viernes, 12 de febrero de 2016

La historia del enano que quería ser gigante



Buena noche, buen fin de semana.
En esta tarde de viernes se me ocurre este cuentecillo que me gustaría dedicar a Dani, hijo de Gema. Espero le guste.
Con cariño.

La historia del enano que quería ser gigante

Hubo un tiempo en que había una isla en medio del mar. No importa qué mar fuera, acaso el de la China o el del Japón o el Mediterráneo. Esa isla siempre estaba verde y en ella todos sus habitantes vivían muy bien. Los jardines siempre eran muy frondosos y en ellos crecían las más hermosas flores y los árboles que dieran más sombra. La comida de los pobres era a base de pastelillos y salchichas de cochinillos y hamburguesas de ternera. Si así comían los pobres, imaginaos cómo comerían los ricos: langostas al caviar, solomillos y lasañas. El vino del mejor no faltaba como tampoco los zumos de las más exquisitas frutas. A los perros no es que los ataran con longanizas, no no; los ataban con jamón ibérico Cinco Jotas.
En esta isla de personas felices como perdices, nació, sin embargo, un hombrecillo enano en sí, aunque creció y se hizo gordo y cabezón.
Este enano no quería ser enano. Luchaba por hacerse gigante. Hablaba y hablaba de lo mucho que sabía. Iba de calle en calle y casa en casa ofreciéndose para hacer lo que otros podrían haber sabido hacer también, pero que él decía saber hacer mejor que nadie.
  Todo lo que los demás hacían, él decía que sería mejor si él lo hiciera. Parecía que la isla no podría seguir a flote sin su concurso ni nada funcionaría si él no estaba en medio de todo.
Muchos le creían, los ministros del Gobierno se dejaron engatusar por sus encantos aunque los ciudadanos bien sabían que nada de eso era para tanto. Le fueron dando cada vez más audiencia y prebendas. Y él engordaba y engordaba. Se creía invencible. Se creía, por fin, haberse hecho el rey de los gigantes.
A tanto llegó su soberbia y ego que hasta a la reina de la isla quiso invitar a su fiesta de cumpleaños. ¡Menuda fiesta de cumpleaños!
 A la fiesta nada faltaría. Nunca habríase visto cosa igual. Qué luces y qué guirnaldas y qué flores y qué de comida y bebida. Unos le felicitaban porque sí, otros porque no. Pero la fiesta pasó y todo quedó. Tanto derroche y despilfarro de nada le sirvieron. Solos quedaron los platos llenos de comida, los habitantes esa semana estaban a régimen y rechazaron tartas y bollos. Hablaba y hablaba de cómo había contratado todo al mejor y cómo al día siguiente lo volvería a celebrar con su familia. Qué pobre. Aquel enano que quería ser gigante.
Sí, porque un día llegó la giganta aquélla que llevaba por nombre Humildad y el enano que quería ser gigante fue derrotado sin remedio por Humildad. ¿Qué pasó? ¿Cómo pudo ser?
Es que Humildad era muy pequeña y delgada. Tanto que había que esforzarse mucho por verla. Y, por eso mismo, la gente la buscaba tanto. Al enterarse el enano que quería ser gigante de que alguien le estaba haciendo la competencia, al creer que otra, más aún siendo mujer, podía tener más protagonismo que él, lo pasó muy mal, no podía permitir semejante afrenta. Así que la retó.
La retó a simpar batalla de sabiduría. Claro, él sabía más que nadie así que se sentía seguro.
Humildad aceptó, claro. Discreta, un poco apocada y costándole hablar.
Llegó el día del reto. El enano hablaba de Astronomía nuclear, Humildad le respondía; de Alquimia y libros herméticos, Humildad le replicaba; de Literatura y Cine, ella le rebatía. Nada de lo que él exponía como acostumbraba quedaba fuera del campo de Humildad a pesar de que ésta jamás presumiera de nada.
Poco a poco el gordo y cabezón enano que quería ser gigante fue menguando y empequeñeciéndose ante aquella giganta que se creía muy pequeña. La derrota fue inapelable y el pobre enano que quería ser gigante se hundió en el pozo más hondo del que se siente fracasado. Ah, pobre enano. Si hubiera sido de otra manera.
No lo olvidéis, por muy grandes que nos creamos, por muy sabios que digamos que somos, nunca debemos olvidar que la mayor de las victorias se logra siempre si vamos de la mano de la gran dama cuyo nombre es Humildad.





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