Hace ahora una semana viajaba en dirección a la Ciudad
Condal. Hace hoy un año viajé a Zaragoza. Sí, viajando siempre en pos de la
redención y la luz que mis ojos ciegos me niegan.
Hace un año Zaragoza me esperaba para presentar en el
palacio de los Condes de Sástago mi segundo libro, al tiempo que Emilia, la
madre de mi cuñada viajaba también en pos del destino que todos tenemos como
meta, antes o después, el País de los Sueños. Hoy recuerdo aquel día de
emociones encontradas, hoy pienso en cómo mucha gente fue a acompañarme y cómo
Emilia se sumaba a todos aquellos que velan por mí desde el Cielo.
Pero también hoy recuerdo este último viaje a tierras
barcelonesas después de 4 años en que no las visitaba. Es emocionante poder
recordar y saber que más allá de los lugares, lo más grande son las personas
que me esperan y añoran.
Si hace un año, la sala en que Mis pequeñas odiseas
comenzaban su periplo de ilusiones y decepciones, de atenciones y tropiezos, se
llenaba; hace una semana el hogar de Merceditas y Jaume también se llenaba de
reencuentros y emoción, de intercambio de presentes y confirmación de mágicas
amistades.
Pero Barcelona me deparó, de su mano, algo más.
Regresé a esos parajes de mi infancia y adulto cargados de
símbolos: la catedral, la Plaza de san Jaume, la Plaza del Pino, Els Quatre
Gats, la calle del Obispo, Plaza de Cataluña y fuente de Canaletas, y Paseo de
Gracia o Puerta del Ángel.
Pero más aún redescubrí: el palacete de Las Heures, la
avenida del Tibidabo y la montaña próxima a Montbau. Un curioso cementerio en
San Genís dels Agudels, una masía en Can Travi y una fastuosa casa modernista
que ahora alberga a un restaurante de lujo, el Asador Aranda.
Y mientras paseaba cogido del brazo de Merceditas y
comentábamos nuestro próximo proyecto literario que se acabará de gestar al año
próximo, fantaseaba e imaginaba con ver la exhuberancia decorativa de esos
edificios, las historias que se crearían bajo sus piedras, las llamadas de
ultratumba y magia, los recovecos y laberintos, las historias y la Historia.
Recé agradecido en la capilla de santa Lucía en la catedral
y pusimos dos velas de luz en la de la Virgen de la Peña para que la
complicidad y la comprensión sean esa roca firme en la que sostenerme, tiré de
la argolla de algunos panteones buscando no sé qué, acaso el que mi amiga la
Vieja Dama me hablara para seguir sugiriéndome cuentos, me abracé a árboles
centenarios para cargarme de su energía, escuché sonidos de hojas secas como
alfombras cálidas, me senté en un fósforo gigante para que alguien me prendiera
con su chispa…
Era de
noche, la mañana nacía. Ulular de lechuzas, zureo de palomas, trinos de
pájaros, plátanos, palmeras y castaños. Paseamos sin que nadie más lo haga.
Merceditas y yo charlamos de literatura y del siglo XIX, nuestro siglo, hacemos
bromas, regresamos al asfalto. Buscamos con qué acompañar el desayuno en la
pastelería del barrio. Mito nos espera.
Era de noche, el día sucumbía. Cena frugal, Mito me arropa
como a un bebé, buenos deseos de dulces sueños.
Llega el momento de la despedida. La nostalgia se enseñorea
de la estación, motivos para regresar: una merienda a base de té y pastas, un
paseo en coche ducal, una comida en el Asador Aranda, más espacios desconocidos
o poco frecuentados. Redención y plenitud.
Era de noche cuando subía al tren. Ya Merceditas y Mito se
habían marchado.
Era de noche cuando presentaba Mis pequeñas odiseas y Emilia
viajaba al País de los Sueños.
Sí, hace un año y una semana era de noche pero no importaba
porque sabía que amanecerá antes o después, que volveré a Barcelona y a recibir
el calor de Mito y Merceditas y a presentar un nuevo libro y a encontrarme con
el regalo del cariño y el premio de que alguien vele por mí, da igual que sea
desde el Cielo o desde la Tierra.
Entre las tumbas del cementerio una mujer etérea sonríe,
entre las afiligranadas rejas de forja se asoma otra mujer fantasmal, entre los
castaños de corteza arrugada una última mujer transparente aguarda. ¿Quiénes
son? ¿Es acaso la misma? ¿Qué me querrán decir?
No, Albertito; no. Albertito, no hay nadie allí, no.
Merceditas te guía por los meandros de tinta que surcan el valle de la fantasía
creadora. NO, Albertito, no te perderás, no arrojes tus manos en busca de la
carne quimérica y las curvas arrebatadoras que no existen para ti. Para ti,
sólo existe la literatura y la amistad de quien nada más te ofrece por mucho
que caigas bien o seas simpático o muy buena persona.
Barcelona de nuevo. Barcelona siempre ahí, en las novelas de
Eduardo Mendoza o Juan Marsé o Carlos Ruiz Zafón o la propia Merceditas.
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