Buena noche de domingo. Aquí otro nuevo caso de nuestro
amigo Benigno Pérez y su particular confidente.
Un abrazo y feliz semana.
El secuestro de la calle del Carnero
-Jefe, qué mal huele por aquí. Entre el calor y los puestos
de fritanga, cacharros viejos y humanidad esto no hay quien lo aguante.
-Sçí, y con los restos de sangre de las reses que traían
desde el matadero a la Ribera de Curtidores en tiempos, que de ahí le viene el
nombre a este Rastro dominguero de chamarileros, timadores y vendedores de todo
pelaje. No me gusta nada venir por aquí.
-Ya, pero el colorido y la variedad de tipos y puestos no
diga que no dejan de tener su atractivo.
-Será para ti, Adela. A mí no me gusta ni un pelo.
-Pues yo he comprado alguna ganga de bolso.
-Sí, falsificados o robados por ahí.
-Bueno, bueno. Y cromos de mis colecciones favoritas en la
calle de Rodas. A ustedes lo único que les interesan son las tabernas de
casquería de Embajadores, que no dirán que son tampoco el Jardín de las
Delicias de los aromas.
-¿Qué me dices? ¿A tus años aún coleccionas cromos?
-Claro. Y bien que me gustan. No piense que sólo hay para
niños, que los hay bien chulos de lugares del mundo o inventores.
-En fin. Vamos a lo nuestro. Me han dicho que en la librería
El Viejo Pergamino de la calle del Carnero secuestraron ayer a su dueño.
¿Traéis los datos básicos del expediente?
“Ya le veo a lo lejos. Ay, mi querido Benigno, cuánto tiempo
sin poder ayudarte. Si es que no paro con tanto muerto como hay por el mundo.
Benigno ignora que no es que hayan secuestrado al señor Manuel, si no que lo
asesinaron y tiraron su cuerpo al río. El asesino ha simulado que es un secuestro
para sacarles los cuartos a la familia. Pero yo sé bien lo que pasó anoche, que
ya tengo a buen recaudo al vejete ése. Un tipo, por cierto, bien mezzquino y
ruin.”
-Vaya, la librería está abierta. Entremos a ver. Uff, qué desastre.
Está todo desordenado, roto. Puede que quien quiera que secuestrara al dueño de
este chiringuito se entretuviera en ponerlo todo patas arriba.
-Sí, eso parece. Es una pena cómo están los libros, desencuadernados
y revueltos. Vamos a ver si la caja está también rota.
-No creo. Intuyo que todo esto es un simple decorado para
despistarnos. Quién habría de querer secuestrar al dueño de un negocio
semejante que tan solo le debía dar para sobrevivir. Por cierto que estaba
soltero. Esto de las librerías de viejo no da de sí para nada más que cuatro
nostálgicos de colecciones pasadas de moda, nada que ver con las joyas de la
bibliofilia que eso es otro cantar y el pollo éste no parece que anduviera en
ello.
-Qué va. Como no sea que ocultara otra cosa, los títulos que
hay por aquí no son más que folletines, noveluchas policíacas de Serie B,
romanticadas y del Oeste.
-¿Qué opinas, Adela? ¿Ves algo raro?
-Ummmm… la caja no ha sido vaciada. Hay cuatro billetes
mugrientos. Decididamente lo del secuestro no me cuadra, jefe.
-Sigamos buscando a ver si encontramos algún rastro que nos
alumbre.
-Muy agudo, jefe. Un rastro en el Rastro.
-Déjate de chanzas, González. Y échale una mano a Adela en
la trastienda. Yo voy a mirar por aquí.
“Querido Benigno, mira en el suelo, en el rincón debajo del
mostrador.”
-Jefe, ¿qué hace por los suelos? Dentro está todo igual de
amontonado y sin orden ni concierto. Mucha mugre y suciedad, eso sí. Este
hombre se ve que era un desastre. Aunque, por otra parte, no es de extrañar. A
sus sesenta años, sin otra familia que un par de sobrinos y un piso viejo en la
calle de Toledo.
-Mirad lo que he encontrado. Un pañuelo de ésos que llevan
los matones al cuello. Huele a miedo y muerte. Pero también a baba reseca. Es
como si hubiera sido utilizado para amordazar a alguien. Habrá que pedir que lo
examinen por si encontramos huellas.
-No sé, no tiene pinta de que corresponda al atuendo de un
viejo librero.
-Voy a darme un
garbeo a ver qué cuentan los vecinos de por aquí. No creo que obtengamos mucha
ayuda, pero habrá que probar.
