¿SE debe mendigar la compañía?
Paz y bien, feliz domingo.
Voy recuperando la normalidad tras días intensos de emoción
y vivencias aunque créeme si te digo que me está costando bastante.
Durante estos días de peregrinación a Santiago cada uno de
los que iban planteó su Camino de una forma particular. Yo, por mis creencias y
forma de ser, lo hice de manera simbólica y durante él, hubo momentos para la
reflexión de temas que iré compartiendo contigo por aquí.
El primero de ellos fue el de la compañía y la soledad.
Hubo momentos en que estuve solo voluntariamente, bueno,
solo no, guiado siempre por Miguel pero aislado de su compañía para reflexionar
y visualizar en mi mente a mi gente, a los que verdaderamente estaban viniendo
junto a mí en esa prueba tan dura como ha sido para mí el andar 118 kms. Pero
hubo otros momentos en los que sentí que se me excluía, que se me dejaba solo.
Sentados unos 10 del grupo en un albergue ya finalizada la etapa para comer, al
decir la señora que no podía atender a todo el grupo completo, se levantan los
8 que había y se van diciéndonos: “adiós, compañeros”, ¿no habría sido lógico
que nos invitaran a irnos con ellos? En ningún momento a Miguel y a mí se nos propuso
que tomáramos con alguno de los del grupo un café o una cerveza… Tal vez, el
problema fuera las dificultades auditivas de Miguel o que debíamos acercarnos y
pedirlo nosotros. No sé, yo qué sé. Llegó un momento que me sentí perdido en mi
Camino y tuvo que ser una gran amiga, de las que venía conmigo en mi cabeza, quien
me volviera a reorientar: “tu camino no es mendigar compañía ni estar con gente
que no quiere estar contigo, tu Camino es cumplir tu sueño y ser testimonio
para quienes verdaderamente te queremos”.
Cuántas veces se escucha que alguien se aferra a una
relación de pareja nociva por no estar solo o sola, cuántas veces se busca
desesperadamente compañía, como si fuera un clavo ardiendo, pagando un alto
precio físico o mental por no perderla.
Es verdad, sentirte solo en medio de la gente que se supone
son compañeros tuyos, es duro. Sentirte solo cuando necesitas que alguien te
ofrezca sus manos para no caer en el abismo del dolor, es duro. Pero, ¿realmente
merece la pena mendigar compañía a cualquier precio? No, no, no.
En el fondo, pese a que a veces uno lo dude, uno nunca está
solo. Si eres creyente, Dios está contigo; si tienes corazón, tus seres
queridos que murieron y partieron al País de los Sueños, están siempre contigo
en forma de estrellas; si sabes ser Amigo (con mayúsculas) no estás solo.
Ya sé, la soledad buscada no es mala, a veces
es preciso estar solo para asimilar la vorágine del día a día, pero qué quieres.
Yo lucho por no sentirme solo, excluido. ¡Tantas veces lo estuve! ¡Y tanto
sufrí!
Sí, lucho pero no mendigo. No quiero limosnas de amistad,
limosnas vacías, migajas de “hola Albertito, cuéntanos tus humoradas”.
ES verdad, cuando te despides de alguien al que quieres
mucho y has estado con él pasando el fin de semana, tomándote un helado o un
té, hablando de literatura y creando sonrisas, te sientes vacío y el regreso a
tu rutina solitaria se hace duro aunque queden los recuerdos y las promesas de
un nuevo encuentro aunque desconozcas cuándo vaya a producirse.
Un abrazo de siempre adelante y lealtad.
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