Buena tarde de domingo.
Hay días en los que los dedos al
teclear las letras del cuento, cobran vida propia y dan lugar a historias como
ésta.
Qué le vamos a hacer.
Paz y bien.
Feliz semana.
Sangre
Sangre, roja sangre. Sangre
coagulada. Muerte, dolor. Sangre muerta, sangre reseca. Desolación, oscuridad,
muerte.
Una guapa mujer que fuera, corrompida con la sangre,
esparcida por doquier. Nada de su hermosura queda, descuartizada por la saña de
un desgraciado y cobarde asesino.
El matadero de ese asesino vil, criminal sin conciencia ni
medida, voraz e insaciable, es un sótano maldito. A él ya no le afecta el olor
de la podredumbre ni el sabor dulzón de la sangre. Tantas veces la ha probado y
tanto placer ha obtenido consumiéndola, que se ha vuelto adicto. El ruido de
las sierras al cortar los miembros, como si fueran madera de carpintería, el
golpeteo del hacha al aplastar y el siseo de los cuchillos al sajar se han
convertido para él en música sublime.
Sangre reseca, pintura de infernales cuadros al fresco de
las desconchadas paredes del sótano.
No le importa quiénes sean las víctimas. Las encuentra en
parques solitarios. Parejas de enamorados, niños juguetones, ancianos,
vagabundos. Todos les sirven, todos contienen su droga.
Sabe que le persiguen, que antes o después la policía
encontrará el rastro y acabarán con él. Poco le importa. Ese día, será el definitivo.
Se ahogará en su propia sangre, sangre nutrida de otras sangres.
Le gusta visitar las salas de despiece de animales aunque
cada vez resulten más asépticas. Se siente vampiro de película aunque para él
las noches no resulten escenario en que metamorfosear su bestialidad de lobo
hambriento en asesino.
Sus fauces nunca se sacian. Sangre, roja sangre, líquido
caliente y espeso.
¿Fue niño alguna vez? ¿Adolescente, acaso, que despertaría
alamor? No, nada de eso fue. Un padre borracho siempre y una madre cobarde.
Malos tratos, gritos, angustia, sangre. Su madre muerta en medio de la sangre.
El niño escondido bajo la cama aterrorizado. El niño lamiendo la sangre de la
madre, sangre dulce y caliente. Nada más.
Y entonces, todo dio comienzo. Mataba a animales para
alimentarse con su sangre pero no tenía bastante. La sed nunca se aplacaba.
Hasta que, cogió una piedra y asesinó por vez primera. Y entonces sí, entonces
sació su sed.
Nada conoce del mundo. Nunca pudo aprender a leer ni nadie
le quiso.
Hiena solitaria alimentándose de rabia y muerte. Bestia
inmunda. Monstruo deforme de cabeza grande y manos como garras.
Huía por las noches a su refugio con la presa muerta.
Trabajaba en los oficios más detestables, en lo que nadie quería, con la fuerza
bruta como único currículum.
Los jefes lo querían porque nunca pedía nada, más allá de un
pequeño sueldo y que no indagaran en su persona.
Y llegó el final del invierno, las noches de niebla, aliadas
como ninguna se disiparon en cielos empedrados de luminosas estrellas. Y la
primavera se alzó ante él aunque a él nada le importara ni la belleza de los
colores ni el perfume de las flores. Su única belleza perseguida se llamaba
sangre. Si acaso, las rojas amapolas o el cabello rojizo en suaves pieles de
animales.
Estaba contento aquella madrugada de domingo. Sabía que
encontraría sangre fresca entre las jóvenes que salían a las calles, con sus
cuellos y piernas desnudas. Presas fáciles. Relamía sus agrietados labios, pensando
en la variedad y los tiernos músculos al morder. Quizá fuera bueno, clavar sus
colmillos directamente en la carne aún viva, en lugar de beber la sangre a
tragos, cuando la derramaba su destreza de matarife. Quizá…
Y entonces, alguien tan fuerte como él salió a su encuentro.
Le miró a los ojos, tan vacíos de humanidad como los suyos y le alcanzó. ¡Era
la muerte! Aferró su cuello con garra de acero y él nada pudo hacer. No pudo
ahogarse en su sangre, pues la que tuvo en vida la perdió a través de unas
babas negras y unos escrementos pestilentes.
Esa madrugada de domingo no fueron las adolescentes las que
perdieron su sangre, si no aquel monstruo maldito que, en el vertedero de la
ciudad, fue devorado por los carroñeros. Nada dejaron de él. Pobre hombre,
animal maldito, asesino sí, pero desgraciado niño que nunca pudo ser niño ni
adolescente despertando al amor.
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