Que estos calores estivales parece que me han reblandecido
el cerebro. Espero que el cuento que ha salido hoy del majín os haga sonreír.
Un refrescante abrazo de… jejjejeje
Con cariño.
Ya sé lo que haré: conectaré la plancha y pondré a freír la
moral.
Sí, está decidido. Usaré como mejor mineral energético los
viejos tacos de calendarios que fui comprando. Están ya tan gastados que ni
tinta les quedan siquiera. Ya no hay modelos tan guapas que luzcan sus encantos
como lo hacían entonces. Todo ha ido empeorando tanto… Así la Sosa no me los
pillará, siempre escondiéndolos de sus garras.
La pondré al rojo vivo con semejante material. Y aguardaré a
que esté bien doradita. A mí siempre me gustó todo bien doradito, aunque, oigan
oigan, que tampoco le hice ascos nunca a lo rosáceo hasta que me dio el patatús.
Me encanta escuchar el churrusqueo de la plancha cuando tuesta, vuelta y vuelta
ese manjar.
Vamos, Tiburcio, que esto ya casi está. Vaya cómo te vas a
poner.
-¡Tiburcio! ¿Qué haces? Cómo has puesto todo de humo. Si
aquí no hay quien respire.
Ya está la Sosa refunfuñando, como siempre. Bah, que le den sal
por ahí, a ver si, algún siglo de éstos, se pone a tono. Yo seguiré con mi
moral. Aunque, qué quieren que les diga, me gustaría más poder comerme otro
guiso con más salsa que ésta, magro filete sin casi nada más que el hueso. Si
es que ya lo digo yo: donde esté un buen chuletón de locura, que se quite esta Moral
por sana que sea.
En fin, no queda otra. Menos mal que la paso con un buen
vaso de poesía que sino ni por ésas. Ah, poesía, qué buen licor es. Me lo trajo
Polvorosa en un tonelillo y de ahí me lo voy trasegando, eso sí, sin que se entere
la Sosa, que hay que ver con ella, cómo se las gasta, ni que fuera sargenta de
legionarios espartanos.
Pero bueno, a falta
de locuras buenas serán morales, aunque sean sin pan.
¿Y si…? ¿Y si vertiera un generoso chorro de poesía sobre el
filete de moral? Igual tomaba mejor sabor. No sé en qué libro de culinario arte
leí que no hay nada mejor para la plancha que, cuando se carece de lubricante
graso, que un buen chorrillo de licor.
Procedamos, procedamos.
Uy uy uy, cómo huele esto. Como le dé por venir a la Sosa
ahora… me monta… jejejeje, qué más quisiera ella. ¿O yo? Que a mis años no es
cuestión de andarse con exigencias ni remilgos. Ya ven: moral a la plancha,
nada de vicios, nada de excesos; moderación moderación, Tiburcio.
Pues nada, ya me he comido
la moral. ¿Y ahora qué? Si resulta que me he quedao con más hambre que el perro
de un ciego. ¿El perro de un ciego, hambre? Si sé que se pegan una vidorra que
no hay quien les tosa.
Aaaaachís. ¿Lo ven? Ya me ha dado el achuchón. Qué va, ni
siquiera, arrechucho y gracias.
¿Arrechucho? ¿No habíamos quedao en que era perro y no
chucho?
-Tiburcioooooo. Ya has vuelto a beber. ¿Qué hablas de perros
y chuchos?
-Que no, mujer. Que esta vez me has traído el filete de
moral de peor calidad que de costumbre. ¡Me
quieres matar a base de moral! Y mira que te digo, que en tratándose de moral,
no escatimes. Que para una cosa que puedo comer sin tasa, pues que mejor que
seasuprema. ¿En qué empleas los cuartos que te doy para que la compres? Seguro
que me los sisas y se los das al peluquero, que a ti te peina y a mí me toma el
pelo.
-Ay qué chocho viejo eres. Si no me das na, ni pa
calandraques tengo. Quita anda, que a ver cómo habrás dejado la plancha.
-Pues más limpia que limpia, que hasta reluce y todo.
-¡Qué va a relucir si está llena de manchas. No sé con qué
habrás adobao la chuleta pero está echa un asco.
-Cómo va a estar echa un asco la plancha si la moral no
despide ni grasa ni nada.
-Quita, anda; quita.
Que ya la limpio yo. ¡Qué hombres! Lo único que saben es atracarse a locura.
Con lo bien que sienta un buen plato de moral.
-¿Tú qué vas a decir de cómo sabe la locura? Si no la has
probao. Si tú lo único que has comido en tu vida son fideos de recato. Eso que
ni sabe a nada, ni alimenta nada.
-¡Glotón, lambroto, tripero!
Pobre de mí, que lo único que puedo hacer es beber poesía.
¿Qué dices, mujer? Si estoy espanao, si no tengo na que llevarme al pirulo. Pa
esto sería mejor que me muriera. Cualquier día me meto la moral sin más y se
acabó. Al otro barrio. Qué aburrimiento, todos los días, lo mismo.
-Pues hazlo cuanto antes.
-Pa que te vayas con el peluquero, pues vete ya con él y
déjame a mí en paz.
-¡Desagradecido, fullero!
-¡Adiós, Sosa del cielo! Que te den azúcar.
-¡Azúcar nooooooooooooo!
Se va Sosa, se queda Tiburcio solo. ¿Qué hace? Uy si se ha
amorrado al tonelillo de poesía y…
-Tiburciooooo, soy locura… ven a mis brazos… déjate querer
por mis pechos…
Una susurrante voz de sirena seduce al pobre Tiburcio
mientras sigue mamando del tonelillo, cual lechoncillo mamador.
Ni na, ni na, ni na.
-Ahí le tienen. Pónganle la camisa de fuerza, llévenselo.
Qué desgracia. Con lo bien que yo siempre le he cuidado. Si agarro al que le
trajo la cuba… Yo, teniéndole a raya con carisisísimos filetes de moral y me lo
encuentro trastornao, borracho de poesía. ¿Poesía? ¿Qué será eso? ¿Y si pruebo
un poquillo de ese brebaje? Paice que tié buena pinta. No, Sosa; no. Tú sigue
con lo tuyo y que se vaya el Tiburcio con viento fresco. Tú sigue como siempre,
sana sana. Ya lo dijo el sabio: “sana que te sana, culito de rana”. Ah, los
culitos y culillos…
Y la Sosa, sí, siguió con sus buenas costumbres de señorita
bien, siguió y siguió, pero sola se quedó.
¿Y Tiburcio, nuestro Tiburcio? En el manicomio de la
Academia de los Escritores lo encerraron de por vida. Encerrado, sí; mas libre
también. Libre de Sosas y morales, esclavo de locuras y deleites. Cada poco su
buena ración de poesía sin disimulos ni racionamientos, cada mucho su
banquetazo, entonces sí, banquetazo de letras y palabras, uríes y doncellas,
galanas todas sin dietas ni abstinencias.
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