Ya he hablado alguna vez de mis actividades deportivas que,
sin ser grandes proezas, sí son algo, fundamentalmente en el área del
senderismo.
Pues bien, de la mano de la Fundación También, de la que,
precisamente, también he hablado alguna
vez, he participado en dos nuevas aventuras: una jornada de piragüismo, ahí
queda eso, y una carrera solidaria.
Siempre, con la grata complicidad de Elena y el buen hacer
de Raquel, su coordinadora, puedo contaros.
El domingo, 23 en Aranjuez y ayer, también domingo, en el
Retiro.
¿Piragüismo yo? Si siempre he dicho que soy de secano, que
no sé nadar. Bueno, la mitad que un pez, sólo hacia abajo, jejeje, como diría
mi padre. “Que no, que no te preocupes, que no pasa nada, te ponemos un buen
chaleco salvavidas y a triunfar”. Así que para el Tajo que nos fuimos en una
jornada de sol espléndido. Yo que no tenía ni idea de cómo iría la cosa me fui
sin bañador ni nada por el estilo pero ni hablar de echarme atrás. Tenía mis
dudas, cómo no tenerlas, a la hora de montarme en la piragua, más aún cuando me
enseñaron cómo era. Me dije: “¿esto va a aguantar mi peso y el del voluntario
que me guiará?”
La actividad se llevaría a cabo en la Escuela de Piragüismo
del Real Sitio de Aranjuez. Cada uno de los discapacitados llevaríamos un
voluntario/a que nos ayudaría.
Habría una parte de 5 kms. De paseo conjunto y luego
kilómetro y medio de carrera. Que para eso nos pusieron dorsal y todo.
Un numerito eso de montar en el dichoso cascarón de nuez.
Material plástico, alargado y estrecho con dos plazas para poner el culete y
llevar las piernas estiradas, el uno delante y, el otro, detrás.
¿Cómo me subo? Nada, siéntate en el suelo, pegado al borde
de la borda y date impulso con las piernas (que ya están en la piragua. ¡Raaas,
adentro! Culetazo que te crió, pero ya está. Uffff. Ya veremos luego para
salir. A quién se le ocurre meterme en estos líos, que no tengo edad para andar
tirado por los suelos y a remojo. En fin.
El remo, una buena pala yo creo que de metro y medio de
altura, con un extremo plano y el otro inverso a éste. La técnica consistía en introducir
en el agua un extremo y hacer un giro de muñeca, como si amagaras el arrancar
una moto, para meter siempre el lado paralelo al agua.
Claro, la cuestión es a ver cómo sin ver consigues hacerlo.
El chico que me tocó, al principio, se esforzaba en explicármelo, pero luego
desistió. Total, que allí estuve. Lo fácil era dar la vuelta, pero ir rectos me
resultaba muy complicado.
Así que nada, él hizo la mayor parte del trabajo, aunque yo
le puse voluntad a la cosa. Que no se diga.
Y entre medias, un avituallamiento a base de fruta y agua y
al final una paellita rica rica.
La mañana se pasó con este bonito paseo, escuchando a los
ansiosos patos que clamaban por unos mendrugos de pan que no les dimos (vaya
mala leche que se gastaban), trinar de pájaros y la descripción de mi
voluntario de lo hermoso que era el paisaje, con el palacio y sus jardines al
fondo.
Yo ganar, no gané otra cosa que no fuera sacar los
pantalones bien mojados y la satisfacción de, al menos, no haber volcado,
teniéndome que haber escuchado aquello de “¡ciego al aguaaaa!”
Y ayer, carrera solidaria.
“¿correr? Raquel, que yo no corro ni delante de los toros”.
“Que sí, que os vengáis, que necesito discapacitados para
todos los voluntari@s que se han inscrito. Total, sólo es quedar en la plaza de
Colón, ir paseando hasta el Retiro y allí hacer la carrera, o lo que se tercie.”
“Bueno, bueno, con tal de que me asignes una voluntaria
guapa…”
Quedamos en los tornos del Metro con el voluntario de Elena
y de ahí al punto de encuentro.
El voluntario de Elena se llamaba José Ramón y vino con su
mujer, Mari Paz. Después de un largo rato de esperar a que nos trajeran la
camiseta y el dorsal (otro más, parece que me haya abonado a ellos), me
presentaron a mi guía. Era un educado señor, Juan Julián, informático de una
empresa de seguros. En fin, de guapa voluntaria, nada de nada. Pero muy bien,
con Juan. Ahora que con José Ramón y Mari Paz, ni os cuento.
La cosa consistía en una carrera con bicis y triciclos
adaptados, primero; luego, con sillas de ruedas y a pie; y, por último, la de
la inclusión total, que cada uno participara como pudiera. ¿Cuál fue la
nuestra? Ésta última, naturalmente. Jejejee. Partimos, con bocinazo de salida
incluido y llegamos a la meta a paso vivo, naturalmente. Nada de “salida de
caballo, parada de burro”, jejejeje.
¿Y después, qué?
Después, José Ramón y Mari Paz, quisieron ejercer de
voluntarios de todas, todas y nos propusieron invitarnos a comer en su
restaurante. Sí, resulta que éstos son dueños de Restaurante Manolo, un
establecimiento inaugurado en 1934, nada más y nada menos.
Esto sí que es participar, ejejejej. Que vayas a una carrera
solidaria que acaba convirtiéndose en paseo y que acabes dándote el banquetazo
en un sitio de lujo, en la cl. Princesa, 83, a base de un “largo y estrecho”,
dígase degustación de suculentas exquisiteces coronadas por una tarta de queso
soberbia.
En todo esto, sin la generosa intervención de los
voluntarios no habría sido posible el que, tanto Elena como yo, lo mismo que
otros tantos discapacitados, tengamos la oportunidad de sentirnos bien,
sentirnos partícipes.
Yo bien conozco esa labor tan admirable y altruista, con mis
ya amigos, antes voluntarios, de BBVA, Diego, Paco, Joaquín, Javier, carmen y
más y más.
Y, por eso, porque aspiro, con ilusión, a ser como ellos,
espero contaros en poco tiempo que también yo voy a ser voluntario.
Gracias a todos ellos que tanto me ayudan y enseñan, que me
muestran tanto cariño y generosidad. ¿Cómo no voy a tratar, entonces, de ser
digno merecedor de sus acciones?
Y sí, ya va bien esto del deporte inclusivo, eso sí, por
supuesto, sin excesos. Que uno no está aún preparado para escalar el Everest o
atravesar, a nado, el Amazonas.
Pero, desde luego que merece la pena, haces algo diferente,
conoces gente diferente y quién sabe… si no te encontrarás con alguna inesperada
sorpresa como la de ayer, diferente naturalmente, jejejeje.
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