Buena noche de domingo.
Tras la sangre del pasado día, el Arte y la intriga salen a
escena esta vez. Que te guste y haga soñar.
Respondo con este cuento a Rosa Sánchez que tan bien ha
sabido cumplir el reto que lancé esta semana. Próximamente continuaré dando
respuesta a Basi Mateo, Francisco Rodríguez Tejedor y María Belén que, de igual
forma han querido hacerlo, consiguiendo con ello hacer posible el milagro de
que viera los colores de esos magníficos cuadros.
Gracias de corazón y feliz semana.
Intriga entre las sombras de la noche
1.
La madrugada del 28 de septiembre de 1669 en Ansterdam es
fría y lluviosa. La humedad que surge de los canales de la ciudad semeja el
mudo llanto de ese alguien que todo lo ha perdido y ya nada espera.
Ese alguien podría ser un pintor anciano que, a sus 63 años,
tan solo espera la muerte. Rembrandt van Rijn está enfermo y solo. Han ido
muriendo sus seres más queridos, su mujer, sus hijos… y está arruinado. Malvive
en un pequeño apartamento en el barrio de Rozengracht. Sobrevive alimentándose
de nostalgias y recuerdos. Su mente esa brumosa noche vislumbra imágenes
atormentadas, alucinaciones oníricas que mezclan algunas de las historias
bíblicas más terribles y las de la desgraciada agonía de su Saskia, su
verdadero amor, fallecida veintisiete años atrás. Sus delirios quiméricos le
muestran un cuadro, tal vez el último que pintara hace unos pocos meses. Se
trata de “El regreso del hijo pródigo”. Una obra de la que se ha sentido particularmente
orgulloso y que le encargaron para la iglesia antigua de Delff. Ese padre feliz
al recibir a su segundo hijo que regresa, ese hijo primogénito que más allá de
indignación lo que siente es sorpresa y dudas _por qué a él no_, esa madre que
se asoma a la puerta y ese doctor de la Iglesia que asiste silencioso ante la
escena. Ese juego de luces y sombras, esos colores, esa escena. ¿Por qué la
mente febril del pobre Rembrandt vislumbra alguien más en ese cuadro si él a
nadie más ha querido introducir. Quién es esa mujer de formas desvaídas y velo
blanco que se cuela al fondo.
Rembrandt ya no despertará del sueño agónico y cinco días
después morirá apagándose como una vela a la que se le consume sin remedio la
cera. No podrá saber, por tanto, que, oh prodigio, la figura de su sueño está
en el cuadro y que quienes lo contemplen a lo largo de los siglos se
preguntarán acerca de quién podrá ser.
2.
Otra noche más, en esta ocasión la del 17 de noviembre de
1781, noche gélida en la imperial San Petersburgo, con el río Neva y el mar Báltico
helados y las calles y plazas alfombradas con la nieve copiosa que ha caído, la
zarina Catalina II, en la cúspide de su reinado, mecenas de las artes y apóstol
de la Ilustración, recibe el último lote de obras artísticas que ha adquirido.
Sueña con poseer el mayor museo jamás visto. Y así lo será cuando, el huracán
de la Historia arrase su Palacio de Invierno para transformarlo en el
Hermitage. Su apoderado Iván Bestkói le muestra orfebrerías, tapices, joyas y
algunos cuadros. En particular uno. Mide 262 cm por 205 y enseguida la seduce.
Sí, le gusta su tonalidad cromática de claroscuros y los trazos bien
perfilados, pero algo más le sucede a esa poderosa mujer autócrata con piel de
ilustrada: una figura de rasgos desvaídos velada con un velo blanco que a ella le
estremece. ¿Por qué? No sabe.
-Iván, guarda este cuadro en lugar seguro pero oculto a mis
ojos. No puedo, no quiero volver a verlo. Me da escalofríos.
-Lo que usted ordene, señora.
Su reinado continuará firme, amasando objetos de Arte y
ahogando con mano de hierro a sus siervos. Dirán de ella, en la lejana Europa
que fue Catalina la grande, pero en su más fuero interno, en el fondo de su
alma siempre se habrá sentido vacía. El frío la habrá asediado hasta congelarle
el corazón otro 17 de noviembre, quince años después de aquel encuentro.
¿Qué hizo que aquel ser tan omnipotente se asustara tanto
ante la contemplación de ese cuadro? ¿Qué hizo que pocas horas antes de su
muerte pidiera a su confesor que se lo trajera después de haber ordenado que se
lo hurtaran a sus ojos?
3
Y sí, otra noche más. Un 25 de noviembre de 2020 unos
ladrones entrarán de forma furtiva a robar en el museo Hermitage. Llevan
planeando el golpe meses. Lo tienen todo estudiado y medido. Saben lo que rapiñarán,
cómo harán para no ser descubiertos y por dónde saldrán. Tienen ya, incluso, apalabrada
la venta del botín a unos millonarios chinos, magnates del acero.
Han memorizado las
diversas salas y pasillos, escaleras que conducen al sótano, cómo desactivar
los sistemas de alarma.
Los minutos discurren conforme al plan establecido, su
pericia de ladrones de guante blanco les otorga seguridad. Son rápidos y
precisos y la tecnología les ayuda con sus gafas de visión nocturna, sus
detectores de proximidad y sus intercomunicadores virtuales.
Ya se van con el alijo comprometido. Y… entonces lo ven. Ven
un cuadro grande, magnífico, ven a una mujer que, no puede ser, les observa desde
sus ojos velados. ¡Echan a correr estremecidos! Horas después, ya en su
guarida, aún se estremecen al recordar la sensación que les causó aquella
imposible mirada. Si tan solo se trataba de pintura y dibujos… ¿por qué les
produjo semejante sensación de miedo?
Y, mientras en la ciudad de los zares a la mañana siguiente
no se hable de otra cosa que del robo en el Hermitage, una familia española
entra en el museo para ver, ellos no pueden imaginarlo, ese mismo cuadro.
Resulta que su marido y la hija han querido regalarle a la
esposa y madre, con motivo de su cuarenta cumpleaños ese viaje que sirva para
contemplar su pintura favorita.
Para la chica y el padre será toda una aventura y para ella
una gran ilusión. Visitarán palacios y museos, teatros y avenidas y se perderán
entre el pasado esplendor de aquella epopeya que Pedro I de Rusia quisiera
emprender un lejano mayo de 1703 para ganar la salida al Báltico de su imperio,
dotándolo de una ventana al progreso europeo.
Cuando lleguen al imponente vestíbulo y se orienten en pos
de su destino, algo le dirá a nuestra protagonista, autora de éxito y famosa
por sus acciones solidarias, que está a punto de desvelar un antiguo misterio.
Ya están delante del cuadro. Se detiene sin importarle el
tiempo. No hay demasiada gente esa mañana, distraídos como están, tras el
suceso de la noche pasada.
El marido y la hija la dejan sola. Y… entonces ella
comprende.
Es verdad. Disfruta de lo que contempla, pero la emoción la
embarga más aún de lo que ella habría podido suponer.
Sus ojos conectan con los de otra mujer. Una figura
desvaída, cubierta con un velo blanco que, solo a ella le es dado desvelar.
¿Quién es esa figura que ni el creador del cuadro ni la poderosa que lo poseyó
ni los mayores ladrones del hampa fueron capaces de conocer?
Sí, ella lo ve claro. Lo sabe. Es… la Conciencia.
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