martes, 23 de febrero de 2016

Alcalá de Henares: de los mosaicos romanos a las plumas cervantinas



A 32 kms. De Madrid se encuentra esta ciudad en la que actualmente viven más de 200.000 habitantes y que asienta sus raíces en 5000 años de Historia siendo lugar de paso de la Vía Augusta que comunicara la Mérida y Zaragoza romanas dando lugar a Complutum, pero que vería su máximo esplendor con la figura de Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517) que fundara la Universidad Complutense en 1499 y. Los Reyes Católicos residirían en la Villa donde nacería su hija menor Catalina en 1485, aqquélla que casara con Enrique Viii, muy querida por el pueblo británico, pero que sería protagonista de la ruptura religiosa de la iglesia anglicana. Sin olvidar, claro está, que allí fue donde nació, en 1547, aquel ingenio de las letras que fuera Miguel de Cervantes.
Pues bien, hasta allí nos desplazamos un grupo de personas ciegas, junto con 4 monitores para descubrir sus principales monumentos.
Domingo de buena mañana, las calles están tranquilas. Atravesamos los porches de la Calle Mayor en dirección a la Plaza de Cervantes donde nos espera el guía. Al pie de la escultura del escritor nos hace un somero repaso de la trayectoria histórica y sus distintos avatares. Luego nos dirigimos hacia la Iglesia de Santa María, que está prácticamente derruida, pero que es donde fue bautizado Cervantes. En la capilla que sí se conserva, pudimos tocar la pila bautismal y algunas curiosas esculturas, como ésa que representa, en madera, el libro abierto del Quijote y del que salen las figuras de Sancho y el Ilustre Caballero.
Tras atravesar la ruta literaria de Alcalá, denominada así porque allí nacieron Manuel Azaña, el propio Cervantes y se da una de las fundaciones de Santa Teresa, nos dirigimos a la Casa Museo que alberga la cuna de Cervantes, consta de un estupendo patio interior con salas como la de las Damas y  dos plantas aunque sólo visitamos la baja.
Después nos dirigiremos al Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid, eso sí, pasando antes por la fachada del Palacio Episcopal, que goza de una fastuosa reja labrada,  y alguno de los numerosos conventos alcalaínos.
En el Museo Arqueológico disfrutaremos de una experiencia emocionante al poder tocar piezas originales milenarias, desde los huesos de un corzo prehistórico hasta objetos de cerámica sigilata o ánforas fenicias, sin olvidar un estupendo audiovisual que nos pone en situación. Esto demuestra que no estoy tan equivocado cuando tanto reivindico el tocar piezas originales y no réplicas porque en absoluto se pone en peligro su conservación. Sofía, la guía, es magnífica.
Es hora entonces, después de tanta cultura, de ir en busca de una curiosa tienda de dulces monacales y el restaurante donde haremos la comida.
La tienda en la que degustaremos algunos ricos productos como los nevaditos o las rosquillas de anís y los lazos, remojados con vino de naranja o de misa, es de lo más original en cuanto a su decoración y ambientación, además de ese detalle de la dueña que ofrece chuches a los perros guía. Algo insólito en este tipo de degustaciones. Difícil resulta resistirse a no adquirir alguno para disfrutar luego tranquilamente en casa.
Por la tarde, nos dirigimos al yacimiento romano de Complutum y a la Domus de Hipólito. Un viaje al pasado aleccionador. Nos sorprende especialmente la Domus de este mosaiquista de posibles, una auténtica villa romana con sus termas, sus jardines y dependencias, incluidas las letrinas en las que se hacía vida social al tiempo que se purificaban los esfínteres. Realmente muy recomendable.
Así transcurre esta excursión de lo más atractiva en la que los guías son estupendos, el tiempo impropio para estas fechas y en que mi imaginación se desborda.
No olvido el aroma perfumado a incienso de la tienda de dulces ni el tacto de las esculturas de los personajes cervantinos, con ese banco en el que uno se fotografía pudiéndole dar la mano al bueno de Sancho Panza o Don Quijote, además del tacto de los mosaicos ni el bullicioso ambiente turístico de restaurantes varios y enclaves para echarse al coleto un buen vermut con su correspondiente tapa.
Ah, y esa curiosidad de los agujeros ladinos, rústicos porteros automáticos, jejejejej. Un agujero que conectaba la planta superior de la vivienda, en la inferior se encontraba el comercio, con la calle. Cuando alguien conocido llamaba a la puerta, en vez de bajar el dueño a abrir, tiraba la llave amarrada a una cuerda a través de ese agujero. Siempre tan ingeniosos los judíos.
No puedo, tampoco dejar de recordar aquella otra visita que hace años enfrentáramos una festiva tarde de agosto tres ciegos totales y en la que, por las prisas, la persona que nos ayudaba, nos equivocó de tren y en vez de ir a Alcalá, íbamos en dirección contraria con el consiguiente retraso y anulación de la visita guiada que habíamos concertado aunque, eso sí, sin perdonar las famosas tapas del bar Índalo.

 

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