Buena noche:
Aquí un nuevo diálogo satírico entre estos dos simpáticos
animalejos. Otro brindis por el humor.
Un abrazo.
De cobardes y pusilánimes
-Ande, cójase del palito de mi carricoche que nos vamos.
-¿Nos vamos? ¿Y eso?
-Claro, usted no ha visto el cartel que pusieron ayer tarde
en el árbol. Mañana a primera hora van a arar el patatal para prepararlo y
dejarlo listo para cuando llegue la hora de sembrar. Si no nos vamos, nos
aplastan.
-¿Y adónde iremos? ¡Cochinos humanos! Ya me había habituado
a los tropiezos de este surco y ahora nos tenemos que marchar. Ale, oruguita,
apréndete otra vez suelo, agujeros y hierbas mil…
-Ah, no se apure, amiga. Que yo la ayudaré. Con lo bien que
se porta conmigo. Ahora me toca a mí devolverle su lealtad.
-Ummmm. Magnánimo se muestra. ¿Le han dado algún golpe en el
muñón? Con lo comodón que fue siempre desde que nos conocimos…
-Necesidad obliga. Además, por la cuenta que me trae… si se
viene conmigo tirará del carricoche éste que me fabricó de aquellos dos
rebollones.
-Ya decía yo. Menos mal que pesa poco. ¿Y qué nos
llevaremos?
-Yo, poca cosa. Un pelo de lombriz, fue mi primer amor y lo
conservo con cariño, el dedal de plástico para beber agua y la piel de aquella
patata que me vale de abrigo. Usted tendrá potingues de toda clase…
-¿Potingues yo? ¡Una uña de ciempiés! Nada más que un par de
tangas de quita y pon y el sostén que sostiene mis curvazas. ¿Adónde propone
que nos mudemos?
-Fácil. Al tronco hueco de chopo que hay sobre el puente.
Allí estaremos a cubierto para pasar el invierno y seguro que no nos molestan.
Ande, cójase y empuje y, mientras, cuénteme otra de las suyas.
-Vamos. Me dan ganas de darle un empujón que le tire por el
barranco, pero… en fin. De humanos cobardes y pusilánimes.
-Ah, suena bien. Y no sea traviesa, empujoncitos al
carricoche es lo que le pido… Ande… porfa…
-No ponga esa voz de pánfilo. Pues no son cobardes los
humanos que en cuanto alguien se pone mal con un mal sin cura, se dedican a
cotorrear y murmurar. ¡Qué imbéciles! Nosotros sí que somos valientes, usted y
yo, que nos hemos quedado aquí sin miedo ni a los topos ni al frío ni al
hambre. A los humanos todo les asusta cuando desconocen lo que es. Qué miedo ni
qué espina de zarza. Recuerdo a un fantoche que se las daba de fanfarrón
valeroso ante su amada y cuando ésta le dijo que sangraba sin saber de qué,
huyó cual víbora sin veneno. Y otra, muy ufana ella con su genio de niña de
postín y cuando le dijeron que iba a tener que llevar de noche un paquete a la
casita de su abuela se puso a gimotear y temblequear.
-No nombre a la víbora… no vaya a ser que se nos meriende.
-Pues como quiera merendar a nuestra costa… se va a quedar
con más hambre…
-¡En marcha! Como si fuéramos los reyes de la conquista del
Oeste… ¿Conoce eso? ¿Le suena?
-Ni idea. Yo de lo que sé es de clubs de alterne y almacenes
de rico.
-Ah, ya le contaré entonces…
-No silbe, que parece el tenor del Yucatán… No vaya a nevar…
-Ya le diría yo dónde tendría que nevar…
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