Buenas noches:
Poco a poco retomo la rutina narrativa. Aquí un nuevo
cuento.
Escucha escucha, quién sabe…
Un abrazo.
Nadie había al otro lado
Ana descuelga su teléfono. Ante su respuesta, nadie dice
nada. Silencio. Mira la pantalla y el comunicante que aparece es anodino. Si
hubiera sido un número oculto, le habría dado igual y no hubiera gastado ni un
miligramo de energía en pensar quién la llamaría.
Alguien llama a la puerta de su casa. Es una hora decente
para recibir visitas. Sale a ver quién puede ser. No hay nadie al otro lado.
Parece imposible, ya que el timbre había sonado con insistencia, justo después
de que colgaran la llamada quien fuera que la llamó.
Dos interpelaciones seguidas, sin motivo ni responsable. El
principio de otras muchas llamadas extrañas. Pobre Ana.
Al día siguiente, cuando se dirija a trabajar, al doblar la
esquina de su calle, escuchará un chist chist. Se gira, pero… ¡no hay nadie
detrás!
¿Qué me está sucediendo? ¿Estaré volviéndome paranoica?
No, no. Las señales son inequívocas. ¿Será la guarra de la
Noelia que me está toreando? En cuanto la vea, se lo echaré en cara.
-Tía, que no, que yo estoy muy bien con mi chico como para
andar mareándote.
Abre la taquilla
donde deposita la ropa y el bolso, al ponerse el uniforme de azafata. Hay un
sobre, sin remitente, faltaría más. Lo abre y en su interior nada hay. Eso sí,
bien claras están sus señas en el espacio correspondiente al destinatario.
No sabe qué hacer. Se arriesga a que la tachen de loca.
Menos mal que tiene viaje a América y le servirá de distracción. Tal vez, a su
vuelta, se hayan olvidado de ella. Ahora, que si pudiera echárselos a la cara,
los iba a poner de vuelta y media. ¡Qué gentuza! ¿Por qué no les gastarán esas
bromas a sus padres? Qué mierda!
Aunque agobiada por una situación que cada vez la está
afectando más, su profesionalidad puede más y realiza sus tareas, en el vuelo
rumbo a Caracas, con su probada eficacia y simpatía de siempre, que la han
hecho merecedora de ascensos y gratificaciones.
Cuando llegue, dispondrá de un par de días de descanso antes
de volver a Madrid. Aprovechará para visitar a su amiga María Gabriela, a la que
conoce desde hace años y siempre que le toca la capital venezolana quedan para verse
y degustar unas arepas o unas hallacas, que tanto le gustan. Y acabar, eso sí, tomándose una buena copa de ron a la naranja,
mientras se desvelan confidencias y secretos.
-Mi amor, eso que me cuentas es bien curioso. Alguien te
está buscando pero no se atreve a que lo encuentres. Es como si te tuviera
miedo. Yo no creo que esté bromeando o que quiera hacerte daño físico. De haber
sido así, ya se habría manifestado. Si lo deseas, yo conozco a una mujer
especial, con su buena dosis de intuición extrasensorial.
-No me digas que me está rondando un fantasma. Los únicos
fantasmas que existen son de carne y hueso, y son hombres.
-Mi amor, no se obceque porque no encuentre el amor. Nunca
sabe una qué hay de real en lo irreal.
Así quedará la plática hasta que, al pedir la llave de su
habitación en el hotel, le entreguen una nota. Otra más. Sin remitente ni
contenido.
Ya está bien, está harta. Va a llamar a la policía. Claro
que entonces recuerda dónde está y cómo se las gastan los agentes de la
seguridad nacional. Mejor no, no vaya a ser que la acusada acabe siendo ella
misma, que ya tendría guasa. Qué país.
-Cariño, mañana me acompañas a hablar con tu amiga, la
bruja.
-Que no es bruja, Anita. Que es muy reseria.
-Señorita. No hay nadie al otro lado. Quien la está tratando
de visitar no es de este mundo. Tenemos dos alternativas: o se deja que la atrape
o hacemos un conjuro para que todo desaparezca. Una y otra opción tienen
riesgos. Desconozco si es un ser bueno o no y, en ese caso, si es para
protegerla o para aniquilarla. Y si hacemos el conjuro no puede descartarse que
desatemos alguna fuerza maléfica. La decisión no es fácil, lo sé. Claro, que
también, puede no hacer nada y actuar ignorándolo todo hasta que se canse, lo
cual no sabría decirle cuándo habrá de ser y si se volverá insistente.
-Acabemos con todo esto de una santa vez.
-¿Estás segura, mi amor?
-¿Qué más da?
Un caldero hirviendo sobre brasas de araguaney. Un largo
cucharón remueve el contenido de una sopa espesa al tiempo que salmodia palabras
indígenas.
-Deme el celular, deme las notas.
Las introduce en la olla. El siseo aumenta, la cantinela
aumenta, el calor aumenta.
Un estruendo explota. El vacío, la desolación, la nada.
Ana y María gabriela han saltado por los aires, despedidas
por la onda expansiva.
La bruja se ha desmayado. Cuando despierte le asegurará que
todo ha terminado. Que marche tranquila, ya no será molestada.
-¿Quién era el que me escribía y llamaba?
-Era el Amor, niña. No quisiste que formara parte de tu
vida. Estás condenada a morir sola, vacía, triste, sin nadie al otro lado de
tus sueños. Te dije que corrías un riesgo, no quisiste escuchar.
El regreso a Madrid es complicado por mucho que se afane en
su trabajo.
Ahora desgraciadamente ya lo sabe: nunca habrá nadie al otro
lado.
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