domingo, 21 de julio de 2013

El tesoro de la Sierra del Perdón



Que esta semana que empieza sea para vosotr@s augurio de vacaciones y felicidad.
Que estéis bien.
Con cariño de cuento feliz.

¿Qué vínculo podía haber entre un viejo almendro con sus ramas artríticas y el tronco decrépito, y un cenagal en el que las miasmas y la chatarra de la vida eran sus miserables moradores?
Un solitario árbol en medio del paisaje agreste de barrancos pedregosos. Sin duda que una vez debió de ser joven, preñado de flores blancas, como vestido de novia y fecundo en exquisitos frutos, como mesa de madre. Mas ahora, nada queda de todo aquello.
Cerca, una ciénaga de podredumbre repleta quizá conozca el secreto. También, ella hubo, algún lejano tiempo,  de colmarse con aguas transparentes, cuna de sueños de niño y lecho de hermosos nenúfares y juncos.
Vacío, soledad, abandono, gemidos de un viento mensajero de desolación y muerte. Así es el entorno que recibe a Miguel a su arribada al paraje de la Sierra del Perdón.
Poco tiene que ver lo que ve con la idea que se forjara al partir de su mundo de rutinas y comodidades.
Sí, rutinas y comodidades que ahogaban su espíritu curioso. Le decían que todo estaba ya explorado, que nada quedaba por descubrir, que su tiempo tendría que haber sido el de los grandes viajeros del siglo XIX, que a él nada le quedaba por hollar que no hubiese sido hollado en continentes lejanos y océanos sin fin.
Pero él no quiso escucharles, no se rindió y aferró su última ilusión con la desesperación del náufrago que se niega a sucumbir ante la voracidad de olas inmisericordes y devoradores del mar.
Y es que, un día, en un polvoriento atlas leyó que había un lugar remoto y olvidado de los hombres. ¿Su nombre? La Sierra del Perdón.
¿Un paraje con nombre de perdón? Se extrañó porque ¿tanta falta hacía que se dispusiera de un sitio como aquél? ¿Era preciso crearlo? ¿Es que no bastaba con el corazón para perdonar?
 Indagó, buscó, se documentó y se puso en marcha.
No desistió hasta llegar a la meta.
Sólo él supo la distancia recorrida y las dificultades con que se topó.
Preguntó, durante su odisea, al azor y al águila, a la amapola y a la cochinilla, al espliego y al cantueso, a un loco, incluso. Todos le decían que siguiera adelante, que le quedaba poco. Lo que no le contaban era lo que hallaría al llegar. No querían cegarle con la negra verdad.
Y es que lo que encontraría, lo que encontró, no sería otra cosa que aridez y abandono, inmensas vetas de sal hijas de desconsolado llanto, grietas que no eran sino verdugones en la tierra yerma.
¿Así era la Sierra del Perdón? ¿No había nada? Se arrodilló posando sus manos en ese despojo, apoyó su espalda sobre el arrugado tronco y tuvo la tentación de llorar. ¿Llorar? ¿También él contribuiría con sus lágrimas a colmar la sal que lo dominaba todo?
Se fijó en la charca. Esqueletos, calaveras que le sonreían desde su vaciedad, jirones de purulentos pellejos.
Sus más íntimos miedos parecieron ser el coro que entonaran la canción del odio y el rencor. Negros nubarrones se abalanzaban sobre aquel cielo lunar. Oscuridad, truenos apocalípticos, un vendaval.
Instintivamente se abrazó al mellado tronco que creyó se desgajaría ante su desvalimiento.
Pero no, no supo cómo, el decorado empezó a cambiar.
Un fastuoso castillo se alzó ante sus ojos, allende la charca que ahora era un majestuoso estanque con balaustrada y embarcadero.
El castillo, hermosa construcción con almenas y esbeltas ventanas le llamaba con el rastrillo levantado; una doncella asomada al ventanal le sonreía incitadora
; un vergel de rosales y jazmines, dalias y orquídeas, frondosos árboles se perdían en aquel onírico horizonte de lujuriosa vegetación.