-Sí, hazlo y mientras, Adela y yo nos vamos dando un paseo
hasta el río, que por sus cercanías suelen tener las madrigueras los quinquis.
“Querido Benigno tu destino hoy se encuentra en uno de los
vanos del puente de Praga.”
-¿Qué buscamos en el río, jefe?
-Al dueño del pañuelo que había debajo del mostrador de
Manuel. Me da que si lo encontramos, encontraremos al autor del caso y, no sé
si al propio desaparecido.
-¿Cómo lo vamos a hacer? No creo que resulte fácil dar con
algo así.
-Bueno, bueno. Es que su tejido es muyh particular. Además
de que sea de franela, lleva esta marca que parece original. Conozco una
mercería en la calle de Santa María de la Cabeza en la que entraremos para que
nos informen.
-Buenos días, señores. ¿En qué podemos ayudarles?
-Señora, somos policías y venimos en busca de información
acerca de esta prenda. ¿Sabe usted qué gente podría haberla comprado? ¿La
venden ustedes aún?
-Déjenme ver, que una
ya se va haciendo vieja y le falla la vista. La acercaré a la luz. Ajá, si son
las que compran siempre la familia de los Pernales. Llevan encargándonos estos
pañuelos desde hace años.
-Ajá, ¿dónde podríamos localizarlos?
-Viven ahí abajo, cerca del puente de Praga. Aunque el chico
mayor creo que anda metido en líos. Los padres sí son honrados. Humildes
trabajadores que salen adelante como pueden. Ahora que el hijo… qué sé yo. Una
vieja dependienta de este viejo Madrid que ya no es lo que era, nada sabe..
-No se preocupe,
señora. Ya nos encargamos nosotros. Díganos la dirección de los padres.
-¿Don Luis Pernales?
-¿Quién pregunta por él?
-La policía.
-Ay, madre mía, san Isidro y santa María. ¿Qué ha hecho este
hijo? Oigan, que no es mal muchacho, pero es que las compañías y el deseo de hacer fortuna le pierden. Ha
tenido tan mala suerte en la vida.
-¿Podría decirnos si este pañuelo es suyo? ¿Dónde está su hijo?
¿Dónde estuvo ayer?
-Ay, santa Madre. Sí, el pañuelo es del chico. Los compramos
siempre en la mercería de la Juana porque son de mu buen paño. ¿Dónde lo han
encontrado?
-Dónde podemos encontrarle nosotros a él?
No lo sé, señoría. Cada día sale pronto de casa a buscar
trabajo y vuelve tarde, muchas noches viene borracho. No encuentra nada. La
crisis lo está condenando.
-Viejo, dame la guita que tengas.
-No pienso daros nada, mocosos. Marchad o llamo…
-Tú no vas a llamar a nadie-
-Luisín, ¿qué has hecho? Te lo has cargao.
Pero si sólo lo he empujao. La maldita suerte ha hecho que
cayera para atrás y se diera con la estantería.
-¿Y ahora qué hacemos?
-Pues qué hemos de hacer. Revolverlo todo y simular un
secuestro a ver si sacamos algo. Como es de noche, tráete el carretón de la
obra ésa que están haciendo en Embajadores y lo tiramos al río amarrao a los
cascotes pa que no flote. Mientras,
llamaré al número de teléfono que figura junto a la caja a ver quién contesta.Y
vámonos cuanto antes de aquí.
-Joder, tío. Por qué te haría caso cuando dijiste que la
librería ésta guardaba libros de mucho valor. Aquí no hay más que mierda. Y
encima te cargas al dueño. La hemos piciado pero bien.
-Qué más me da a mí. Mejor estaré en la cárcel trapicheando
que en la calle muerto de asco. Eso si nos pillan, que está por ver.
-Chicos, ¿conocéis al Luisín Pernales?
-Qué pasa, piva. ¿Qué quieres de mí? ¿Te han hablao los
colegas de lo macho que soy?
-Macho no sé si serás, pero que te vas a venir conmigo a la
trena, eso seguro. Soy la agente AdelaBermúdez. No se te ocurra echar a correr.
Que por muy macho que te creas, no te escapas.
-Bueno, pues ya tenemos otro caso resuelto. Les caerán unos
años a esos dos pillastres y cuando salgan volverán a la calle más curtidos y
más peligrosos. Enhorabuena, jefe.
“Gracias, querida amiga. Otra vez más, allá donde te
encuentres.”
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