Buena noche dominical.
Aquí la nueva historia de esta semana.
Un abrazo intrigante.
La bajada a los infiernos
El detective protagonista de esta historia, el pobre Benigno
Pérez se verá abocado a recalar, cual barco destartalado tras días de tenebrosa
travesía, en puerto seguro, en uno de los baretos de Vallecas, nada que ver con
las lujosas cafeterías que otrora frecuentara en compañía de sus ayudantes o,
mejor aún, junto con la Nines, o la Maribel o la Inma o la Susi, amigas,
pretendidas, amores platónicos y terrenales del buen Benigno.
Le da igual el lugar, sólo quiere ahogarse en alcohol por
una vez. Se siente tan solo que tanto le da el garito en el que estrellarse.
Eso sí, quiere que sea cutre, sucio, oscuro, agrio porque así es como se
siente. ¿Por qué?
Un hombre de éxito, laureado, respetado por sus colegas,
admirado de sus dotes detectivescas zozobra entre los miasmas de la depresión.
Está perdido. Cierto es que el éxito laboral obtenido durante los últimos
tiempos debería hacer extraña semejante desesperación.
Todo comenzó a raíz de la visita que hiciera al cementerio
de San Isidro y su siniestro encuentro en el mausoleo del ángel bueno. Si
hubiera sabido evitar aquella visita y hubiera hecho oídos sordos a su
fantasmal confidente todo sería diferente.
Ahora se da cuenta de que sería preferible no haber gozado
de la ayuda de la Vieja Dama. No habría, entonces, acudido a aquella tumba y no
hubiera escuchado la voz de aquel cadáver que le retaba, suplicante, aunque eso
le hubiera supuesto fracasar en la resolución de casos que son los que le han
dado la fama.
Ya está, abre la puerta oxidada y chirriante. No se fija en
el cartel que anuncia el nombre del local.
-Póngame un vino, cuanto más recio mejor.
-¿No querrá Leche de Pantera? Es la especialidad de la casa.
Eso sí, es una bebida para hombres, no para machitos de ciudad.
Así le ha interpelado el camarero, un hombre rudo, cargado
de melenas y herrajes, trapo en mano acodado en la barra de zinc del bar.
-Ponga lo que le apetezca con tal de que nuble mi
entendimiento.
-Vaya. Sí que viene bravo el señor a esta casa. ¿No será de
la Hermandad?
-¿De la Hermandad? Qué sé yo. Qué Hermandad?
-¿Ah, que no sabe? Está usté en el Rincón de la Legión, el
mejor bar de Vallecas. Aquí encuentran su refugio los veteranos del Tercio.
Aquí llegan los abandonados de todos pa que nos apoyemos como hermanos porque
allá donde haya un legionario abandonado, allá estará siempre la Legión.
-Bien me parece. Son afortunados ustedes. Yo, en cambio, ni
tengo Hermandad que me redima ni mujer que me quiera.
-Ande, desahóguese. Cuénteme. Tengo tiempo. Ya ve que
estamos tranquilos a esta hora. Luego vendrán los muchachos a echar un trago y
recordar batallas, hazañas, conquistas y amores.
-Soyh policía. Fui a un cementerio. Tiré de la argolla de
una tumba. Una voz me habló y retó. Quise saber, otra cosa no habría podido
hacer. Busqué en viejos archivos y legajos. Nada había. Las letras de la tumba
estaban borradas. Me cegué. Exumé el cadáver. Polvo y huesos. Parecía por los
análisis forenses pertenecer al siglo XIX. Era un hombre flaco y alto por la
estructura ósea. La calavera afilada. No podía dormir, no dejaba de pensar
quién podía ser. La Muerte, mi confidente, nada me decía. Al fin encontré algo.
Benigno Pérez se calla para apagar su sed quemándose la garganta
y el alma.
-Un hombre había sido ajusticiado por la fiereza hecha
envidia y traición, de los últimos días del rey aquél, al que una vez llamaron
Deseado y que acabó siendo maldecido como el Felón. Parece ser que era un
hombre bueno, médico de guerrilleros y gente humilde, que tuvo que pagar el
precio de la gratitud de esa gente, agradecida ante sus generosas atenciones.
¿Su nombre? Melquiades de la Rosa Gómez. Supe que murió a garrote, que
quisieron enterrarlo en fosa común pero que alguien lo rescató y llevó a san
Isidro. Los jueces del rey, corruptos, certificaron su muerte como dijera el
cadáver, de parada cardiaca, y se quiso olvidar el asunto. Pero el pueblo no lo
olvidó. Pasó a formar parte el nombre como tema de leyendas y coplillas que
también se pretendieron acallar.
-¿Más biberón?
-Eche otro.
-Ande, que éste va de cuenta de la casa y acabe de contar.
-Es bueno este brebaje.
-El mejor.
-Todo parecía aclarado. Llegó la noche de la tormenta. Solo
en mi cama sola. El sueño me venció. Los sueños me vencieron. Ante mí, se
erguía un hombre flaco de rasgos afilados. Clamaba justicia. ¡Pero yo qué podía
hacer! El hombre gritaba. No escuchaba mis excusas. Seguía clamando justicia.
Desde hace cuatro días no soy nada, el médico persigue mis pasos. Acaso esté
por aquí o esté cerca. ¿Qué puedo hacer yo tantos años después?
--Haga pública la verdad, cambie los documentos y deje que
nosotros llevemos a esa tumba la copia correspondiente. Lo haremos de noche.
Bajaremos a los infiernos y lo alzaremos al cielo. Somos legionarios, somos
valientes, somos invencibles.
-¿Se atreverán? ¿Harán eso para que aquel pobre hombre
descanse y,de paso, yo también?
-Haremos eso y más. Le liberaremos de sus pesadillas y lo
haremos de los nuestros. Encárguese usted de que no haya ostáculos para entrar
y que no nos molesten. ¿Podrá aguantar hasta mañana viernes por la noche?
-Poder podré.
Ya los legionarios se adentran entre las tumbas. El silencio
es total, la noche cerrada. Benigno Pérez les ha dado las coordenadas. Van
pertrechados de linternas y llevan una cartera de plástico con los documentos
modificados. Se habla de la sentencia y la venganza y la delación. Abren la
tumba. El silencio es total. Benigno Pérez también lo está. Casi todo está ya
hecho. La tapa volverá a cerrar la tumba. Entonces…
Un estrepitoso trueno rompe la noche y el silencio. El
aullido de un perro salvaje lo acompaña. Benigno se siente ligero, liberado.
Vuelve el silencio.
Ya amanece al sur de Madrid. Es hora de regresar al Rincón
de la Legión y concluir la misión brindando por el nuevo día.
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