-Mi nombre es Rosalina, la prisionera y cautiva de mi señor. ¿Querrás ser tú quien me libere?
-¿Yo, hermosa doncella? No tengo espadas ni mosquetes para la lid. ¿Cómo habría de ser vuestro valedor?
-Si os atrevéis a penetrar en esta fortaleza, el valor será vuestro mejor aliado. El valor y el perdón.
-¿El perdón?
-Yo, señor; era virgen cuando fui entregada al rey de este lugar. Contenta, me avine a los deseos de mis padres. No sospechaban, yo tambpoco lo habría hecho, que me entregaban al hombre más cruel que jamás hubiera. Tanta maldad, tanto dolor era capaz de causar. Yo era inocente, débil, honesta. Me encerró en esta cámara y desde aquí me vi obligada a contemplar sus crueles actos. Mataba, violaba, descuartizaba. Yo quise, puesto que morir no podía, quemar mis ojos. Tampoco me fue concedida semejante súplica. Los años se sucedieron, la sangre lo cubrió todo, los gritos de los desgraciados se hicieron compañeros de mi soledad. Él murió. YO seguí aquí. Nadie venía por mí, nadie viene, el almendro que me regalaba sus dádivas tampoco está. Siempre esperando, anhelando que el joven príncipe de mis sueños me rescate. ¿Seréis vos, acaso?
-¿Un príncipe yo? Jajajajajaja. Si tan solo soy un mísero soñador.
Miguel, sonámbulo, quiere tocar unas mejillas que se le aparecen de mármol. ¡No hay nada! ¿Quién es esa mujer que le habla?
Un horrísono estruendo de hierro se escucha a su espalda. Sabe que ha sido apresado. La joven ya no está. Ha sido sustituida su figura de alabastro por una mazmorra, una tumba que cada vez se cierne más opresiva, hurtándole el aliento.
¿Qué puede hacer? ¿Rendirse? ¿Otra vez cantos de sirena. No, ilusión es su fuerza invencible. Y perdón. Perdón a aquella doncella que le ha seducido llamándole, fantasma aparecido; a aquéllos que  no le dijeron la verdad, tanto como les preguntó; a aquellos, en fin, que no quisieron decirle que sí había aún algo nuevo por descubrir: la inocencia de un niño que abre sus ojos atónitos ante la magia, la esperanza de un ciego luchador, el amor para él a pesar de que nadie confió en que lo descubriría.
Siente, aún siente. Percibe las nudosas arrugas de aquel tronco de almendro. Y sabe que todavía sigue vivo. Pero algo más comprende: que habiendo perdonado ha liberado a la desgraciada Rosalina de su hechizo. Ahora sí, ahora puede acariciarle sus mejillas que ya no son fantasmales, sino de una suavidad de satén. Ya no le importa perderse porque, de hacerlo, lo hará en unos ojos de cielo estrellado. Acaricia y no se cansará de hacerlo. Es tan suave su piel.
La charca, con su perdón, se ha limpiado y hasta ella, ahora sí, Miguel, colgado de una grácil cintura, se asoma para ver cómo en ese estanque hay un tesoro ignorado de todos.
Y Miguel y Rosalina poblaron de nuevo, con su vida, la Sierra del Perdón, una sierra que tú podrás encontrar si eres capaz de atreverte a atravesar el castillo de los sueños y caminar por la vereda de la fantasía en cuya meta encontrarás… ¡a Miguel y Rosalina!

1 comentario:

Rosa Sánchez dijo...

Precioso y profundo relato, misterioso como la mente humana y grande como la imaginación más sublime. Miguel encontró su tesoro y Rosalina su liberación. Le ha valido la pena enfrentarse al horror y a la desolación con valentía y esperanza y haber sido cándido e inocente ante los que callaban en balde lo que le deparaba el final de su oscuro destino... destino que se le torna claro y espléndido porque refleja su interior e intenciones.
Sin magia e ilusión nada tiene sentido, Alberto. Adentrémonos juntos en muchos más maravillosos relatos como éste. Abrazos emocionados.

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