lunes, 7 de abril de 2014

Los crímenes del emparrado


Buena noche de domingo. Feliz semana.
Llega mi nuevo cuento aunque sea a una hora tan tardía. Que te guste.
Con cariño.

Los crímenes del emparrado

Qué bien se está allí, en el emparrado del jardín. El rumor de un lejano surtidor de agua del que brotan burbujas musicales y sus aromas a rosales y jazmines lo convierten en un rincón idóneo para secretos amores y descansos de lectura.
-Otro muerto más, señor. Ha aparecido otro cadáver, como siempre, devorado por las moscas y desmembrado.
-¿En el mismo lugar de siempre?
-Sí, señor y apoyado en el banco de costumbre.
-¿Alguna pista?
-No. Las pruebas del forense no arrojan luz alguna y la escenificación del crimen es la habitual: no se detecta violencia previa y se halla como dispuesto para una cita. Los escasos restos de tejido que se han encontrado, igual que en los casos anteriores, son de buen corte, como si fuera ropa buena. Da la impresión que las 7 víctimas siempre esperaban algo allí. Más que algo, a alguien. Alguien que fuera importante para ellos por cómo se arreglaron para la cita. A partir de ahí, nada más.La causa aparente de la muerte es idéntica a la de los otros: paro cardiaco tras someter al corazón a una gran tensión, tanta que revienta.
El jardín, de estilo inglés, fue construido a finales del siglo XVIII por un indiano venido del Perú con una considerable fortuna. De tierras andinas se trajo a una hermosísima mulata, de la que se enamoró perdidamente al cruzarse con ella en una de sus incursiones en pos de las mejores pieles de llama y alpaca. Había encontrado su mayor fuente de ingresos en la compraventa de productos textiles tradicionales del tipo chalinas, chullos o chuspas, adquiriéndolos a precios irrisorios y vendiéndolos en la colonia española con amplio margen de beneficio.
La guapa quechua de nombre Aklla Sisa, Flor Elegida, nunca se habituó del todo a su nuevo hogar, por muchos que fueran los cuidados con que era cortejada, no sólo por su amo y señor, si no por cuantos llegaban a contemplarla.
Se fue agotando y perdiendo lozanía, conforme pasaba el tiempo y abandonaba la esperanza de regresar a su pueblo, allá en el Altiplano.
De nada sirvió que trajeran especies autóctonas de la flora para que la acompañaran. Cantutas, capulís y granadinas hicieron de aquel patio, todo un vergel que dio fama al rico indiano, convirtiéndose, con elpasar de los años en lugar de citas y compromisos de casamiento.
En 1910, el lugar estaba abandonado y alguien, con pocos escrúpulos pero mucha ambición de notoriedad, lo adquirió y arrancó los árboles andinos para sustituirlos por frutales, castaños y chopos, además de ornamentarlo con surtidores y un cenador, cubierto por el actual emparrado.
Todo parecía marchar bien, pero el recién llegado murió, de manera accidental, al menos, así se certificó, al caer por el pozo y golpearse en la cabeza.
-Señor, ¿puedo sugerirle una idea?
-Diga, sin reparos. No se corte. Bien sabe que me fío de su intuición de perro viejo, sabueso curtido.
-Gracias, señor. ¿Y si investigáramos el lugar?
-¿El lugar?
-Sí. Los 7 muertos, asesinados, han aparecido todos en un mismo punto y en idéntica posición. Creo que no se perdería nada por bucear en la historia de ese emparrado jardín.
-Bien, hágalo. Pásese por el archivo municipal y que le entreguen todo lo que haya. Mientras, insistiré en que profundicen en los análisis químicos de las vísceras. Creo que se conservan de todos. Igual aparece algo nuevo.
La pobre Flor Elegida sólo tenía consuelo en unas ranas que le cantaban alegres tonadas, como si se hubieran hecho amigas de la triste. A cambio, ella las cuidaba con esmero. Eran de una especie bien curiosa, de un color dorado y brillante. Eran dentrobátidos.
Conforme fue marchitando la esperanza de aquella joven, su carácter se colmaba de resentimiento e ira. Estaba harta de tanto galanteo falso y soledad. Su marido, perdido el atractivo exótico y la novedad, dirigió sus atenciones a una noble doncella castellana que, por otra parte, le proporcionaría el título nobiliario que ansiaba obtener como colofón a su carrera de hábil negociante.
Aklla Sisa, un día, en medio de la desolación, escuchó una voz que llegaba de muy lejos. Era la de un anciano que así le susurró:
-No sufras más. Tus amigas las ranas, te proporcionarán el instrumento de tu venganza y yo te otorgo la inmortalidad para que puedas consumarla. Todos los descendientes de tu ingrato amo, morirán en edad joven. Serán convocados por ti, sin saber que acudiendo a tu cita, acuden a su encuentro con la muerte.
-Comisario.
-Diga, doctor.
-He recibido noticias del laboratorio. Es curioso, pero no lo habíamos detectado hasta ahora.
-¿El qué?
-Un potente veneno producido por unos anuros, conocidos comúnmente como ranas punta de flecha. Su efecto es inmediato y no hay antídoto alguno.
-Señor, ya tengo compuesta la historia del lugar que, por cierto, es muy interesante.
-Ah, dígame. Ya tenemos avances en la parte médica. Lea estas notas.
-Aaah, esto empieza a aclararse. Déjeme que le narre una leyenda.
-Déjese de chismes de viejas y tráigame datos concretos.
-Pero es que todo está relacionado: víctimas, ranas y móvil.
Cuando el detective Ramírez acabó, el comisario Márquez asimiló la historia, a su pesar, con certidumbre.
-¿Sabe si queda alguien más de la familia del indiano? Si así fuera, debemos avisarle inmediatamente. Corre peligro.
-Ya lo he intentado. Sólo queda una niña, cuyo nombre es rosa Clara. No creo que tenga motivos para preocuparse, pues siempre las víctimas han sido hombres. De todas formas, si quiere, la llamo para que se persone y…
-¿No estará pensando en exorcismos o sortilegios semejantes? No le hacía a usted partidario de semejantes cuentos.
-Bueno. Quién sabe. Yo haría que pasara la tarde en ese banco, siempre estando yo a su lado, para evitar sustos y esperaría a ver qué pasa.
La niña y los dos sesudos agentes se disponen a sentarse bajo el emparrado y aguardar. La niña, sin saber por qué, se siente inquieta hasta que se sienta. Entonces, de sus labios, salen unas extrañas palabras en un lenguaje ignoto por ella. Sonríe, sus ojos se iluminan y las ranas salen del surtidor, como si de adorarla se tratara.
Los hombres, a un tiempo, se ponen de pie. Una fuerza superior a ellos, les impulsa a marcharse. Comprenden que están fuera de lugar.
El caso de los crímenes del emparrado fue cerrado ese mismo día. Ahora el jardín luce esplendoroso en medio del bullicio. Su dueña lo cuida con esmero y, más aún, ha replantado las especies que originalmente fueron las que hubo cuando se creó.
Rosa Clara se ha enamorado y está embarazada, de resultas de la unión apasionada con el hijo del, ahora, comisario Ramírez. ¿Qué sucederá, si el recién nacido es un niño?




   

  
  

    
  

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