento!

No siempre te comento, pero ahora te digo que me gustan todos tus escritos y te admiro.... Admiro a todas esas personas que tienen la facilidad de expresión como tú. ¡Eres genial!

Un abrazo.

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