Qué bonita palabra: empatía, empatizar. El diccionario la define como: “sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra”
Vaya, ponerse en el lugar del otro, tratar de comprender al otro no desde nuestra posición, sino desde la suya. Trascender nuestro ser para prolongarnos al del otro.
Muy bien, todo esto está muy bien, pero ¿y el precio que hemos de pagar quienes tratamos de practicarla?
Cuántas veces no me he tenido que escuchar eso de que “al bueno le llaman tonto”, tener la “mala” (entre comillas) costumbre de pensar en el prójimo más que en uno mismo y ahora, a cuenta de un curso que tengo que hacer por mi trabajo, resulta que me hacen un bonito test de ésos traducidos de la psicología laboral, importada de Estados Unidos, sobre la resolución de conflictos y al ser empático le llamen acomodarse, como antagónico del competitivo. ¿Acomodarse es ser empático? ¡Tiene narices.!Esta historia del test y el que a mí me haya salido que en las 5 posiciones que pueden adoptarse ante todo conflicto (competitivo, colaborador, compromiso, eludir y acomodarse) a mí me haya salido la mínima puntuación en la primera actitud y la máxima en la última, me hace querer compartir una reflexión acerca de adónde nos está conduciendo todo esto de las teorías neoliberales postindustriales y los valores que uno ha mamado en una sociedad de origen agrario y creencias católicas.
Ja, vaya manera de pasar la tarde del viernes, en vez de dándome un garbeo y celebrar la patrona madrileña que es mañana, voy y os escribo este rollo.
¿Qué queréis? No me ha gustado nada, por mucho que la profesora del curso, trate de endulzar el tema echándole la culpa a la traducción del inglés al español, el que a la empatía la llamen comodidad.
Porque de cómodo, nada. El ser empático no es cómodo, sí es muy de valorar, al menos, a mi modo de ver. Si lo bueno es ser competitivo, imponer nuestros deseos y voluntades, frente al renunciar a lo nuestro en pro de los demás, ¿adónde iremos? Ser el mejor frente a ayudar a que los demás, sean.
Seguramente, no habrá de negarse que ser competitivo, en cierta medida, resulte deseable, Competir por mejorar algo cada día, crecer, aprender, superar retos. Creo que yo lo hago en mi día a día y, sin embargo, resulta que no soy nada competitivo, ja. Si ser competitivo es pisar al otro, ganar a costa de lo que sea, claro, eso no va conmigo. La competencia es buena y necesaria. Sí, hablo de que no existan monopolios, sino oferta. Otro día podemos hablar de la competencia por cualificación para hacer algo, ser competente, pero ahora la cosa alude a la competencia por competidor.
Me apunto a la empatía, al pensar antes en cómo puedo ayudar al otro, al tratar de que ese otro se sienta protagonista y partícipe.
Aunque eso me suponga renunciar a cosas, aunque me tachen de acomodaticio o hasta haya ocasiones en que por no ser tonto (al menos, no demasiado) pero sí bueno, te sientas defraudado o notes que te utilicen.
Ya sé, es bueno esto del test, ja. Saber que uno no será nunca un líder, que generará frustración el constatar que tienes que ponerte en tu sitio pero que te cuesta tanto hacerlo o que deberás esforzarte para aplicar aquella máxima de “más vale una vez colorado que ciento amarillo”
Está muy bien conocerlo, pero creo que seguiré siendo empático aunque vengan los gurús de la psicología y me digan que soy una persona cómoda, ja.
Y frente a ellos me quedaré con la frase del poeta libanés Gibran Kahlil: “la ternura y la amabilidad con los demás no son signos de debilidad o desesperación, sino manifestaciones de fuerza y decisión”.
Y también, por qué no, con la de Winston Churchill: “es necesario tener valor para levantarnos y hablar. Pero también es necesario tenerlo para sentarnos y escuchar”.
Buenas noches.
viernes, 8 de noviembre de 2013
El precio de la empatía
Publicado por Alberto en 9:42 p. m.
Etiquetas: Reflexiones
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