domingo, 3 de noviembre de 2013

Ha sido el Celes

Buenas tardes de domingo.
Aquí mi nuevo cuento otoñal.
Que estéis bien. Feliz semana.
Con cariño.

Ha sido el Celes

En el celebérrimo parque de Tetis I, estratégico enclave poblado de encinas y robles, en su día, que fuera distinguido con la fama de rico en flora y fauna del lugar, ahora no queda ya nada. Tierra requemada, desolación y muerte. Barrancos pelados, silencio y cenizas por doquier. Bueno, sí, algo sí ha quedado: mucha basura, chatarra y despojos, un calcetín mugriento, harapos deshilachados y plástico, sobre todo, mucho plástico. Toda esta amalgama de desperdicios pugna por destacar en una macabra danza maldita, cuya sola música la compone un viento huracanado que gime su melodía sin piedad ni rubor hacia el horizonte.
Qué iba a pasar por prender un travieso fuego? Si se quemaba algo, daría igual .Era tanto el vergel que cada año iba en aumento, que no supondría merma alguna en ese idílico paraje.
Si no se ponía remedio, la selva lo engulliría todo. De un día para otro, los helechos, raíces y lianas hacían de Tetis I un lugar claustrofóbico e inhabitable.
Esto no podía ser, ya que de otra manera, ¿adónde iría el Celes, un chiquillo vivaracho y resuelto que se negaba a dejarse vencer como lo habían hecho todos los demás?
El Celes había caído en las redes del pillaje desde muy chico.
Había preferido robar a trabajar, pedir a ganar. ¡Era tan cómodo y podía conseguirse tanto de esa manera, por vil que fuera!
El Celes tenía cara de rata, andares de hurón y garras de alimaña.
Furtivo por naturaleza, esquivo en el trato y frío en la acción.
¿Su familia? La noche.
¿Sus amigos? La perfidia y el mal.
Quemaría el monte. A él, tanto le daba que ardiese o no.  El monte no le proporcionaba sus golosinas favoritas: el aguardiente y el dinero con el que comprar mujeres y lujo.
Así que una noche, la noche su mejor cómplice y aliada, lo dispuso todo. Requisó un bidón de gasolina en el almacén de don Germán y cargado de rencor contra ese señorito y contra la naturaleza por empeñarse en ser más que él, no lo dudó: lo vertió con saña y…
Las llamaradas pronto se adueñaron de la oscuridad, haciendo su papel, enrojeciéndolo todo con el color de la sangre.
-¡El Celes, ha sido él!
Mientras el griterío y el pánico se adueñaba de todos, alguien, enseguida se acordó de aquél a quien se le atribuían todas las fechorías.
-¿Qué más da quién haya sido? Huyamos, corred, corred.
El fragor del fuego se mostraba insaciable, hambriento voraz.
En los pueblos de alrededor tañeron las campanas a rebato, mas nada podía hacerse para sofocar semejante hecatombe.
¿Y el Celes? Habría sido capaz de salvarse? Si así hubiera hecho, ¿podría vivir tras su negro crimen?
Tres días hubieron de pasar hasta que las llamas calmaron su ansia de cenizas. Tardarían muchos más años en transformar el grisáceo aspecto que habían dejado en verde de vida.
Así sería, porque siempre había renacido la naturaleza. Pero cuando esta historia os cuento, no se ha producido aún el milagro. 
¿Cuántos años han de pasar?
Ah, ¿y el Celes?
Entre las cenizas del monte, si alguien hubiera querido mirar con detenimiento… unos harapos y un calcetín y unos dientes de rata.
Mis padres me contaron que hubo un tiempo en que Tetis I era el mejor monte de la rinconada, más aún, de la provincia. Hoy llego yo, con mi mochila y mi bastón. Nada de aquello encuentro. Tan solo basura y plástico.
La tierra que piso es dura, muerta. Saco la azada que he traído, no puedo, no puedo clavarla. Intento romper la costra.
Vierto el agua de la cantimplora. La había racionado para el regreso y ahora la derramo allí.
Ceniza y más ceniza, gusanos y muerte. ¿De qué ha servido mi estúpido intento?
Traía una ramita de eucalipto para plantar, mas al depositarla en ese erial, se me ha desecho.
Polvo, ceniza, plástico, nada, nada.
El huracán vuelve a chirriar. Quiere que yo, al igual que el resto de despojos, baile también. ¿Acabaré siendo yo también otro despojo? ¡Qué ingenuo fui al querer creer que el Celes tuvo tiempo de cambiar y arrepentirse!
¿El Celes?
Una risa triste se solapa al ruido del viento. ¿Una risa? ¿Triste?
“Ingenuo, ingenuo, ingenuo”. Ja ja ja ja
Ya no siento los pies sobre las cenizas, vuelo, un brazo por allí, una pierna por allá, mis huesos, qué dolor. Nada, nada, nada.
Uuuuuuuuuuuuuuuu
Crash, crash, cron cron uuuuuuu



 




 



1 comentario:

Amig@mi@ dijo...

Un genial relato que mucho me temo que no se aleja tanto de la realidad de muchos locos pirómanos que se dejan llevar por un impulso sin percatarse de las consecuencias. Me ha encantado, Alberto

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